domingo, 6 de diciembre de 2015

Todo lo que huele a moda o tendencia tiene un problema acuciante: nace con fecha de caducidad. Si esta primavera se llevan las rayas y los colores pastel ¡ay de aquel que no tenga en el armario una de esas prendas! Pondrá de manifiesto su escaso gusto o conocimiento de lo más “in”. Una pena. Pero es todo tan breve que puede resultar estresante hasta la extenuación. Porque la temporada siguiente sólo se llevan los lunares y los tonos intensos. Así que aquellas prendas rayadas como el traje de Obélix y los colores suaves y amorosos quedan relegados al más cruel de los ostracismos.


Con la transformación digital parece que eso no ocurrirá. Más allá de una moda pasajera o una tendencia, ha venido para quedarse. Y los gurús de este asunto no recomiendan dicha transformación para estar al día sino que lo hacen por criterios empresariales mucho más sólidos, el primero es el de ser una empresa competitiva, eficiente y de éxito. Y se aborda en este caso la primera finalidad que dirige la vida de toda empresa. Permitidme decirlo de forma muy sencilla: Obtener resultados, seguir ganando dinero y tener posibilidades de supervivencia para… ganar dinero. De modo que la primera premisa que debe cumplir la transformación digital es tan antigua como la voluntad de los comerciantes fenicios: hacer buenos negocios y que éstos fueran rentables.

La segunda condición está relacionada con la capacidad de adaptación al cambio, y de ésta se deriva la flexibilidad. “Nada es eterno”. Exige un esfuerzo replantear que la concepción tradicional de un negocio que además fue un éxito en el pasado y dio buenos resultados económicos ya no vale para el futuro, y peor aún, ni siquiera tal vez para el presente. Ya lo decía Darwin, con aquella frase tantas veces repetida sobre la supervivencia de los más adaptables y no de los más fuertes. Poco más hay que añadir. Ser flexibles para crear un nuevo modelo de negocio, más tecnificado y cercano a los nuevos clientes se convierte en imprescindible.

Los clientes quieren una experiencia memorable, o como decía aquel famoso cantante “una experiencia religiosa”. En efecto ya no basta con ofrecer un buen producto y un servicio adecuado. Con eso no salimos en la foto. Hay que proporcionar a los clientes algo más. Hay que generar en ellos un recuerdo especial, que cuando lo evoquen traiga a la mente muy buenas sensaciones. En caso contrario el cliente buscará otras alternativas. No olvidemos que el cliente del mundo digital está súper informado de precios, condiciones, opiniones de otros usuarios, etc.

Transparentes como el agua. Así tienen que ser las empresas para que los clientes confíen en ellas. Estamos en la era de la información y cualquier desmán que éstas realicen es conocido y difundido a través de las redes sociales y nada puede hacer más daño a la reputación de una empresa, así que “las cosas bien hechas, bien parecen”. Que alguien se encargará de contar lo buenos que somos. Recordad que no hay mejor embajador de una marca que un cliente satisfecho.

Tecnología y personas. Estos dos elementos van de la mano y lo hacen de forma indisoluble. Las empresas que se enfrentan a la transformación digital sólo mejorando sus procesos a través de la tecnología están abocadas al fracaso antes o después. Porque los cambios se implementan a través de las personas, son éstas la correa de transmisión y si ésta no funciona, aunque dispongamos de la mas sofisticada tecnología de última generación, no será suficiente. Las personas están en dos ámbitos: nuestros clientes (a los que hay que escuchar porque nos proporcionan mucha información útil) y los empleados. Este es uno de los grandes retos al que las compañías tienen que dar su solución particular: ¿Qué es más importante: el cliente o el empleado?. Gran cuestión esta.

Mi opinión es que lo mas importante son los empleados, y me hago eco de las palabras que nos recordaba no hace mucho tiempo  Richard Branson (fundador de Virgin): “si cuidas a tus empleados, ellos cuidarán de tus clientes”.


Y un nuevo modelo de liderazgo. Esta cuestión necesita un post entero, pero puedo adelantar que hace falta un perfil competencial complejo, con un liderazgo fuerte, conocimiento profundo del mercado y dominio de nuevas tecnologías.

