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lunes, 5 de octubre de 2015

Toda nuestra vida gira en torno a la confianza. O la desconfianza. Este poderoso elemento condiciona nuestra existencia, provoca que mantengamos relaciones o que huyamos de ellas y está en la base del éxito o fracaso de numerosos equipos de trabajo.


Desde que nacemos existe un fuerte sentimiento de confianza que instintivamente nos hace saber que podemos fiarnos de nuestros padres, que ellos se ocuparán de cubrir nuestras necesidades básicas, de darnos cariño y protegernos. Si pensamos en nuestra pareja, la confianza pone los cimientos a toda la relación. Confiamos en que el otro esté a nuestro lado, sea el compañero o compañera que te sujeta, te anima o simplemente te calma. Por eso la traición duelo mucho, porque quiebra la confianza que se ha ido ganando y formando día a día, momento a momento.

La confianza es una poderosísima motivación, nos empuja y nos decide a actuar porque vivimos la certeza de que los demás no nos defraudarán. La desconfianza por el contrario puede retraer nuestra actividad, nos vuelve más taciturnos y temerosos, e incluso nos puede paralizar. Cuando alguien dice: “no me fío” se disparan un montón de alertas que nos hacen más vulnerables, empezando a analizar lo que puede fallar y sus consecuencias.

La confianza genera un enorme compromiso y una retención sólida. Si un producto o servicio cumple nuestras expectativas y no nos defrauda nos sentimos vinculados a su empresa o a su organización. Por el contrario cuando alguien simula unas condiciones que después no se dan nos sentimos burlados, decepcionados, y ese sentimiento suele ser persistente: “nos dieron gato por liebre” suele verbalizar un timo y a nadie le gusta sentirse vilmente engañado.

La decepción es una sensación desagradable y desalentadora de cara al futuro. La imagen de la estafa o la decepción experimentada rondará como un fantasma por nuestras cabezas.

La desconfianza tiene por tanto un gran elemento de sorpresa, nos sentimos muy contrariados al descubrir que “nos han dado el cambiazo”. Restituir lo que se ha quebrado es tarea ardua, salvo que se demuestre que existió un error o equivocación en el que no existió la mala fe. 


Las relaciones comerciales que establecemos se basan en la certeza de que la otra parte cumplirá con lo pactado, o con lo que le corresponda. Cuando compramos un producto confiamos en que los ingredientes que lo componen son los que aparecen en la etiqueta; cuando invertimos en un producto confiamos que nuestro dinero acabará en el sitio correcto; cuando alquilamos un piso confiamos que el inquilino tratará la propiedad con la diligencia debida.

La confianza se construye con el paso del tiempo, con las grandes y las pequeñas decisiones, con el día a día, cuidando mucho la relación. En el mundo de los negocios sabemos que un cliente que confía y cree en lo que le ofrecen hace una maravillosa publicidad, además gratuita. Y al revés, un cliente descontento, defraudado y falto de confianza lo pregonará a los cuatro vientos creando enorme recelo en los que le escuchan.


La confianza necesita reciprocidad, pedimos seguridad y certidumbre y sabemos que nosotros somos objeto del mismo sentimiento. La convicción de que el otro responderá es la misma que él tiene respecto a nosotros. Pero es frágil, tanto como el cristal. Se puede quebrar de un golpe fuerte y certero o ir rompiéndose poco a poco con pequeñas lesiones. 

Trabajar la confianza es rentable. Lo saben muchas marcas comerciales o negocios de todo tipo que hacen de ella su lema o razón de ser: “del caserío me fío”; “confianza: hemos abierto una cuenta al futuro” (Bankia); “tu aseguradora global de confianza (Mapfre)….

Wolkswagen ha quebrado de forma brutal y sorpresiva la confianza en una marca, afectando a un sector y hasta a la “marca Alemania”. Y es que a veces la avaricia rompe el saco, y no se miden las consecuencias poniendo a una marca solvente al borde del precipicio. 


Su lema era “Das Auto”. Ya no. La confianza es frágil como un cristal, y aunque se unan los trozos el resultado ya no es el mismo.


Publicado por May Ferreira.
Executive Manager de R&H Talento y Personas




Publicado el lunes, 5 de octubre de 2015 a las 23:04 por Juan Bueno

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lunes, 28 de septiembre de 2015

Una conversación durante una comida que a todos este verano nos pareció muy interesante.

Eramos ocho en la mesa, uno de los chicos que llevaba un día algo enfurruñado, más callado de lo habitual en él, y con pocas ganas de saltar olas, hacer un recorrido en bici por la Camocha o jugar un partido como siempre proponía; cuando habíamos pedido varias veces agua al camarero y este parecía resistirse, primero a atender la petición y luego a traerla, nos dijo con un tono contundente:

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-Soy a veces incapaz de aguantarme, me dan ganas de levantarme yo y….
Su madre rápidamente le interrumpió para decirle:
"No siempre pueden cuando tú lo deseas."
-Ya pero es como que me disparo, le contestó. A veces según me están saliendo las palabras de la boca, sé que no debería haber dicho o hecho algo, y me gustaría poder meterlas de nuevo en mi boca y tragarlas… pero ya no hay remedio.
Tuvimos que reírnos todos.

