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viernes, 11 de diciembre de 2015

La toma de decisiones es una de las tareas más complejas y estresantes a las que nos podemos enfrentar si no sabemos gestionar esa incertidumbre de forma adecuada, pudiendo llegar a producir trastornos o patologías en casos extremos.

Sin embargo tomar decisiones puede ser también una tarea reconfortante, ya que es el primer paso para el afrontamiento de una situación problemática o no resuelta.

Siguiendo un esquema clásico habría que fijar el objetivo y se elabora un plan que mentalmente vemos que nos puede conducir al objetivo.

Se elaboran entonces varias alternativas que podrían ser válidas, estudiando entonces lo elementos relevantes de cada una de ellas y sus consecuencias. Así se llega al análisis definitivo que permite elegir la opción que nos parezca más conveniente. ¡hasta parece sencillo!

No lo es. Los obstáculos pueden aparecer desde el mismo inicio, para lograr determinar ese objetivo. En ocasiones lo que queremos está claro (romper una relación sentimental, cambiar de trabajo...), pero ese deseo puede chocar con nuestros valores morales, los compromisos a los que queremos hacer frente o nuestras creencias limitantes (mis hijos me culparán o el nuevo empleo puede fracasar en un contexto de crisis).

Se trata, no obstante, de un proceso que vivimos y experimentamos de forma constante, en cualquier ámbito: personal (elección de pareja), profesional (abordar uno u otro proyecto), familiar (elegir colegio para los hijos), etc.

Sea como sea es un ejercicio en el que debemos estar entrenados, pero no está exento de hacernos sentir ansiedad. ¿por qué?: Existe un cóctel de factores que pueden hacer que la decisión se nos atragante. O incluso el miedo a equivocarnos, provoca en algunas personas una auténtica falta de decisión, una incapacidad muy bloqueante para decidirse entre varias alternativas. Esperar que las cosas se solucionen solas o que los problemas desaparezcan como por encantamiento, es ya en sí misma una decisión: la de no hacer nada. Y en algunos momentos de nuestra vida, incluso puede funcionar. Simplemente la reflexión en ese caso es decidir si queremos ser protagonistas o artistas invitados de nuestra propia existencia.

La feroz intolerancia a la incertidumbre de algunas personas, las convierten en absolutas controladoras, inhábiles para delegar o para confiar en otros. En el ámbito profesional estas personas, sobre todo si ocupan puestos de responsabilidad, se suelen convertir en una cruz para sus colaboradores. La incertidumbre forma parte de la vida humana.

Algunos autores como Dugas o Gagnon afirman que esa intolerancia a la incertidumbre provoca el trastorno de ansiedad generalizada. Para evitarlo hay que aceptar que en la toda toma de decisiones hay una pérdida irremediable. Es imposible elegir las alternativas quedándonos con todas las ventajas y prescindiendo de todas las desventajas, como si estuviéramos en un laboratorio en el que se puede diseccionar la decisión, salvaguardando todo lo positivo y tirando a la basura lo negativo.

“No se puede tener todo, tienes que elegir” le suelo decir a mi hija cuando se queja porque tiene un cumpleaños de su mejor amiga el  sábado a la misma hora que da su clase de equitación, que le apasiona. Aún es pequeña y no está suficientemente entrenada para tolerar esa pérdida. Si decide ir al cumpleaños optará con un rato divertido de juegos y extroversión con sus amigos. Por el contrario si decide ir a montar a caballo, ese rato es de concentración, de esfuerzo físico, pero también de disfrute por el contacto con el animal, la superación del reto de cada clase, etc. ¿De qué dependerá su decisión? De los factores que decida sopesar en cada caso, y en muchas ocasiones, del propio momento.

Creo que ayuda mucho hacer una visualización muy completa de cómo queremos vernos en la acción que hayamos elegido. Esa visualización, lenta y muy recreadora, con detalles, sirve para ratificar nuestra decisión inicial o para decidirnos por otra alternativa.

Cuando las decisiones a las que nos enfrentamos son más trascendentes para nuestra vida, nos suele atenazar el miedo a fallar, a equivocarnos, a no poder rectificar. Ante esto creo que no hay recetas mágicas. El error es una importante fuente de aprendizaje y habría que desdramatizarlo (sobre todo en el área de la empresa), pero nos enfrentamos en esos casos a procesos más o menos largos, complejos e incluso dolorosos. Y es preciso vivirlo para madurar las decisiones y no sentir el vértigo del precipicio a nuestros pies.

Recuerdo una frase de un profesor que decía: “he pasado toda mi vida preocupándome por cosas que nunca sucedieron”.