Recuerda, no se trata de una moda. La transformación digital vino para quedarse. ¿estás preparado?


En breve verá la luz el libro "La Ruta de la Transformación Digital", a través del cual podrás ahondar en las claves de esta apasionante aventura. 

Tienes disponible, de forma totalmente gratuita, una versión reducida del libro, que te puedes descargar aquí. Espero que disfrutes de su lectura y te sea de utilidad.

Publicado por May Ferreira.
Executive Manager de R&H Talento y Personas




Publicado el domingo, 6 de diciembre de 2015 a las 18:23 por Juan Bueno

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lunes, 2 de noviembre de 2015

“Que esa mañana decidiéramos coger las bicicletas y hacer la Senda del oso, resultó ser uno de esos momentos a los que yo llamo “momentos pancorbo”. 

“Que todos estuvieran encantados con el plan, que los bocadillos olieran a tortilla caliente en pan crujiente, parecía animar a pedalear a todos menos a mi.” 


“La senda es larga, 22 km, y aunque no es complicada, hay muchas fuentes y está considerada una de las más bonitas para hacer en bicicleta, mientras me preparaba me venían a la cabeza más razones para no ir y buscar una buena disculpa para huir, que para estar lista. Pero pospuse mis deseos, siempre creo que es mejor ver más allá del primer impulso"

“Que viniera una grandísima amiga era el mayor aliciente, así que, con deportivas, casco y todo lo necesario, allí estaba dispuesta a pedalear.”

“Creo que fue cruzando el primer puente que ambas nos quedamos rezagadas y vimos a todos irse alejando poco a poco y la voz de alguien gritando con mucha energía decir: “os esperamos en ...” lo último ni lo oí. Despacio seguimos el paseo mirando el bosque, el río, las praderas y sudando que el sol a esa hora ya no perdonaba.”

Vi un sitio precioso para sentarnos y no pude hacer otra cosa que proponerle: "Hagamos un pancorbo".

-Si eso es parar y descansar, me apunto. Contestó divertida.

Tranquilas, sentadas, respirando con suavidad y dejando medio tiradas las dos bicis me preguntó.”

-¿Qué es un pancorbo?

Sonriendo al recordarlo le conté.

-Pues es una bobada. Hace tiempo acompañaba en los viajes de forma bastante particular a una persona que quiero mucho, y muchas veces nuestro punto de encuentro era Pancorbo. Así que tengo asociada la palabra a momentos de ilusión, de sentirme bien y de estar en compañía de alguien a gusto pudiendo contar cualquier cosa.

Que ese momento lo rompiera una ciclista alejada de su pequeño grupo y que con sus zapatillas amarillas, pantalones de lycra y gafas de sol de montura llamativa nos dijera…. No, mejor no lo escribo aquí que raya entre lo obsceno y lo ordinario. Hizo que sorprendidas de la malquerencia gratuita de sus palabras y sus gestos, nos miráramos desconcertadas, perplejas al vivir la escena. Pero en silencio, sin contestar de forma impulsiva, controlando el deseo de hacer o de decir, observamos como con estilo bastante temerario e imprudente, levantando el culo del asiento, pedaleaba más rápido para alejarse, dejándonos muy atrás.”

-Dos minutos más ¿te parece?. Nos pedimos a la vez.

“Volviendo a las bicis recorrimos aquella senda hasta encontrarnos con los que llevaban los bocadillos, el chocolate y manzanas de la tierra. Disfrutamos de meter los pies en agua fría, de estar con quien merece la pena estar.”

“Ya de vuelta, en otro puente con varios charcos de barro de antiguas lluvias no evaporadas, donde volvimos las dos a parar para partir una onza de chocolate y saborearla mientras mirábamos el río, nuestra ciclista regresaba envalentonada. 

Y perdió el equilibrio, lo perdió, y su bici sin control se desestabilizó. Y allí estaba caída en todo el charco, con el casco ladeado, perdidas sus gafas espejo, y el amarillo de sus zapatillas también perdido entre los colores ocres del lodo.”

