Hace unos días escribí un tweet que decía: “Si contratas mediocridad no puedes exigir resultados excelentes. No estaría ni justificado ni pagado. Pero muchas empresas lo hacen”. La frase fue muy retwiteada y marcada como favorita. ¿por qué? Supongo que otras personas lo han hecho, o sea lo han difundido a su vez porque están de acuerdo conmigo. Lo cual no deja de ser lamentable. En cuanto al fondo de la cuestión, claro está.
Me encantaría pensar y sentir lo contrario pero la mediocridad me parece instalada en muchas áreas de nuestra vida y últimamente la veo sentada en algunos puestos claves en ciertas organizaciones y en otros mucho menos importantes, pero la vulgaridad de los servicios que prestan te puede complicar la vida.
La semana pasada tuve que cumplimentar un trámite, absurdo donde los haya.
Tenía que incluir "una palabra", una sola palabra en un documento que cumplimente telemáticamente (al que por cierto la Administración me contestó por correo ordinario). El documento en cuestión está en el sistema informático de la oficina en la que me persono. Hablo con un funcionario, que me manda a hacer un recorrido por 4 plantas del edificio, para acabar de nuevo frente a él. Le pido que incluya él la palabra (él me muestra en la pantalla de su ordenador mi expediente) y zanjado el asunto. Pues no.
Tengo que ir a una impresora que está enfrente de su despacho, imprimir 6 hojas, cumplimentar el impreso, entregárselo al funcionario para que me ponga un sello y pase a la ventanilla de al lado donde lo entrego (aquí me dicen que me sobran dos copias y me da una explicación que ni quiero ni necesito, sobre cambios en el sistema que ya no requieren "tanto papel") y este incluye la palabra en mi documento telemático.
Ni que hablar de la cola descomunal entorno a la impresora, pues los pobres ciudadanos de a pié que allí nos encontrábamos, teníamos delante de la pantalla del ordenador un sinfín de documentos con títulos ininteligibles que intentábamos descifrar, echándonos una mano unos a otros. Mientras, los funcionarios, sentados enfrente, mirando. El edificio que alberga en la misma proporción (ineficacia y tamaño) tenía la friolera de 18 plantas. Yo me recorrí 4 de ellas, acabando de hacer el trámite por la que había comenzado. Cito este ejemplo del sector público porque lo tengo muy reciente. Y vaya por delante todo mi respeto y admiración por los funcionarios de la administración pública española, trabajadores a los que siempre he defendido y defenderé, aunque este lamentable episodio pueda arrojar una sombra de duda al respecto.
En la Empresa privada la imperfección últimamente me salpica sin piedad, la pequeñez, la vulgaridad. La falta de conocimiento hace mucho daño, se peca con demasiada frecuencia de imprecisiones que paga el cliente o el proveedor. Se trata en ocasiones de aspectos insignificantes, pero son éstos y no los grandes los que ponen de manifiesto la ausencia de calidad, y lo que para mí es peor, la ausencia de voluntad de conseguirla.
En algunos de los cursos que imparto insisto de forma machacona en la automotivación tan fuerte que uno puede conseguir con el placer que genera el trabajo bien hecho, el trabajo de calidad que se hace de forma sostenible y repetida en el tiempo. Sinceramente creo que si a uno le gusta lo que hace, pocas cosas hay más placenteras cómo el trabajo.
Es una forma de autoestimularse (un alumno me dijo con gracia que ese verbo a él le parecía sugerente) en el ámbito laboral (me apresuré a aclarar yo) muy poderosa.
Entre todos tenemos que romper ese círculo corpulento y forzudo de mediocridad y resultados medianos que nos rodea y nos puede ahogar sin remedio. Claro, la justificación es la crisis. Como todo está en crisis defendemos con brío hacer las cosas a medias. Me niego en rotundo. Y si echamos un vistazo a los casos de corrupción de políticos, banqueros, folklóricas, yernos reales, directivos de empresas, falsos empresarios de la formación y demás fauna ibérica tendríamos que caer en un profundo sopor de unos 100 años, más o menos, y cualquiera se atreve a despertarse bajo el beso de un príncipe! La sangre real ya no garantiza casi nada, salvo muchas portadas en el HOLA y el discurso de la cena de Nochebuena, que a este paso lo dirá el líder de Podemos o el pequeño-gran Nicolás, ese nuevo espécimen de la picaresca del siglo XXI o del espionaje pillado antes de tiempo. Vaya usted a saber!
En fin, no quiero que me invada el pesimismo, pero reclamo desde este post el ánimo y la pasión de una raza como la nuestra, el optimismo consciente y la voluntad de hacer las cosas bien y de forma rentable. Que por ahí fuera la gente está muy espabilada y nos comen el terreno. Nos sacan de la foto. Y los recursos son escasos.
La semana pasada estuve en París y una vez más los franceses me sorprendieron. Son gente lista. No se puede negar que tienen grandes productos. ¡qué podemos decir de sus perfumes o del foie o la moda! Pero también tienen otros mediocres, absolutamente mediocres o incluso malos, y es increíble lo bien que los venden, los promocionan y los rentabilizan. El día de mi viaje era la fiesta del Beaujolais nouveau, un vino que aquí llamaríamos peleón, pues bien, todo París era una fiesta en torno al vino. En el restaurante en el que comimos al mediodía nos dijeron que no se permitía servirlo hasta las 12 de la noche porque entonces empezaba la fiesta del Beaujolais…. O sea son capaces de crear todo un ritual en torno a un producto… regular. Por cierto, la botella cuesta 45 euros
La diferencia con los españoles es que cuando somos mediocres en lugar de sacarle partido lo que hacemos es rebozarnos, y la verdad es que el rebozado de mediocridad, empacha.
May Ferreira
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