A la edad en que otras personas inician sus jornadas pensando cómo van a matar las horas o intentando recordar las pastillas que tienen que tomar, Emilio Botín podía presumir de no tener un hueco libre en su agenda.

Botín había elegido, tal vez simbólicamente, el color rojo (siempre se adornaba con sus corbatas o tirantes rojos, corporativos), que representa la fuerza, el coraje, la decisión, el empuje. Esa naturaleza decidida, unida a un olfato de tipo listo y astuto, le hacía desarrollar una competencia enormemente deseada por los directivos actuales: La proactividad ante el cambio, ese atributo con el que se adelantaba a algunas circunstancias del mercado.
Botín es un personaje con luces y sombras. La banca española ha tenido un papel que no podemos ignorar en la crisis actual, y su banco forma parte de ese entramado. Los bancos no se lo han puesto fácil a los ciudadanos de a pie y el crédito se ha convertido casi en una utopía. Pero hay aspectos de su personalidad en los que quiero enfatizar (sin entrar en otras consideraciones) porque en ese hombre campechano había madera de líder, y de esa madera estamos escasos. Muy escasos. Necesitamos imperiosamente hombres fuertes, gestores que no le teman al trabajo ni a las dificultades, que aguanten jornadas largas si son necesarias porque les mueve una fuerza motriz que tiene más potencia que cualquier motor: LA PASION. La que movía a Don Emilio. Sin más valoraciones.
Con una fortuna inmensa podría haberse dedicado a disfrutar de los placeres que puede proporcionar una vida sin dificultades económicas, sobre todo cuando uno se empieza a hacer mayor. Pero eligió madrugar, trabajar, apasionarse y también a veces polemizar con sus decisiones y estar al pié del cañón hasta el último de sus días
Supongo que en cuanto haya aterrizado en el “más allá” habrá convocado un Consejo de Administración.
Juan F. Bueno