“Que la viera con la intención de adelantarse para quizás echarle una mano y ayudarla, hizo que le sujetara el brazo con fuerza diciendo:”

-No, permítele que encuentre su dignidad en la ciénaga que se ha metido. No rompas este momento también pancorbo.

"Y así, sin hablar, como en el viaje de ida, con el sosiego que da la prudencia, bajamos despacio el tramo que quedaba disfrutando de lo que había sido esa preciosa excursión. No de los percances del camino. Esos los aparté y dejé olvidados en la senda." 

Esa noche concilié muy bien el sueño, me parece recordar que tuve por segundos un pensamiento parecido a.. No hay plazo que no llegue… pero me dormí sin terminar el refrán de mi abuela.”

Este es el relato, ejercicio de su curso de escritura, que me ha enviado quien ha tenido que poner en marcha un gran repertorio de conductas de autocontrol emocional en esta última etapa.

El autocontrol emocional es la capacidad que nos permite gestionar de forma adecuada nuestras emociones y no permite que sean éstas, las que nos controlen a nosotros. Para Daniel Goleman es “La habilidad para hacer una pausa y no actuar por el primer impulso ”. 


Dejo encima de la mesa … la posibilidad de buscar pausas y respirar con calma antes de encontrar los que serán buenos caminos.

Publicado por Mila Guerrero.
Manager I+D+i de R&H Talento y Personas




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Publicado el lunes, 2 de noviembre de 2015 a las 11:35 por Juan Bueno

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martes, 13 de octubre de 2015

Hace unos días oí casualmente una conversación en la calle. Una mujer de mediana edad hablaba a través de un móvil de última generación con otra persona. Esta mujer le anunciaba a su interlocutor/a que le compraría una tarjeta para ampliar la memoria (de algún tipo de dispositivo). Por el contenido de la conversación y el aire un poco impaciente de esta mujer deduje que la otra persona era menos tecnológica. En efecto respondió un poco airada: “¿pero dónde almacenas las fotos? Nooo, en un álbum pegadas, no. Las tienes que almacenar con la memoria que te voy a comprar. Está bien, no borres nada, no toques nada, yo me ocupo de todo”.




La mujer colgó el teléfono un poco tensa y agitada, mientras yo trataba de disimular la sonrisa que se me dibujaba en la cara. 

Esta charla me hizo reflexionar lo que ahora comento en este artículo. Mucho se mencionan últimamente algunos conceptos como la revolución digital que estamos viviendo. Y no me cabe duda de su absoluta exigencia si queremos sobrevivir e incluso triunfar en este entorno altamente tecnificado.


Pero antes de esa revolución digital existe una profunda y visceral revolución de tipo social de la que, en ocasiones, no somos del todo conscientes. En efecto, antes de abordar nuevas herramientas o un aprendizaje tecnológico muy avanzado hay un paso previo que afecta a analizar cómo han cambiado algunas de nuestras formas de actuar, o cómo se han visto afectadas las relaciones sociales por el entorno digital que nos rodea.

Ya he mencionado al inicio de este post el tema de las fotografías. ¿y que podemos decir de la forma actual de archivar documentos? El archivo físico de documentos en grandes carpetas empieza a ser un recuerdo de épocas pasadas, más próximas al pleistoceno que a nuestra era. Las memorias USB o la nube por su enorme capacidad y facilidad de acceso desde cualquier lugar con conexión se han convertido en el mejor de los recursos.

Las fotografías probablemente sea una de las grandes funciones de los teléfonos móviles, todos hacemos fotos hasta de lo más inverosímil con un dispositivo cuya primera finalidad es la de hacer y recibir llamadas. ¿o tal vez no? Los cambios son tan profundos y de tal envergadura que han puesto del revés parte de nuestro mundo actual. Todo ello ha provocado una modificación considerable en las preferencias de las personas, tanto a nivel personal como profesional.

Jeremy Rifkin en su libro “La sociedad de coste marginal cero” afirma que: “parece que nos hallamos en las primeras etapas de una transformación revolucionaria en los paradigmas económicos”, introduciendo así un nuevo concepto, el de la economía colaborativa. Esto significa que en muchas ocasiones hay productos y servicios que son prácticamente de coste cero, y el consumidor no está dispuesto a pagar nada por ellos, porque sabe que puede acceder disfrutando de su gratuidad. Esta situación da un vuelco total al concepto tradicional del comercio.

