Los que no somos nativos digitales encontraremos en el Reverse Mentoring una útil herramienta, ya que en la mayoría de los casos los Mentores serán más jóvenes que nosotros.
miércoles, 4 de marzo de 2015
El viernes iba en el metro y encontré asiento. Cuando me senté, miré a quien estaba a mi lado y las dos personas que charlaban animadamente me hicieron prestar atención a una frase que despertó mi curiosidad y me obligué a intentar escuchar, al menos la parte de la conversación que me fuera posible, hasta mi parada o la suya.
“La odio” dijo, “No me extraña” contestó quien acompañaba en ese viaje.
Este viaje con muchas estaciones tenía toda la pinta de muy interesante. Veréis parece ser que…. Odiaba a quien había podido quitarle su sitio, y no me refiero al del vagón, aunque es difícil a esa hora encontrar uno, era a quien consideraba se había entrometido en su coto y acercado a la persona marcada como suya, de su propiedad y tenía ahí desde hacía tiempo y así tenía que ser y que no se le ocurriese de otra forma (decía con vehemencia). Por lo visto nunca pensó que pudiera aparecer alguien que se atreviera a cruzarse en su camino y cuestionar la forma de pensar, hacer o vivir. Encima se había atrevido a proponer alternativas que parecían mejores a las suyas.
Evito contar la serie de escenas que describía con todo lujo de detalles, que eran interesantísimas, al menos a mi me lo parecieron desde la tranquilidad y el silencio de mi asiento de espectadora. Lo interesante era ver como la emocionalidad y exageración al describirlas le hacían perder capacidad de análisis e incrementar la desproporción en sus respuestas y reacciones, en su voz, en sus gestos, al buscar y cuantificar a sus aliados. Las descalificaciones de algunas conductas de a quien odiaba, que cualquiera hubiera dicho que eran bastante normales, las comparaba con esos "realities" raros de televisión americanos que luego copiamos aquí, nada creíbles, buscando solo como herir y humillar. Al deseo de venganza a cualquier precio, que claramente le robaban la paz y que a veces rayaba en lo cómico, le ponía un punto más propio de un vodevil de Lina Morgan, que de una persona sana. El resentimiento teñido de ira, envolvían todo el relato, eso si, con más sufrimiento y menos sosiego de los que reconocía y con bastantes matices de tiranía y asimetría.
Y es que de las emociones, quizás la que más daño nos hace, es la ira y el sentimiento de odio que a veces genera. La capacidad de gestionarlas es uno de los elementos necesarios para nuestro bienestar emocional. Dar rienda suelta y/o reprimir esas emociones y sentimientos negativos no resuelven nuestros conflictos emocionales, la resolución viene a través de ver qué es lo que realmente me ha afectado en mis creencias o valores, a qué tengo miedo y en qué parte actué nutriendo elementos de esos sucesos.
La clave de aquella conversación que seguía estación tras estación, estaba en descubrir qué era lo que realmente tanto le afectaba, ¿se trataba de lo que podían opinar los demás? o ¿cómo se comportaban al conocerlo?, era en realidad ¿cómo impactaba eso de forma realista a su vida, a su futuro?, o quizás era el miedo a perder el control y la potestad sobre los personajes. A mi me parecía que reconocer que no había tenido razón desde el principio y por tanto su falta de objetividad y respeto con todos le habían llevado a ese vagón. Confieso que tuve ganas de preguntarlo, pero me contuve, aunque mi cuello notaba la tensión de la contorsión necesaria para seguir escuchando.
El odio se genera en el mismo punto del cerebro donde se produce el amor, de ahí la dificultad que tienen muchas parejas para distinguir si se odian o se aman.
Aún cuando el amor o el odio tengan una base emocional, son una elección, una decisión personal que emana del carácter de la persona ( valores, experiencias y aprendizajes). Jaume Scoler y M. Mercé Del Institut D´ecología emocional escribieron que: ”El odio no es un sentimiento que aparezca de repente. Uno tiene que dedicar mucho tiempo a su elaboración. Casi podemos decir que pide dedicación exclusiva y puede llegar a teñir con sus colores todos los ámbitos de la vida de quien odia”.
Esa dedicación exige que la persona se focalice en los pensamientos que justifican la elección de odiar. En muchos casos se intenta racionalizar a través de la búsqueda de argumentos que intenten dar congruencia y que avalen esa actitud. Pero el odio racionalizado y justificado con argumentos no deja de ser odio.
Así el odio, la ira o la hostilidad que le acompaña se convierten en pasiones que inevitablemente nos consumen mucha energía. ¿Inevitablemente?
La clave de anular ese inevitablemente pasa por:
-Evaluar los puntos de la autoestima que han sido dañados para tratarlos.
-Incrementar creencias asociadas a la tolerancia hacia las decisiones y/o errores ajenos y propios.
