domingo, 14 de diciembre de 2014

El fracaso es la más habitual de las experiencias. Si pensamos en fracaso como sinónimo de error, derrota o frustración debemos aceptar que nuestra vida está llena de pequeños fracasos. Mínimos, pero en lo cotidiano los míos son abundantes: una presentación no alcanza el nivel que yo quería, no dispongo de tiempo suficiente para una amiga que me necesita esta misma tarde o tengo un desencuentro con un familiar. Son fracasos de pequeña entidad, a los que nos sobreponemos con naturalidad y con el ritmo propio de una vida llena. También los tenemos grandes. A los fracasos me refiero. Afortunadamente son menos numerosos y menos abundantes. 

Si echamos la vista atrás todos tenemos fiascos que contar y algunos que han dejado huellas importantes, sino visibles: Rupturas sentimentales, proyectos laborales fallidos, etc. Y ese análisis suele ser negativo o estar impregnado de dolor. Claro, salvo excepciones, no somos masoquistas, y se vive mejor en las mieles del triunfo que en la amargura del fracaso. Pero esto, a mi modo de ver, no es del todo cierto.
Nuestras creencias limitantes y nuestro bagaje educacional tiene mucho que ver y se convierte en un lastre pesado, difícil de sacudir, que no nos facilita la vida. No, bien al contrario nos hace vivir cada pequeño malogro como una dolorosa muesca. Me revelo a dejarme hundir en ese naufragio. Y no quiero tampoco que lo hagan los míos.
Recientemente comentaba con una buena amiga un episodio que, en mi modesta opinión, no favorece nada nuestro sistema educativo. Mi hija de 8 años contaba un poco acomplejada que ella y varios de sus compañeros habían sido llevados a una clase de niños más pequeños cuando se habían equivocado un par de veces en hacer un ejercicio o los deberes. El castigo era tener que compartir una hora de clase con los peques y de esa forma exponer su torpeza al escaparate público. Lejos de conseguir ningún efecto beneficioso o motivador hacia el estudio tanto mi hija como otros niños manifestaban su deseo de no ir al colegio de forma reiterada. Desde luego acudimos a hablar con su tutora para cesar esta práctica de inmediato.
Mi amiga me contaba que su hijo de 16 años y que había pasado un año estudiando en Canadá contaba la experiencia contraria: allí le animaban en clase a dar soluciones o alternativas a los temas que se planteaban, y si éstas no eran correctas (lo que podía ocurrir con cierta frecuencia) los profesores le ayudaban a recorrer el camino de la reflexión para entender la validez o no de sus propuestas. Jorge decía que cuando estaba en su colegio de Madrid permanecía muchas veces callado porque si levantaba la mano y se equivocaba le ponían un punto negativo. En Canadá, sus compañeros le aplaudían.
El tema educativo tiene sin duda muchas aristas y lo dejo encima de la mesa como elemento de reflexión pero creo que flaco favor le estamos a haciendo a las generaciones más jóvenes cuando no les permitimos equivocarse para aprender. Por supuesto Jorge quiere regresar a Canadá….

Volviendo al ámbito profesional yo bendigo esos reveses, esos infortunios, esos fallos que nos permiten CRECER porque ahí es donde radica el aprendizaje.
Cuando doy cursos de Comunicación, sobre todo orientados a hacer presentaciones persuasivas siempre tengo que oír expresiones como “ese tipo es un crack”, “tiene un don”, “comunica de forma natural”, y de esa manera casi alejamos la posibilidad y la presión de tener que llegar a ser buenos en una determinada materia. Y nos olvidamos, ignoro si lo hace nuestro subconsciente, que esas personas a las que vemos en la cúspide de sus carreras profesionales llevan muchos cientos, a veces miles de horas de práctica en las que habrán cometido infinidad de errores. Y esos fallos, esos pequeños estropicios en lugar de hacerles hundirse y abandonar o estancarse les han animado a analizar qué fallaba e intentar mejorar en la siguiente ocasión. Y así una y otra vez. Podían optar por frustrarse, abandonar o desilusionarse. “yo no valgo para esto” es una frase que también escucho con frecuencia.