Hay multitud de temas vinculados con ese nuevo paradigma económico que representan ese cambio tecnológico, económico y social que a su vez impone una radical adaptación de las estructuras y organización de las empresas, además del cambio de liderazgo. Se impone una nueva forma de dirigir a las personas, con un criterio participativo, fomentando la creatividad y la rápida adaptación al cambio.                 

La forma de entablar y mantener las relaciones también ha experimentado un profundo cambio, una enorme metamorfosis. Las redes sociales se han convertido en lugar de encuentro para muchas personas logrando establecer buenas relaciones sociales y lazos profesionales duraderos. Nuestra forma de comunicarnos poco se parece a las habituales hace algunas décadas. Aplicaciones como el watsapp o cualquier otro tipo de herramienta para la mensajería instantánea forman parte de nuestra cotidianidad de manera absoluta. Jóvenes y mayores hemos alterado el perímetro de nuestras relaciones de forma radical.

Si nos referimos a los modelos de aprendizaje, la brecha es también enorme. En mi generación nos ayudábamos con manuales, apuntes y algún trabajo práctico, las generaciones actuales son fundamentalmente visuales, están acostumbrados a los contenidos digitales e inmediatos y en ocasiones piensan que lo que no exista en internet es porque simplemente no es de este mundo. El aprendizaje debe ser interactivo para despertar el interés de los nativos que tienen además una exigente demanda de inmediatez.


Los emigrantes digitales tenemos que aprender un nuevo idioma y adaptarnos de forma irremediable porque esta revolución digital viene precedida de otra de tipo social y económico que tiene la fuera de un tsunami.

No dejes que te arrastre. Aprende a nadar en un entorno cada día más tecnificado y retador.

Publicado por May Ferreira.
Executive Manager de R&H Talento y Personas



Publicado el martes, 13 de octubre de 2015 a las 18:15 por Juan Bueno

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viernes, 9 de octubre de 2015

Sinceramente tengo que morderme la lengua muchas veces, otras, muchas no te creas, atarme las piernas para no huir, esas en que me gustaría desapareciera de mi vida. Pero sin embargo sigo ahí, sin moverme, aguantando… si pudiera alejarme lo suficiente para tener la sensación de poder respirar con cierta serenidad. Si pudiera decir lo que realmente quiere decir mi cabeza. Es una voz constante que me intoxica y que aún cuando no está presente, me deja ese regusto amargo teñido de algo que sé que a la larga es peligroso, pero… no me atrevo.
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Muchas veces estamos unidos o nos vinculamos a personas que en vez de sumar nos restan. Nos hacen sentir como que nuestros sueños, nuestra forma de ver y entender las cosas, la vida, la forma de disfrutar, nunca será posible.

Si algo es cierto, es que siempre estamos con otras personas, comunicándonos permanentemente. En pocos momentos del día no establecemos algún diálogo. 

Con el portero o el vecino al salir de casa, con el gasolinero al repostar, con el jefe, compañeros, amigos, la pareja, los hijos… y a veces otorgamos y damos a la voz de los demás, un valor y una estima que no merecen, convirtiéndolos en el mayor obstáculo para sentirnos bien dibujándonos una vida encadenada, sin darnos cuenta que tenemos la llave del candado. Son personas que contaminan.

Tú sabes lo que es oír siempre lo mismo. O que no lo hago bien, o que no sé, o que esperaba otra cosa, o que sufre mucho y no comprendo, o que trabaja mucho, o que es imposible y…. Ni siquiera cuando me enfado, levanto la voz y lanzo suplicas o ultimatums desaparece. Si tuviera que poner una imagen a esto sería un extractor que me absorbe hasta la última gota de energía positiva, inoculándome a la vez un tóxico que me debilita poco a poco.

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Nadie está en condiciones de cuestionar, ni juzgar, ni tus capacidades, ni tus decisiones, ni tus intereses, ni siquiera de interpretar los criterios que utilizas para actuar o elegir qué o con quien quieres estar. Puede que sin pensar mucho has avanzado y aceptado metas, personas, situaciones o cosas que te interesaban muy poco o hasta que fueran antagónicas a la forma que consideras correcta de actuar o hablar… Piensa por un instante:

¿Qué estás buscando?