-Utilizar herramientas de cambio de observador, distanciandonos de los “palmeros” que nos dan la razón y acercándonos a personas que nos pueden hacer ver las cosas de otras maneras. A veces disculparse es el camino.
-Deconstruir los argumentos irracionales que han cimentado esa emoción y reducirlos al absurdo.
Se levantaban, seguían hablando y solo pude escuchar “sigo controlando cada día, como se le ocurra…” las puertas se cerraron y no pude oír el final, al levantar la vista un joven con mochila a la espalda se cruzó conmigo la mirada y sonriendo dijo …”no se entera aún de lo que ocurre, no se entera ni del por qué, ni quien es realmente quien, está obcecada, ¡¡pobre mujer!!”
No pude dejar de asentir. Oí por los altavoces, “próxima estación Avenida de América”, tenía que bajarme, pero seguramente esa historia continuaría para sus protagonistas principales.
Dejo en la mesa para pensar que … es posible que en realidad la gente odie a quien le hace sentir su propia inferioridad.
Mila Guerrero
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Publicado el a las 22:04 por Juan Bueno
Hace unos meses impartiendo un curso a un grupo de directivos sobre “eficacia y adecuada gestión del tiempo” surgió un interesante debate que traigo a colación para hacer una reflexión sobre el modelo de comportamiento al que yo personalmente llamo “Triángulo malvado de Karpman”.
En efecto, en ese taller, varias de las directivas (remarco que se manifestaba más en las mujeres asistentes que en los hombres), se quejaban amargamente de no alcanzar a cumplir todas sus responsabilidades: “tengo tantas cosas que hacer y no me llega el tiempo”. Les animé a hacer un análisis de todas aquellas tareas que asumían para descubrir dónde estaban las dificultades, ya que el tiempo es el mismo para todos. Como decía un jefe mío “el día tiene 24 horas, pero si te levantas a las 6, tiene 25”.
Lo que se manifestó como elemento común en aquellas que presentaban un elevado nivel de estrés por asumir demasiadas tareas es que algunas de las que provocaban esa sobrecarga, no les correspondía hacerlas a ellas. Así fui descubriendo que una asumía todas las llamadas que tenía que hacer su madre a médicos para organizar sus citas, a la peluquería para pedir hora o al supermercado para que le subieran la leche. Cuando le pregunté si su madre estaba incapacitada o tenía algún problema cognitivo su respuesta fue: ”de cabeza está perfecta, pero es viuda”. No me sorprendió en exceso su respuesta porque esa misma directica confirmaba atender el móvil cuando la llamaba su jefe a las 22h30, aunque estaba acostando a sus 3 hijos de corta edad.
Comprendí que esa persona estaba fuertemente orientada a complacer a los demás, y anteponía a ello sus propias prioridades. Parecía contrariada, frustrada y sumamente cansada.
Decidí compartir con todos ellos el modelo de Karpman que ahora os expongo, porque algunas otras personas, por circunstancias diferentes expresaban un malestar similar.
En el Triángulo de Karpman hay 3 roles: Víctima, Salvador y Perseguidor. Cuando entramos en esa relación dañina podemos ir alternando cada uno de esos roles.
Porque en este caso nuestra directiva asumía el papel de Salvadora. Ese perfil es el de una mujer que prestando ayuda asume más funciones de las que le corresponden, y probablemente se queja de la cantidad de esfuerzos que tiene que hacer. “Abusan de mi generosidad”, suelen pensar los salvadores. Esa forma de ayudar representa la necesidad de sentirse superior.
Esta actitud resulta nociva para la Víctima (la madre, viuda), que a pesar de estar en plena posesión de sus facultades deja que sea su hija la que hace un montón de tareas que ella podría asumir. La víctima se hace así cada vez más incapaz. Son perfiles que suelen actuar desde la culpa y la tristeza y ello les genera una baja autoestima. La víctima lanza en ocasiones mensajes o señales de no saber hacer bien las cosas. Pensemos en esas personas en el trabajo que hacen mal una tarea y de forma automática la asume su jefe, provocando la merma en la autoestima del trabajador y la sobrecarga en el jefe, que emplea su tiempo en tareas que debería delegar. La víctima se suele sumergir en un círculo vicioso de resentimiento contra la vida y contra la salvadora, en este caso, que la rescata de su incapacidad.
Otra de las directivas (con una situación similar atendiendo a su madre) comentaba con amargura cómo su madre nunca estaba satisfecha de la ayuda recibida por ella y la comparaba con las hijas de otras amigas suyas, según ellas mucho más pendientes de sus madres. O sea la víctima manifiesta resquemor y la salvadora se siente frustrada. De momento, todos se sienten mal. Es un modelo de relaciones dañino, insano.