Pues yo contesto “no temas equivocarte”, casi todos podemos hacer muchas cosas. Sólo nos hacen falta dos ingredientes: técnicas o herramientas (se aprenden) y ganas o voluntad (esas dependen de nosotros).
A lo largo de mi andadura profesional he conocido a muy pocas personas, poquísimas, con un don natural para hacer buenas presentaciones. Para el resto de los mortales es imprescindible mucha práctica, técnicas y ganas de hacerlo bien.

¿Tú las tienes? Dicen que se alcanza el grado de maestría en cualquier disciplina con 10.000 horas. Y ni siquiera estoy segura que eso te garantice el fracaso cero.
Recuerda: El fracaso es la más habitual de las experiencias.

May Ferreira



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Publicado el domingo, 14 de diciembre de 2014 a las 14:00 por Juan Bueno

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martes, 9 de diciembre de 2014

El último Newsletter del año con nuestro deseo de un Feliz 2015. 
 
Dejamos atrás un año duro y difícil. Uno más de este largo ciclo que parece que toca fondo.
Hemos aprendido muchas cosas y ese bagaje de experiencias vividas nos debe servir para afrontar el futuro con cautela y además con optimismo.
Os deseamos un año 2015 cargado de prosperidad, trabajo, salud y resultados.



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Publicado el martes, 9 de diciembre de 2014 a las 10:49 por Juan Bueno

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domingo, 7 de diciembre de 2014

 
Nosotros y sólo nosotros decidimos cómo queremos que nos sucedan las cosas.
 











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Publicado el domingo, 7 de diciembre de 2014 a las 12:26 por Juan Bueno

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Descubre los Beneficios del Mentoring para las Personas y las Organizaciones.
 
















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Publicado el a las 11:48 por Juan Bueno

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Resulta sorprendente cuánto nos puede costar expresar con claridad nuestras opiniones, emociones o sentimientos, sin agresividad ni pasividad, simplemente diciendo de forma clara lo que queremos, respetando los derechos del otro y teniendo en cuenta la propia dignidad. Ni más ni menos que ejercitando la asertividad. Pues cuesta y mucho. Recientemente impartí un curso de Resiliencia (otro tema interesante que abordaremos en una próxima Newsletter), y al abordar con cada uno de los participantes (mandos medios de una importante multinacional) las expectativas y deseos para el curso, todos ellos, sin excepción, manifestaron su anhelo de adquirir por fin la pericia suficiente para poder expresar sus sentimientos de forma correcta, sin herir al otro. 
 
La buena noticia que pude compartir con ellos entonces y con vosotros ahora es que la asertividad se entrena, se aprende y se mejora. Hay técnicas y herramientas que nos permiten mejorar su ejercicio y adquirir mayor seguridad y destreza en su manifestación.

Porque la asertividad no es más que la expresión del equilibrio, de la justa medida, la mesura, la armonía, la sensatez que tantas veces es necesaria alcanzar en la vida y sin embargo sabemos que bordeamos tozudamente alcanzando la desproporción o la imparcialidad que sólo generan injusticia o insensatez. El aplomo y la tranquilidad que nos dan encontrar el camino de la virtud, de saber expresar desde el respeto y la educación aquello que sentimos, es un infinito placer.

Pero lo cierto es que nos topamos ante el aprieto de pedirle a nuestra mejor amiga el ticket de compra de un costoso regalo de cumpleaños que nos ha hecho. ¿Por qué pasas un momento horroroso sólo pensando esa posibilidad? Te hacía una enorme ilusión una cazadora de cuero negro y tu amiga del alma, te compró una maravillosa cazadora…. de un horrible e indescriptible color berenjena que no le favorece ni al abominable hombre de las nieves! Visualizas la situación y te ves a ti misma en un brete, si se lo pides, y llamándote estúpida si no lo haces. La asertividad es esa técnica que te ayudará a pedirle, sin herirla, y agradeciendo lo mucho que te ha gustado el regalo, ese ticket para cambiar el color por el negro que tanta ilusión te hace. Si lo haces con las palabras adecuadas, desde un profundo respeto y educación el otro no se sentirá atacado y tu dignidad estará a salvo. Además de evitar colgar en tu armario otra prenda inservible.
 