¿Qué estás viviendo?

¿En qué usas tu tiempo?… o solo estás andando por andar, aceptando por aceptar.

Mientras conducía por la autopista y hoy mientras venía hacia aquí, pensaba en como se ha reducido mi vida y mis intereses. ¡Como han menguado!. Que pocas cosas nuevas hay interesantes. Realmente mantengo apenas nada especial, me refugio en dos cosas, pero el resto sé que me harán a la larga alguien que no me gustaría terminar siendo. Echo la vista atrás, quizás dos años poco más y he perdido mucho.

Cuanto mayor sea el tiempo que le dediques a escucharte, cuanto más te detengas a observar qué se ve desde fuera y prestar atención a lo que sientes, quieres y piensas, mayores serán tu éxitos y mejor te sentirás. Las voces ajenas, por cercanas que sean, no conocen a fondo ni tus fuerzas, ni tus deseos.

Lazos del alma que a veces se convierten en lazos mortales, ¿lo has pensado?

Esta es parte de la conversación que la semana pasada tuve con quien me vino a ver y que continuó… pero es un buen ejemplo de lo que se consideran relaciones tóxicas.

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Relaciones que se dan en la familia, con amigos, con compañeros de trabajo, de estudios, clientes... de las que nos cuesta alejarnos aún sabiendo lo insanas que son. Son heridores profesionales, esperando que algo malo suceda para dar cuenta de “acuse de recibo”.

Sin embargo nadie puede esquivarlos, nadie puede evitar a personas equivocadas que se han colado en nuestras vidas y permanecen evaluando permanentemente lo que decimos, y lo que hacemos, o lo que no decimos o no hacemos. Son esas personas que potencian nuestras debilidades y que al final nos llenan de sufrimiento y frustración. Pero más allá del dolor que nos provocan las preguntas claves son:

¿Qué hago yo?, ¿cómo excluyo de mi círculo afectivo vital a estos personajes? cómo me alejo de los meteculpas, del siempre ofendido, de descalificadores, de insultones y manipuladores, de chismosos y autoritarios, de esos quejosos víctimas permanentes. ¿Cómo empezar?

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Buscando relaciones enriquecedoras, que aporten otras forma de ver las cosas, en positivo, con posibilidades de mejorar o de actuar de forma más serena, más beneficiosa. Tu vida depende de tus elecciones y en ellas se incluyen con qué tipo de personas te vas a relacionar.

Como la carta de un restaurante, hay platos deliciosos y suculentos, y otros que ya conocemos, esos que te hacen pasar la noche levantándote varias veces para beber mucha agua.

Establecer límites: Decir NO, forma parte del límite, a veces alejándote físicamente, y siempre sin seguir juegos dañinos. Dejar pasar el tiempo, esperar que el otro cambie no es una buena alternativa.

Como cuando se cocina: Aquello que no sacas del horno a tiempo, no es un buen asado.

Sin excusas: Siempre puedes elegir, siempre hay otra alternativa, solo es cuestión de escogerla.

Como los helados, hay de mil gustos, la vainilla no es el único sabor siempre está la frambuesa, el...

carta-cañaControlando tu “marco”: El marco en PNL se conoce como la perspectiva que se tiene de una situación. Son las creencias e ideas que cada persona tiene sobre el mundo, su forma personal de interpretar las situaciones. La perspectiva de siempre puede que no sea la mejor perspectiva por años que se lleve viéndola y viviéndola.

Como cuando eliges la mesa en que sentarte en el restaurante, desde cada mesa se ven cosas diferentes... la puerta de los aseos, o la ventana con la gente paseando por la calle.

Cuando terminó esa larga conversación, pensé en todo lo que aún quedaba por digerir y como se habían dejado pasar momentos sabrosos que nutrían por otros de auténtico ayuno, aunque aparentemente envueltos en sushi de buen aspecto.

Pero me dije, siempre hay posibilidades.

sushi




Dejo encima de la mesa para pensar ...“Procura conseguir lo que te gusta o te verás obligado a que te guste lo que no te gustará” Bernard Shaw.