La tercera figura es la del Perseguidor/a, que suele responder a un patrón de agresividad, movido en su actuación por satisfacer sus propias necesidades e intereses. El Perseguidor suele ser una persona rígida, poco adaptable y que hace sentir a los demás vulnerables.
Mi denominación de Triángulo Perverso se debe a que esos roles van cambiando, van mutando, y el salvador cansado de salvar empieza a perseguir; la víctima sale de su pasividad y persigue vengativamente y el perseguidor tiene mala conciencia y se dedica a salvar.

Reflexiona con serenidad si en alguna relación de tu vida hay un triángulo perverso y si es así piensa que el salvador se sustituye por el “ayudador empático”; la víctima es capaz y debemos animarla a que lo siga siendo y el perseguidor…. Mejor mantenerlo alejado.
May Ferreira
Publicado el a las 21:38 por Juan Bueno
martes, 24 de febrero de 2015
Comunicar de manera eficaz o morir en el intento puede parecer una exageración, pero no lo es. Pocas cualidades se han visto inalteradas con el paso del tiempo o incluso han ganado peso y en la actualidad pueden marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso. Ser un profesional reconocido o simplemente mediocre.
Desde la época de los clásicos la retórica (el arte de hablar con elocuencia) se convirtió en un instrumento decisivo para encumbrar a personas que hacían del discurso casi su signo de distinción (hoy sería algo así como el branding). La evolución de los tiempos ha modificado los modos y maneras de expresarnos, pero sigue siendo una exigencia indiscutible el dominio de unas buenas habilidades comunicativas, no ya para garantizar el éxito, sino simplemente en ocasiones para no estar fuera de un mundo laboral cada vez más competitivo, exigente y multidisciplinar.
Comunicar con persuasión significa ser capaz de cumplir el objetivo que hay detrás de cada mensaje, presentación o discurso: conmover, convencer, informar, lograr adhesiones. Pero ¿cómo abordar esas competencias que parecen esenciales? En primer lugar dejando de lado nuestras creencias limitantes (a hablar en público se aprende hablando en público; este camino no tiene atajos) y por otro haciendo un trabajo previo de reflexión y orden de ideas, objetivo, mensaje y tipo de audiencia.
“Hablar bien en público, requiere previamente pensar bien en privado”. Y para ello hay que acabar con el temor al folio en blanco. Cualquier presentación o discurso debería empezar por responder a unas sencillas preguntas: ¿para qué?, ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿quién?

La llave maestra de una comunicación persuasiva eficaz radica en establecer una buena estructura del mensaje, lineal, sencilla de seguir y sobre todo que deja huella en nuestro recuerdo. Sólo de esa forma la audiencia se movilizará a la acción y habremos conseguido nuestro objetivo. Ese discurso debe tener un inicio, desarrollo y conclusión. Como si de una historia se tratase.
Todos los días asistimos a muchas presentaciones mediocres, que fracasan y caen en el más absoluto de los olvidos porque el ponente está más preocupado por sí mismo que por su audiencia. Si el ponente sólo se centra en sus nervios, su preparación y todo lo que rodea a su persona dejará relegado al público. Esa desatención hacia los receptores del mensaje se nota en no cuidar aspectos como hacer un inicio impactante (un video, una cita, un reto, una pregunta retórica), un desarrollo interesante, involucrando a la audiencia y un final memorable (recuerda, se trata de permanecer en el recuerdo). Algunas sillas se pueblan de bostezos y de personas que miran sin disimulo su móvil o su Tablet. Estos son síntomas inequívocos del estado de aburrimiento de la audiencia.

Esas limitaciones vienen dadas por un lado por el tiempo de que dispones: el tiempo siempre es un recurso limitado y el volumen de información o conocimiento que manejas es muy superior al que podrías “encorsetar” en esa presentación de 30 minutos o una hora. Y por otro está la capacidad cognitiva de la audiencia: por muy inteligente e interesada que esté no podrá absorber grandes teorías ni datos en tan breve espacio de tiempo. El público se ve condicionado por las limitaciones propias de la memoria y su capacidad de procesamiento. De modo que el ponente tiene que hacer el esfuerzo de estructurar y presentar de forma atractiva, impactante y sencilla el mensaje. Algunos autores dicen al respecto: “cuanto más metes en tu presentación, menos saca la audiencia”.

Para convencer a tu auditorio necesitas algo más que la lógica, datos y hechos; necesitas la emoción, para desde ahí movilizar a la decisión.
Recuerda, comunicar o morir, y no es una exageración.
Recuerda, comunicar o morir, y no es una exageración.
Por último, no olvidar un recurso de valor incalculable como es la utilización de los Mapas Mentales cómo elemento de ayuda y soporte para: No olvidar nada de nuestro discurso y estar pendientes de la audiencia y no de nuestras notas.