Una adecuada dosis de asertividad nos ayuda en la vida a establecer relaciones más sanas con los demás desde una comunicación más abierta y fluida. En los dos extremos se encuentran la pasividad y la agresividad. Igual de dañina la una que la otra. La agresiva hubiera lanzado un improperio a su amiga y a continuación la cazadora a la cabeza mientras gritaba a los cuatro vientos el conocido mal estilo y gusto de su amiga.

La pasiva se hubiera encogido de hombros musitando un apenas audible “gracias” mientras guardaba el regalo refunfuñando para sus adentros “yo quería un bolso”. Igual de funesta que la anterior aunque las formas externamente puedan parecer algo mejores. Pero es una situación perversa. Las personas agresivas suelen mantener a raya a los que les rodean, mientras que los pasivos tienen más gente alrededor. Pero no nos engañemos, los pasivos van llenando su mochila de resentimiento y hostilidad, con las pequeñas cosas del día a día y tampoco establecen relaciones sanas.
 
Por eso conviene practicar la asertividad aunque cueste, y decirle a su jefe qué le ha parecido mal de la reunión, con argumentos y educación; y decirle a su suegra que este año no toca cenar con ella en Nochebuena desde el cariño y el respeto; y decirle a su amigo que… pero empiece poco a poco. Como cualquier cambio de comportamiento hay que abordarlo en pequeñas dosis. Y cuando logre pequeños triunfos, hay que premiarse y celebrarlo. Con cariño y asertividad. Tal vez sea ese el momento de invitar a su amiga, sí, sí, la del cumpleaños a tomar una cerveza, para que vea lo bien que le queda la cazadora negra….

May Ferreira




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Publicado el a las 11:18 por Juan Bueno

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domingo, 30 de noviembre de 2014

Un proyecto de trabajo me permitió conocer hace unos meses la empresa Leo Burnett, y a su presidenta, Chiqui Búa, una de esas mujeres que ha llegado a lo más alto dentro de su organización, con la suma de las dos T: Trabajo + Talento. Pues bien, Leo Burnett es la empresa que ha realizado el impactante anuncio de la lotería de este año. Porque si algo podemos afirmar sobre la historia que se relata en el Bar de Antonio es que no deja indiferente. Al menos a las personas de sentimientos. Y esta época del año en la que irremediablemente estamos a punto de sumergirnos es más proclive al florecimiento de emociones.




La historia con la que nos lleva el anuncio hasta el modesto bar donde ha estallado la alegría, es tan sólo un vehículo con el que fantasear y pensar que cada uno de nosotros podríamos ser esa fría mañana un Manuel cualquiera, de aspecto sombrío y taciturno, maldiciendo su suerte por no haber comprado lotería. Esa misma imaginación ensoñadora (tan propia de las fiestas que se acercan) nos permite divagar con un amigo bonachón, tan grande su tripa como su corazón, que habrá comprado un décimo para compartirlo con nosotros y nos lo da desde la barra del bar, mientras el resto de los afortunados gritan ajenos a todo: “nos ha tocado el gordo”.  
 
El anuncio, el buen hacer de Chiqui Búa, las historias del bar de Antonio, y el talento de la gente de Leo Burnett ha dejado una ventana abierta al anhelo, al deseo, a cerrar los ojos y por unos momentos escapar de la realidad. ¡y nos hace tanta falta! Ese modestísimo bar que huele a madrugones de gente humilde, a muchas desesperanzas, a dificultades para llegar a fin de mes se convierte ahora en una fiesta donde corre el cava o un vino peleón que sabe y huele como el mejor Moët Chandon. Ese bar de hules desgastados y descoloridos permite evocar e imaginar ahora esperanzas que estaban guardadas en el cajón, olvidadas por la premura de las facturas cotidianas de la luz o el seguro del coche. Sí, Chiqui y su gente han desdeñado todo lo que nos rodea, gris, mezquino, deprimente y han dejado escapar la imaginación para acariciar una fantasía.
 