Publicado por Mila Guerrero.
Manager I+D+i de R&H Talento y Personas
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Publicado el viernes, 9 de octubre de 2015 a las 15:24 por Juan Bueno

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lunes, 5 de octubre de 2015

Toda nuestra vida gira en torno a la confianza. O la desconfianza. Este poderoso elemento condiciona nuestra existencia, provoca que mantengamos relaciones o que huyamos de ellas y está en la base del éxito o fracaso de numerosos equipos de trabajo.


Desde que nacemos existe un fuerte sentimiento de confianza que instintivamente nos hace saber que podemos fiarnos de nuestros padres, que ellos se ocuparán de cubrir nuestras necesidades básicas, de darnos cariño y protegernos. Si pensamos en nuestra pareja, la confianza pone los cimientos a toda la relación. Confiamos en que el otro esté a nuestro lado, sea el compañero o compañera que te sujeta, te anima o simplemente te calma. Por eso la traición duelo mucho, porque quiebra la confianza que se ha ido ganando y formando día a día, momento a momento.

La confianza es una poderosísima motivación, nos empuja y nos decide a actuar porque vivimos la certeza de que los demás no nos defraudarán. La desconfianza por el contrario puede retraer nuestra actividad, nos vuelve más taciturnos y temerosos, e incluso nos puede paralizar. Cuando alguien dice: “no me fío” se disparan un montón de alertas que nos hacen más vulnerables, empezando a analizar lo que puede fallar y sus consecuencias.

La confianza genera un enorme compromiso y una retención sólida. Si un producto o servicio cumple nuestras expectativas y no nos defrauda nos sentimos vinculados a su empresa o a su organización. Por el contrario cuando alguien simula unas condiciones que después no se dan nos sentimos burlados, decepcionados, y ese sentimiento suele ser persistente: “nos dieron gato por liebre” suele verbalizar un timo y a nadie le gusta sentirse vilmente engañado.

La decepción es una sensación desagradable y desalentadora de cara al futuro. La imagen de la estafa o la decepción experimentada rondará como un fantasma por nuestras cabezas.

La desconfianza tiene por tanto un gran elemento de sorpresa, nos sentimos muy contrariados al descubrir que “nos han dado el cambiazo”. Restituir lo que se ha quebrado es tarea ardua, salvo que se demuestre que existió un error o equivocación en el que no existió la mala fe. 


Las relaciones comerciales que establecemos se basan en la certeza de que la otra parte cumplirá con lo pactado, o con lo que le corresponda. Cuando compramos un producto confiamos en que los ingredientes que lo componen son los que aparecen en la etiqueta; cuando invertimos en un producto confiamos que nuestro dinero acabará en el sitio correcto; cuando alquilamos un piso confiamos que el inquilino tratará la propiedad con la diligencia debida.

La confianza se construye con el paso del tiempo, con las grandes y las pequeñas decisiones, con el día a día, cuidando mucho la relación. En el mundo de los negocios sabemos que un cliente que confía y cree en lo que le ofrecen hace una maravillosa publicidad, además gratuita. Y al revés, un cliente descontento, defraudado y falto de confianza lo pregonará a los cuatro vientos creando enorme recelo en los que le escuchan.


La confianza necesita reciprocidad, pedimos seguridad y certidumbre y sabemos que nosotros somos objeto del mismo sentimiento. La convicción de que el otro responderá es la misma que él tiene respecto a nosotros. Pero es frágil, tanto como el cristal. Se puede quebrar de un golpe fuerte y certero o ir rompiéndose poco a poco con pequeñas lesiones. 

Trabajar la confianza es rentable. Lo saben muchas marcas comerciales o negocios de todo tipo que hacen de ella su lema o razón de ser: “del caserío me fío”; “confianza: hemos abierto una cuenta al futuro” (Bankia); “tu aseguradora global de confianza (Mapfre)….

Wolkswagen ha quebrado de forma brutal y sorpresiva la confianza en una marca, afectando a un sector y hasta a la “marca Alemania”. Y es que a veces la avaricia rompe el saco, y no se miden las consecuencias poniendo a una marca solvente al borde del precipicio. 