May Ferreira

Publicado el martes, 24 de febrero de 2015 a las 19:30 por Juan Bueno
sábado, 14 de febrero de 2015
Estoy trabajando en la valoración de candidatos de un proceso de selección y además de sus CV suelo echar un vistazo a su presencia en redes sociales, y me ha hecho reflexionar de algo que nos suele pasar desapercibido: nuestra reputación.com.
¿Por qué en las Empresas “la reputación corporativa” muy vinculada a las redes sociales, es una de las claves para competir en mercados y sin embargo no lo cuidamos con el mismo esmero cuando se trata de la reputación personal?
Las Empresas con buena reputación se diferencian porque sus públicos (stakeholders) las perciben como más atractivas que a sus competidores, ¿no será el mismo proceso para cada uno de nosotros?.
Si bien es cierto que han sido las redes sociales las que se han encargado de echar por tierra muchas reputaciones, también son plataformas idóneas para exponer una buena reputación.
Los medios sociales son ciertamente positivos, sin embargo no se debe perder la perspectiva; cualquier comportamiento que se aleje de la calidad, la elegancia, la discreción y la ética, se paga con la pérdida de la reputación, bien personal o bien asociada a tu negocio.
Uno de los principales riesgos a los que nos enfrentamos ante una pérdida de reputación es la privacidad, si bien es cierto que existen herramientas que permiten la protección de ésta variable, en muchas ocasiones se activa demasiado tarde, y en realidad no siempre es tan controlable como deseamos, sin perder de vista que en tu esfera privada estás tú y personas vinculadas contigo que también pueden verse afectadas por tus comentarios de forma indirecta.
Ejemplos de comportamientos imprudentes que han supuesto la pérdida de la reputación online, dinamitando a veces su privacidad existen muchos, y no siempre asociados a la gente más joven. Cañizares y su foto en la ducha, Olvido Hormigos y su vídeo a un amigo, Bisbal y sus pirámides de Egipto… recuerdo aquella esposa de un político británico y sus fotos en bikini subidas en twitter.
Las fotos que se suben alguna vez y, hecho públicas ya no son nuestras y cualquiera puede tenerlas y usarlas en cualquier medio por más que ahora queramos ocultarlas. Además no tienen fecha de caducidad. Ocurre que si has usado la foto con tu marido y tu hijo pequeño de unas vacaciones y subido a tu twitter como perfil esa foto estará ya visible siempre, también aquella bailando de forma loca con más de una copa en el cuerpo, o en bikini blanco semimojado. No lo dudes, estará aquella foto con quien no debías estar y te han hecho precisamente en ese momento y te la han publicado o ese vídeo con aquel amigo en actitud poco discreta que preferías no se supiera donde y cuando habeis estado o esa otra en su coche y alguien si la ha puesto en Google … ya no hay remedio.

El lenguaje conforma la realidad suelo decir en los programas de formación y a mis coechees. Wilhelm von Humboldt lingüista, quien con 13 años hablaba latín, griego y francés, además de alemán y de adulto llegó a hablar también inglés, español, euskera (en San Sebastián hay una calle dedicada a él), húngaro, checo y lituano pensaba que el lenguaje que usamos organiza la realidad en distintas categorías y determina la forma de pensar, de percibir y sentir la realidad que vivimos. Y añadimos que según organizamos y usamos nuestro lenguaje representamos como estamos percibiendo nuestra vida, cómo somos, cómo queremos que nos vean, en definitiva diseña nuestra propia reputación social y así será como al final nos van interpretar los demás.
Un axioma del que no debemos apartarnos decía un experto en redes es: No subas ni digas aquello que nunca expondrías ni dirías en la plaza de tu pueblo. Para construir y mantener una buena reputación online tus exposiciones en las redes (facebook, twitter, tuenti, badoo, instagram, linkedin, myspace, google +, meetic… ) deben ser prudentes, discretas y consecuentes con las palabras que uses.
Internet y las redes sociales han hecho pública nuestra reputación, es por este motivo que conviene tener muy presente que ahora más que nunca, la máxima “acto – consecuencia” adquiere dimensiones que hasta ahora eran desconocidas y no estábamos muy acostumbrados.
Quizás aunque parezca que son únicamente las Empresas las que deben preocuparse por su branding corporativo, no se debe olvidar que transitamos por el ciclo de los negocios personales sociales, lo que implica que la reputación online de cada uno de nosotros, es tan determinante que su pérdida no sólo afectará a tu prestigio personal, sino y lo que es más importante, a tu futuro.
Dejo encima de la mesa para más que pensar… revisar y quizás borrar algo no excesivamente meditado… aunque ya quede su huella en algún sitio.
Mila Guerrero
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Publicado el sábado, 14 de febrero de 2015 a las 20:20 por Juan Bueno
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