lunes, 17 de noviembre de 2025




 

Una conocida actriz española le dijo a su madre cuando apenas era una jovencita que quería abandonar su ciudad de provincias e irse a Madrid para triunfar en cine y teatro. La madre puso el grito en el cielo diciéndole que convertirse en actriz era muy inseguro, conseguir proyectos era muy incierto y sería difícil alcanzar la estabilidad laboral y financiera. Hoy releyendo esa entrevista me di cuenta de lo mucho que hay en común con la decisión de ser emprendedora primero y empresaria después.

Muchas personas, hombres y mujeres, llegan al mundo del emprendimiento persiguiendo su sueño, tratando de alcanzar una meta que anhelan y que puede ser su mejor desempeño profesional. Pero ese camino no es ni rápido ni sencillo. Puede estar lleno de obstáculos y dificultades, algunas que podemos anticipar y otras completamente inesperadas. Entonces, ¿Por qué cada vez es mayor el número de mujeres que quieren emprender? ¿Por qué muchas abandonan trabajos y sueldos seguros para enfrentarse a la incertidumbre de gestionar un proyecto? En ocasiones, persiguiendo un sueño y otras buscando una salida profesional.

La senda del emprendimiento es una aventura. Ya seas hombre o mujer te vas a adentrar en un camino impreciso, inseguro, muy cambiante, sujeto a vaivenes del mercado, la legislación o los gustos de los clientes. Y además en el caso de las mujeres hay unas circunstancias que pueden complicar un poco más ese panorama.

Aspectos como los roles tradicionalmente asumidos por las féminas, la conciliación o dedicar más tiempo a las obligaciones familiares pueden complicar la dedicación que requiere el lanzamiento de un negocio y su mantenimiento después.

No nos podemos engañar: cualquier persona no sirve para emprender. La puesta en marcha de un negocio exige tener una serie de competencias (habilidades blandas” o transversales) que no todos poseen. Y este tal vez sea el primer análisis que hay que abordar. En mi vida profesional he conocido a personas (hombres y mujeres) que eran excelentes técnicos y directivos en una multinacional, una empresa familiar o en la administración, y que al convertirse en empresarios sumaron a su haber un sonoro fracaso. Claro que una buena experiencia profesional por cuenta ajena es importante. Nos ayuda a desarrollar competencias propias del negocio o sector, añade vivencias de las que sacar aprendizajes y a poner en práctica los conocimientos propios del puesto. Pero no es garantía de éxito en el mundo empresarial, en nuestro proyecto de auto empleo

Ser empresaria requiere una buena dosis de auto gestión y auto disciplina. Porque en ocasiones lideramos un pequeño proyecto con plantilla reducida o incluso estamos solo nosotras al frente. ¿Y qué sucede en ese caso? Pues que nos convertimos en la directora general y la persona encargada de la limpieza al mismo tiempo. Y asumimos la función financiera, administrativa, de operaciones, comercial, marketing, recursos humanos…. En definitiva, todo. Y es complejo asumir todas esas tareas con roles tan distintos.

En un modelo por cuenta ajena existen muchos servicios y herramientas que nos proporciona la propia empresa, pero en el caso de nuestro propio proyecto nos tendremos que ocupar de todo. Tal vez no en primera persona y pueda contratar o delegar algunas tareas, pero no en exceso porque los primeros tiempos de un proyecto suelen estar marcados por la necesidad de controlar mucho los gastos y no comprometerse ante excesivos costes fijos.

La mujer empresaria tendrá que ser hábil en temas de comunicación, manejar de forma clara la negociación, tener capacidad organizativa, de control y planificación. Deberá ser resiliente (saber enfrentarse a las adversidades y salir fortalecida de ellas), creativa, hábil manejando las relaciones interpersonales, tolerar bien la incertidumbre, tener un amplio conocimiento de su mercado, practicar la curiosidad permanente y ser proactiva, flexible y muy analítica. Si tienes estas competencias y además una buena idea que sea validada técnicamente como viable tal vez éste sea su camino. Si estas dispuesta a pelear, a caerte y volver a levantarte sin perder la pasión por lo que haces entonces tienes madera de empresaria.

Si tienes un sueño, pelea por conseguirlo, pero no a cualquier precio. No te lances a la piscina si no tiene agua suficiente. No hay acción sin reflexión.