Su lema era “Das Auto”. Ya no. La confianza es frágil como un cristal, y aunque se unan los trozos el resultado ya no es el mismo.


Publicado por May Ferreira.
Executive Manager de R&H Talento y Personas




Publicado el lunes, 5 de octubre de 2015 a las 23:04 por Juan Bueno

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lunes, 28 de septiembre de 2015

Una conversación durante una comida que a todos este verano nos pareció muy interesante.

Eramos ocho en la mesa, uno de los chicos que llevaba un día algo enfurruñado, más callado de lo habitual en él, y con pocas ganas de saltar olas, hacer un recorrido en bici por la Camocha o jugar un partido como siempre proponía; cuando habíamos pedido varias veces agua al camarero y este parecía resistirse, primero a atender la petición y luego a traerla, nos dijo con un tono contundente:

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-Soy a veces incapaz de aguantarme, me dan ganas de levantarme yo y….
Su madre rápidamente le interrumpió para decirle:
"No siempre pueden cuando tú lo deseas."
-Ya pero es como que me disparo, le contestó. A veces según me están saliendo las palabras de la boca, sé que no debería haber dicho o hecho algo, y me gustaría poder meterlas de nuevo en mi boca y tragarlas… pero ya no hay remedio.
Tuvimos que reírnos todos.

"Siempre has sido así muy de intervenir inmediatamente, le dijo su madre; recuerdo la vez en que se salía agua del radiador del coche y tu padre y yo mirábamos agachados buscando por donde se salía y con tres años te colaste entre los dos para decirnos con una lengua aún casi de trapo: “¡¡quitaros que ya lo miro yo!!”. Y sin más te tiraste al suelo a ver el radiador, mientras atónitos te mirábamos pensando si sabías qué era un radiador de coche"

Escenificando todo con una serie de gestos, ella nos hizo reír aún más a todos.

En ese mismo momento llegó el agua a la mesa, “Gracias estaba muriéndome de sed” dijo. No hubo respuesta por parte de quien la había traído, pero si más risas en la mesa.

"Deberías practicar en entender..."

No le dejó terminar
-Es que tú siempre entiendes a todos, y aguantas todo. Contestó de nuevo a su madre.

"Eso no es del todo cierto. A mi también a veces las cosas que no salen como deseo, me sacan de quicio. Sabes además que cuando me han hecho sentir mal durante tiempo, he tenido que hacer grandes esfuerzos por controlarme y no hacer un daño quizás irreparable. Pero me controlo y sobre todo dedico un tiempo a pensar en las consecuencias, para mi y para las personas que podrían verse afectadas si reacciono tan enfadada"

-Lo sé, pero a mi me parece que tendrías que haber demostrado...

Otro muchacho de la mesa salió en su defensa.

-No, no, ahí tiene razón. Si te dan caña, tu más caña.

- Yo he aprendido a aplicar la regla del 7 y es tremendamente eficaz: ¿Qué pensaré de esto dentro de siete días?, ¿Y dentro de siete meses?..¿Y dentro de siete años?. La importancia de algunas cosas desaparece. Yo me puedo aguantar sin sentirme tan mal. Siempre busco otra forma de verlo, y acepto que también pude equivocarme al esperar algo que no parece posible.

Cualquiera podría decir que lo que acabamos de leer es un tema de autocontrol, y es cierto, o de paciencia y también lo sería; pero el núcleo que esta situación está en la tolerancia a la frustración.

chiste frustracion
La tolerancia a la frustración se aprende, como casi todo, es cierto que hay temperamentos a los que les resulta más difícil ejercitarlo y necesitan echarle más esfuerzo, tiempo y técnicas que otros caracteres más serenos y analíticos, capaces de demorar la satisfacción o de buscar alternativas a los acontecimientos desagradables.

Albert Ellis fue uno de los primeros autores que trabajó este concepto. La baja tolerancia a la frustración está relacionada con dos aspectos:

  1. Una percepción exagerada, y errónea, de la situación que estamos viviendo.
  2. La creencia de que no podemos ni queremos vivir el malestar que estamos experimentando.
Las personas propensas a sentir ira, enfados o reaccionar de manera exagerada interpretan las situaciones de una forma bastante distorsionada, lo que incide directamente en mantener su irritabilidad.

