El viernes iba en el metro y encontré asiento. Cuando me senté, miré a quien estaba a mi lado y las dos personas que charlaban animadamente me hicieron prestar atención a una frase que despertó mi curiosidad y me obligué a intentar escuchar, al menos la parte de la conversación que me fuera posible, hasta mi parada o la suya. 
 
 
“La odio” dijo, “No me extraña” contestó quien acompañaba en ese viaje.
 
Este viaje con muchas estaciones tenía toda la pinta de muy interesante. Veréis parece ser que…. Odiaba a quien había podido quitarle su sitio, y no me refiero al del vagón, aunque es difícil a esa hora encontrar uno, era a quien consideraba se había entrometido en su coto y acercado a la persona marcada como suya, de su propiedad y tenía ahí desde hacía tiempo y así tenía que ser y que no se le ocurriese de otra forma (decía con vehemencia). Por lo visto nunca pensó que pudiera aparecer alguien que se atreviera a cruzarse en su camino y cuestionar la forma de pensar, hacer o vivir. Encima se había atrevido a proponer alternativas que parecían mejores a las suyas.
 
Evito contar la serie de escenas que describía con todo lujo de detalles, que eran interesantísimas, al menos a mi me lo parecieron desde la tranquilidad y el silencio de mi asiento de espectadora. Lo interesante era ver como la emocionalidad y exageración al describirlas le hacían perder capacidad de análisis e incrementar la desproporción en sus respuestas y reacciones, en su voz, en sus gestos, al buscar y cuantificar a sus aliados. Las descalificaciones de algunas conductas de a quien odiaba, que cualquiera hubiera dicho que eran bastante normales, las comparaba con esos "realities" raros de televisión americanos que luego copiamos aquí, nada creíbles, buscando solo como herir y humillar. Al deseo de venganza a cualquier precio, que claramente le robaban la paz y que a veces rayaba en lo cómico, le ponía un punto más propio de un vodevil de Lina Morgan, que de una persona sana. El resentimiento teñido de ira, envolvían todo el relato, eso si, con más sufrimiento y menos sosiego de los que reconocía y con bastantes matices de tiranía y asimetría.
 
Y es que de las emociones, quizás la que más daño nos hace, es la ira y el sentimiento de odio que a veces genera. La capacidad de gestionarlas es uno de los elementos necesarios para nuestro bienestar emocional. Dar rienda suelta y/o reprimir esas emociones y sentimientos negativos  no resuelven nuestros conflictos emocionales, la resolución viene a través de ver qué es lo que realmente me ha afectado en mis creencias o valores, a qué tengo miedo y en qué parte actué nutriendo elementos de esos sucesos.
 
La clave de aquella conversación que seguía estación tras estación, estaba en descubrir qué era lo que realmente  tanto le afectaba, ¿se trataba de lo que podían opinar los demás? o ¿cómo se comportaban al conocerlo?, era en realidad ¿cómo impactaba eso de forma realista a su vida, a su futuro?, o quizás era el miedo a perder el control y la potestad sobre los personajes. A mi me parecía que reconocer que no había tenido razón desde el principio y por tanto su falta de objetividad y respeto con todos le habían llevado a ese vagón. Confieso que tuve ganas de preguntarlo, pero me contuve, aunque mi cuello notaba la tensión de la contorsión necesaria para seguir escuchando.
 
El odio se genera en el mismo punto del cerebro donde se produce el amor, de ahí la dificultad que tienen muchas parejas para distinguir si se odian o se aman.
 
Aún cuando el amor o el odio tengan una base emocional, son una elección, una decisión personal que emana del carácter de la persona ( valores, experiencias y aprendizajes). Jaume Scoler y M. Mercé Del Institut D´ecología emocional escribieron que: ”El odio no es un sentimiento que aparezca de repente. Uno tiene que dedicar mucho tiempo a su elaboración. Casi podemos decir que pide dedicación exclusiva y puede llegar a teñir con sus colores todos los ámbitos de la vida de quien odia”.
Esa dedicación exige que la persona se focalice en los pensamientos que justifican la elección de odiar. En muchos casos se intenta racionalizar a través de la búsqueda de argumentos que intenten dar congruencia y que avalen esa actitud. Pero el odio racionalizado y justificado con argumentos no deja de ser odio.
 
Así el odio, la ira o la hostilidad que le acompaña se convierten en pasiones que inevitablemente nos consumen mucha energía. ¿Inevitablemente?
 
 
La clave de anular ese inevitablemente pasa por:
-Evaluar los puntos de la autoestima que han sido dañados para tratarlos.
-Incrementar creencias asociadas a la tolerancia hacia las decisiones y/o errores ajenos y propios.
-Utilizar herramientas de cambio de observador, distanciandonos de los “palmeros” que nos dan la razón y acercándonos a personas que nos pueden hacer ver las cosas de otras maneras. A veces disculparse es el camino.

-Deconstruir los argumentos irracionales que han cimentado esa emoción y reducirlos al absurdo.

Se levantaban, seguían hablando y solo pude escuchar “sigo controlando cada día, como se le ocurra…” las puertas se cerraron y no pude oír el final, al levantar la vista un joven con mochila a la espalda se cruzó conmigo la mirada y sonriendo dijo …”no se entera aún de lo que ocurre, no se entera ni del por qué, ni quien es realmente quien, está obcecada, ¡¡pobre mujer!!”
 
No pude dejar de asentir. Oí por los altavoces, “próxima estación Avenida de América”, tenía que bajarme, pero seguramente esa historia continuaría para sus protagonistas principales.
 
 
Dejo en la mesa para pensar que … es posible que en realidad la gente odie a quien le hace sentir su propia inferioridad.
 
Mila Guerrero
 
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