Está rodado con tanta sencillez y realismo que han conseguido alejarse de la ficción y por un momento, el sueño…. Parecía real.

Sin embargo me parece un espejismo cifrar los sueños de futuro en el dinero o creer que por el hecho de ganar la lotería vamos a alcanzar la felicidad. No siempre tiene por qué ser así, y hace poco leía una estadística que decía que un porcentaje muy elevado de personas que habían recibido grandes premios en juegos de azar, una década más tarde ya no tenían ese dinero, por haberlo despilfarrado o invertido mal.

Pero no es ésa la cuestión. El multimillonario griego Aristóteles Onassis decía “el dinero no da la felicidad pero calma los nervios”.
 
Pero si tengo que quedarme  con un mensaje  de una historia tan emotiva como la de Manuel, es con la de compartir con su amigo su fortuna y no olvidarle en ese momento en que la suerte les sonríe. Ese sentimiento que les une en el momento de entregar el décimo, es francamente poderoso.

Ya lo decía mi hija pequeña cuando estaba en la guardería (tres años) y llegaba a casa y le quería quitar algo a su hermana mayor. “María, compartir es vivir”. Y se lo arrebataba sin contemplaciones.

Por cierto, la mentora de Chiqui Búa es mi gran amiga Mila Guerrero, que publica en un blog, de los de pensar y reflexionar con humor y con amor: https://humanrecblog.wordpress.com/
 
Os recomiendo que leáis sus publicaciones..

 
No me gusta la Navidad, salvo por mis hijas que la disfrutan mucho, pero prometo este año más que nunca comprar y compartir mis décimos de lotería.
Gracias Chiqui por compartir el resultado de tu talento.
 
El anuncio hay que incluirlo en el Manual para soñar en tiempos difíciles.
 
Por cierto, el especial del diario El Mundo de este fin de semana (Yo Dona) publica la lista de las 500 mujeres más influyentes, entre las que se encuentra Chiqui Bua. Enhorabuena
 
May Ferreira

 

 
 



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Publicado el domingo, 30 de noviembre de 2014 a las 20:12 por Juan Bueno

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domingo, 23 de noviembre de 2014



Hace unos días escribí un tweet que decía: “Si contratas mediocridad no puedes exigir resultados excelentes. No estaría ni justificado ni pagado. Pero muchas empresas lo hacen”. La frase fue muy retwiteada y marcada como favorita. ¿por qué? Supongo que otras personas lo han hecho, o sea lo han difundido a su vez porque están de acuerdo conmigo. Lo cual no deja de ser lamentable. En cuanto al fondo de la cuestión, claro está.


Me encantaría pensar y sentir lo contrario pero la mediocridad me parece instalada en muchas áreas de nuestra vida y últimamente la veo sentada en algunos puestos claves en ciertas organizaciones y en otros mucho menos importantes, pero la vulgaridad de los servicios que prestan te puede complicar la vida.
 
La semana pasada tuve que cumplimentar un  trámite, absurdo donde los haya.
Tenía que incluir "una palabra", una sola palabra en un documento que cumplimente telemáticamente (al que por cierto la Administración me contestó por correo ordinario). El documento en cuestión está en el sistema informático de la oficina en la que me persono. Hablo con un funcionario, que me manda a hacer un recorrido por 4 plantas del edificio, para acabar de nuevo frente a él.  Le pido que incluya él la palabra (él me muestra en la pantalla de su ordenador mi expediente) y zanjado el asunto. Pues no.
 
Tengo que ir a una impresora que está enfrente de su despacho, imprimir 6 hojas, cumplimentar el impreso, entregárselo al funcionario para que me ponga un sello y pase a la ventanilla de al lado donde lo entrego (aquí me dicen que me sobran dos copias y me da una explicación que ni quiero ni necesito, sobre cambios en el sistema que ya no requieren "tanto papel") y este incluye la palabra en mi documento telemático.
 