Hay que centrar nuestra energía y análisis en lo importante, aquello que tiene que ver con nuestro objetivo, siendo capaz de discernir lo superfluo, para no dedicarle bríos que no corresponden a cosas nimias, porque nuestro entusiasmo y fuerza nos hará falta para tomar las decisiones importantes.

Por cierto, las próximas vacaciones, ¿mar o montaña?

Publicado por May Ferreira.
Executive Manager de R&H Talento y Personas




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Publicado el viernes, 11 de diciembre de 2015 a las 18:41 por Juan Bueno

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lunes, 5 de octubre de 2015

Toda nuestra vida gira en torno a la confianza. O la desconfianza. Este poderoso elemento condiciona nuestra existencia, provoca que mantengamos relaciones o que huyamos de ellas y está en la base del éxito o fracaso de numerosos equipos de trabajo.


Desde que nacemos existe un fuerte sentimiento de confianza que instintivamente nos hace saber que podemos fiarnos de nuestros padres, que ellos se ocuparán de cubrir nuestras necesidades básicas, de darnos cariño y protegernos. Si pensamos en nuestra pareja, la confianza pone los cimientos a toda la relación. Confiamos en que el otro esté a nuestro lado, sea el compañero o compañera que te sujeta, te anima o simplemente te calma. Por eso la traición duelo mucho, porque quiebra la confianza que se ha ido ganando y formando día a día, momento a momento.

La confianza es una poderosísima motivación, nos empuja y nos decide a actuar porque vivimos la certeza de que los demás no nos defraudarán. La desconfianza por el contrario puede retraer nuestra actividad, nos vuelve más taciturnos y temerosos, e incluso nos puede paralizar. Cuando alguien dice: “no me fío” se disparan un montón de alertas que nos hacen más vulnerables, empezando a analizar lo que puede fallar y sus consecuencias.

La confianza genera un enorme compromiso y una retención sólida. Si un producto o servicio cumple nuestras expectativas y no nos defrauda nos sentimos vinculados a su empresa o a su organización. Por el contrario cuando alguien simula unas condiciones que después no se dan nos sentimos burlados, decepcionados, y ese sentimiento suele ser persistente: “nos dieron gato por liebre” suele verbalizar un timo y a nadie le gusta sentirse vilmente engañado.

La decepción es una sensación desagradable y desalentadora de cara al futuro. La imagen de la estafa o la decepción experimentada rondará como un fantasma por nuestras cabezas.

La desconfianza tiene por tanto un gran elemento de sorpresa, nos sentimos muy contrariados al descubrir que “nos han dado el cambiazo”. Restituir lo que se ha quebrado es tarea ardua, salvo que se demuestre que existió un error o equivocación en el que no existió la mala fe. 


Las relaciones comerciales que establecemos se basan en la certeza de que la otra parte cumplirá con lo pactado, o con lo que le corresponda. Cuando compramos un producto confiamos en que los ingredientes que lo componen son los que aparecen en la etiqueta; cuando invertimos en un producto confiamos que nuestro dinero acabará en el sitio correcto; cuando alquilamos un piso confiamos que el inquilino tratará la propiedad con la diligencia debida.

La confianza se construye con el paso del tiempo, con las grandes y las pequeñas decisiones, con el día a día, cuidando mucho la relación. En el mundo de los negocios sabemos que un cliente que confía y cree en lo que le ofrecen hace una maravillosa publicidad, además gratuita. Y al revés, un cliente descontento, defraudado y falto de confianza lo pregonará a los cuatro vientos creando enorme recelo en los que le escuchan.


La confianza necesita reciprocidad, pedimos seguridad y certidumbre y sabemos que nosotros somos objeto del mismo sentimiento. La convicción de que el otro responderá es la misma que él tiene respecto a nosotros. Pero es frágil, tanto como el cristal. Se puede quebrar de un golpe fuerte y certero o ir rompiéndose poco a poco con pequeñas lesiones. 

Trabajar la confianza es rentable. Lo saben muchas marcas comerciales o negocios de todo tipo que hacen de ella su lema o razón de ser: “del caserío me fío”; “confianza: hemos abierto una cuenta al futuro” (Bankia); “tu aseguradora global de confianza (Mapfre)….

Wolkswagen ha quebrado de forma brutal y sorpresiva la confianza en una marca, afectando a un sector y hasta a la “marca Alemania”. Y es que a veces la avaricia rompe el saco, y no se miden las consecuencias poniendo a una marca solvente al borde del precipicio. 


Su lema era “Das Auto”. Ya no. La confianza es frágil como un cristal, y aunque se unan los trozos el resultado ya no es el mismo.


Publicado por May Ferreira.
Executive Manager de R&H Talento y Personas




Publicado el lunes, 5 de octubre de 2015 a las 23:04 por Juan Bueno

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