Publicado el lunes, 17 de noviembre de 2025 a las 17:06 por Juan Bueno

Ningún comentario

jueves, 13 de noviembre de 2025

 


“Ninguno de nosotros es tan inteligente como todos nosotros juntos”

(Ken Blanchard)


A lo largo de varias décadas de profesión todavía no he encontrado a ninguna persona que afirme que nole gusta trabajar en equipo. En entrevistas de selección, en planes de desarrollo o en diagnósticos de necesidades formativas, todos afirmamos con rotundidad que nos gusta hacerlo: compartir, colaborar y trabajar juntos por una meta común. Idílico. Positivo. Incluso transformador.

Pero la realidad suele ser tozuda y la práctica nos demuestra que trabajar en equipo es de las acciones más complejas que desarrollamos en nuestra faceta profesional.

Francamente complicado. Pero nadie es capaz de reconocer que le cuesta y que, en muchas ocasiones, le gustaría trabajar en silencio, sin nadie alrededor, sin tener que colaborar y rendir cuentas a los demás miembros del equipo. En ocasiones esa soledad es reconfortante y más llevadera. Pero, repito, no lo queremos reconocer porque no deseamos ser tachados de anti sociales, poco cooperadores y nada generosos. Al contrario, deseamos proyectar una imagen idílica, de un equipo cohesionado (todos a una), que vencen juntos las dificultades, y celebran juntos los logros. Todo sonrisas.

Lo primero que tenemos que entender es que el trabajo en equipo es un acto de generosidad y de renuncia propia ya que aunaremos nuestros esfuerzos por la consecución de un bien u objetivo común, y perderemos parte de nuestro protagonismo individual en aras del éxito del equipo. Cuando se juntan personas con distintas competencias, conocimientos diversos y trayectorias particulares y se fijan una meta común aparece entonces el concepto de sinergia, como la unión o suma de energías constructivas. Y el resultado se suele traducir en un aumento de la productividad y un mejor resultado. Pero es un camino que no está exento de obstáculos, y reconocer que existen nos hará estar mejor preparados para afrontarlos.

¿Qué tenemos que hacer para que las cosas funcionen? Cuidar los aspectos humanos y personales, porque detrás de ese equipo profesional hay personas, seres humanos que desarrollan juntos sus actividades laborales pero parten de distintas motivaciones, gestionan mejor o peor sus emociones o viven sus dificultades de una manera distinta.

La primera clave es la comunicación. Como proceso de interacción humana es complejo porque intervienen muchos elementos y algunos escapan a nuestro control (la predisposición del receptor, sus propias barreras, el medio elegido). Por eso es necesario que la comunicación sea clara y precisa, que se aleje de prejuicios o recelos.

Hay que practicar la escucha activa hacia los demás: no solo oír, sino escuchar y hacerlo con una predisposición positiva y un talante abierto. Sólo así se sentarán las bases para crear unas relaciones sanas, flexibles y felices. 

La segunda es establecer los roles con claridad. Es preciso determinar qué hace cada uno, asignar las tareas, los tiempos y si fuera necesario los recursos y confiar en que los demás miembros del equipo cumplirán con su parte de lo acordado. La falta de cumplimiento de los objetivos puede comprometer los resultados del equipo y producir un daño enorme que es la pérdida de confianza.

La tercera es compartir. Poner en común conocimientos, destrezas o vivencias enriquece a todo el equipo, favorece una toma de decisiones más rica e interesante.

Estamos en la era de la globalización, de la cooperación, del aprendizaje colaborativo. 

No lo estropeemos por falsos sentidos de la propiedad. Aquello que voy a compartir probablemente me volverá aumentado.

La cuarta afrontar los conflictos desde la tolerancia. Sería muy infantil pensar que la vida de un equipo de trabajo no pasa por distintas fases y prácticamente en todas pueden surgir conflictos, pequeñas o grandes diferencias de criterio, formas opuestas de ver los temas. El conflicto es inherente al equipo. ¿Qué hacer entonces? Tenemos que poner en marcha estrategias para llegar a acuerdos, para ceder, para explicar nuestro criterio, para escuchar el punto de vista de los demás y para adoptar soluciones de consenso. En unas ocasiones triunfará tu idea y otras veces no lo hará.

Pero se adoptará desde el respeto, la tolerancia y la flexibilidad.

Solo así seremos un equipo: un conjunto de personas ordinarias que consiguen resultados extraordinarios.

May Ferreira

Publicado el jueves, 13 de noviembre de 2025 a las 11:13 por Juan Bueno

Ningún comentario