Ni que hablar de la cola descomunal entorno a la impresora, pues los pobres ciudadanos de a pié que allí nos encontrábamos, teníamos delante de la pantalla del ordenador un sinfín de documentos con títulos ininteligibles que intentábamos descifrar, echándonos una mano unos a otros. Mientras, los funcionarios, sentados enfrente, mirando. El edificio que alberga en la misma proporción (ineficacia y tamaño) tenía la friolera de 18 plantas. Yo me recorrí 4 de ellas, acabando de hacer el trámite por la que había comenzado. Cito este ejemplo del sector público porque lo tengo muy reciente. Y vaya por delante todo mi respeto y admiración por los funcionarios de la administración pública española, trabajadores a los que siempre he defendido y defenderé, aunque este lamentable episodio pueda arrojar una sombra de duda al respecto.  
 
En la Empresa privada la imperfección últimamente me salpica sin piedad, la pequeñez, la vulgaridad. La falta de conocimiento hace mucho daño, se peca con demasiada frecuencia de imprecisiones que paga el cliente o el proveedor. Se trata en ocasiones de aspectos insignificantes, pero son éstos y no los grandes los que ponen de manifiesto la ausencia de calidad, y lo que para mí es peor, la ausencia de voluntad de conseguirla.
 
En algunos de los cursos que imparto insisto de forma machacona en la automotivación tan fuerte que uno puede conseguir con el placer que genera el trabajo bien hecho, el trabajo de calidad que se hace de forma sostenible y repetida en el tiempo. Sinceramente creo que si a uno le gusta lo que hace, pocas cosas hay más placenteras cómo el trabajo.
 
Es una forma de autoestimularse (un alumno me dijo con gracia que ese verbo a él le parecía sugerente) en el ámbito laboral (me apresuré a aclarar yo) muy poderosa.

Entre todos tenemos que romper ese círculo  corpulento y forzudo de mediocridad y resultados medianos que nos rodea y nos puede ahogar sin remedio. Claro, la justificación es la crisis. Como todo está en crisis defendemos con brío hacer las cosas a medias. Me niego en rotundo. Y si echamos un vistazo a los casos de corrupción de políticos, banqueros, folklóricas, yernos reales, directivos de empresas, falsos empresarios de la formación y demás fauna ibérica tendríamos que caer en un profundo sopor de unos 100 años, más o menos, y cualquiera se atreve a despertarse bajo el beso de un príncipe! La sangre real ya no garantiza casi nada, salvo muchas portadas en el HOLA y el discurso de la cena de Nochebuena, que a este paso lo dirá el líder de Podemos o el pequeño-gran Nicolás, ese nuevo espécimen de la picaresca del siglo XXI o del espionaje pillado antes de tiempo. Vaya usted a saber!

En fin, no quiero que me invada  el pesimismo, pero reclamo desde este post el ánimo y la pasión de una raza como la nuestra, el optimismo consciente y la voluntad de hacer las cosas bien y de forma rentable. Que por ahí fuera la gente está muy espabilada y nos comen el terreno. Nos sacan de la foto. Y los recursos son escasos.
 
 
La semana pasada estuve en París y una vez más los franceses me sorprendieron. Son gente lista. No se puede negar que tienen grandes productos. ¡qué podemos decir de sus perfumes o del foie o la moda! Pero también tienen otros mediocres, absolutamente mediocres o incluso malos, y es increíble lo bien que los venden, los promocionan y los rentabilizan. El día de mi viaje era la fiesta del Beaujolais nouveau, un vino que aquí llamaríamos peleón, pues bien, todo París era una fiesta en torno al vino. En el restaurante en el que comimos al mediodía nos dijeron que no se permitía servirlo hasta las 12 de la noche porque entonces empezaba la fiesta del Beaujolais…. O sea son capaces de crear todo un ritual en torno a un producto… regular. Por cierto, la botella cuesta 45 euros

La diferencia con los españoles es que cuando somos mediocres en lugar de sacarle partido lo que hacemos es rebozarnos, y la verdad es que el rebozado de mediocridad, empacha.
 

May Ferreira





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Publicado el domingo, 23 de noviembre de 2014 a las 13:28 por Juan Bueno

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