"Siempre has sido así muy de intervenir inmediatamente, le dijo su madre; recuerdo la vez en que se salía agua del radiador del coche y tu padre y yo mirábamos agachados buscando por donde se salía y con tres años te colaste entre los dos para decirnos con una lengua aún casi de trapo: “¡¡quitaros que ya lo miro yo!!”. Y sin más te tiraste al suelo a ver el radiador, mientras atónitos te mirábamos pensando si sabías qué era un radiador de coche"

Escenificando todo con una serie de gestos, ella nos hizo reír aún más a todos.

En ese mismo momento llegó el agua a la mesa, “Gracias estaba muriéndome de sed” dijo. No hubo respuesta por parte de quien la había traído, pero si más risas en la mesa.

"Deberías practicar en entender..."

No le dejó terminar
-Es que tú siempre entiendes a todos, y aguantas todo. Contestó de nuevo a su madre.

"Eso no es del todo cierto. A mi también a veces las cosas que no salen como deseo, me sacan de quicio. Sabes además que cuando me han hecho sentir mal durante tiempo, he tenido que hacer grandes esfuerzos por controlarme y no hacer un daño quizás irreparable. Pero me controlo y sobre todo dedico un tiempo a pensar en las consecuencias, para mi y para las personas que podrían verse afectadas si reacciono tan enfadada"

-Lo sé, pero a mi me parece que tendrías que haber demostrado...

Otro muchacho de la mesa salió en su defensa.

-No, no, ahí tiene razón. Si te dan caña, tu más caña.

- Yo he aprendido a aplicar la regla del 7 y es tremendamente eficaz: ¿Qué pensaré de esto dentro de siete días?, ¿Y dentro de siete meses?..¿Y dentro de siete años?. La importancia de algunas cosas desaparece. Yo me puedo aguantar sin sentirme tan mal. Siempre busco otra forma de verlo, y acepto que también pude equivocarme al esperar algo que no parece posible.

Cualquiera podría decir que lo que acabamos de leer es un tema de autocontrol, y es cierto, o de paciencia y también lo sería; pero el núcleo que esta situación está en la tolerancia a la frustración.

chiste frustracion
La tolerancia a la frustración se aprende, como casi todo, es cierto que hay temperamentos a los que les resulta más difícil ejercitarlo y necesitan echarle más esfuerzo, tiempo y técnicas que otros caracteres más serenos y analíticos, capaces de demorar la satisfacción o de buscar alternativas a los acontecimientos desagradables.

Albert Ellis fue uno de los primeros autores que trabajó este concepto. La baja tolerancia a la frustración está relacionada con dos aspectos:

  1. Una percepción exagerada, y errónea, de la situación que estamos viviendo.
  2. La creencia de que no podemos ni queremos vivir el malestar que estamos experimentando.
Las personas propensas a sentir ira, enfados o reaccionar de manera exagerada interpretan las situaciones de una forma bastante distorsionada, lo que incide directamente en mantener su irritabilidad.

enfadado
Para el Dr. Albert Ellis, estas personas tienen pensamientos, reglas y expectativas muy rígidas que regulan su vida. Una visión desproporcionada de los acontecimientos con verbalizaciones catastrofistas “es horrible”, “es terrible”, “es trágico”, “es un desastre” “no lo puedo consentir” “no lo aguanto”. 

Afirmaba además que la baja tolerancia a la frustración es una creencia irracional que se define como una incapacidad para aceptar las situaciones y a las personas como son, mediante la imposición de la creencia de que las cosas “deben” ser de una determinada manera, como yo creo, pero poco realista y objetiva, de ahí el adjetivo irracional.

La frustración forma parte de la vida y, aunque no podemos evitarla, podemos aprender a gestionarla y superarla… los tres pasos iniciales:

  • Diferenciar mis deseos y mis necesidades, evitando reaccionar a los primeros como si fueran necesidades orgánicas que requieren satisfacción y alivio inmediato.
  • Controlando los impulsos. Antes de hacer algo que pueda resultar perjudicial, pensar en los resultados que has obtenido cuando has reaccionado igual en circunstancias similares y en las posibles consecuencias no solo para uno mismo.
  • Aprendiendo a soportar el dolor y el malestar con buenos hábitos de autocontrol, evitando resolverlos de forma inmediata y compulsiva.

Así que, cuando se acabó el agua, tuvimos que volver a pedir otra jarra, pero ya no había tanta sed, pudimos esperar, había mucha gente en el restaurante a esa hora.

Dejo encima de la mesa para pensar que ... nada es, ni tan importante, ni tan necesario, ni tan imprescindible…

Publicado por Mila Guerrero.
Manager I+D+i de R&H Talento y Personas
Visitar el Blog de Mila, haciendo clic aquí


Publicado el lunes, 28 de septiembre de 2015 a las 13:04 por Juan Bueno

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