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Para el Dr. Albert Ellis, estas personas tienen pensamientos, reglas y expectativas muy rígidas que regulan su vida. Una visión desproporcionada de los acontecimientos con verbalizaciones catastrofistas “es horrible”, “es terrible”, “es trágico”, “es un desastre” “no lo puedo consentir” “no lo aguanto”. 

Afirmaba además que la baja tolerancia a la frustración es una creencia irracional que se define como una incapacidad para aceptar las situaciones y a las personas como son, mediante la imposición de la creencia de que las cosas “deben” ser de una determinada manera, como yo creo, pero poco realista y objetiva, de ahí el adjetivo irracional.

La frustración forma parte de la vida y, aunque no podemos evitarla, podemos aprender a gestionarla y superarla… los tres pasos iniciales:

  • Diferenciar mis deseos y mis necesidades, evitando reaccionar a los primeros como si fueran necesidades orgánicas que requieren satisfacción y alivio inmediato.
  • Controlando los impulsos. Antes de hacer algo que pueda resultar perjudicial, pensar en los resultados que has obtenido cuando has reaccionado igual en circunstancias similares y en las posibles consecuencias no solo para uno mismo.
  • Aprendiendo a soportar el dolor y el malestar con buenos hábitos de autocontrol, evitando resolverlos de forma inmediata y compulsiva.

Así que, cuando se acabó el agua, tuvimos que volver a pedir otra jarra, pero ya no había tanta sed, pudimos esperar, había mucha gente en el restaurante a esa hora.

Dejo encima de la mesa para pensar que ... nada es, ni tan importante, ni tan necesario, ni tan imprescindible…

Publicado por Mila Guerrero.
Manager I+D+i de R&H Talento y Personas
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Publicado el lunes, 28 de septiembre de 2015 a las 13:04 por Juan Bueno

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miércoles, 9 de septiembre de 2015

Una famosa canción de hace algunas décadas decía: “el final del verano llegó y tú partirás…” y en efecto así es. La estación meteorológica aún tiene unas semanas por delante, pero lo cierto es que el verano entendido como espacio de asueto y vacaciones ya es para muchos de nosotros un recuerdo, aún cercano, que rememoramos constantemente. Todos repetimos (los que hemos podido disfrutar esas vacaciones) los viajes, el relax, la ausencia de horarios, los amigos, la playa, el chiringuito, los deportes, la aventura o esos planes que hemos preparado durante meses. 



Y en ocasiones todo ese periodo vacacional está un poco idealizado, y puede resultar un tanto frustrante. Incluso nuestros recuerdos están un poco edulcorados. No resulta muy apetecible reconocer ante los demás que el viaje de nuestros sueños no estuvo a altura de lo esperado; la familia un tanto hostil; la paella del chiringuito mediocre; o la relación con la pareja menos idílica de lo deseable. 

Pensaba en este tema hace un par de semanas oyendo un programa en la radio gallega sobre la búsqueda de la felicidad. Después de una hora de charla con los oyentes y alguna aportación más científica la conclusión era que casi permanentemente estamos persiguiendo la felicidad, esperando un estado placentero, de satisfacción y alegría, que nos imaginamos como poco cotidiano. En nuestro deambular soñador sobre esos estados de bienestar y gozo probablemente perdemos muchos momentos que pueden resultar absolutamente deliciosos, con los que sentirnos en la gloria.

En ese camino de incesante persecución de la felicidad Aristóteles afirmaba que ésta no se encontraba en la búsqueda de los placeres, sino en alcanzar una “teoría del equilibrio”y para lograrla “hay que practicar actos buenos, justos y equitativos”. Este planteamiento filosófico, como vemos, tiene más que ver con aspectos intrínsecos de la persona que con bienes o deseos materiales. En una interpretación mucho más prosaica no hay porque asociar estar en una hamaca frente al mar saboreando el refrescante gin tonic que me han servido con un momento placentero o feliz. Ese momento puede ser tremendamente desgraciado u oscuro. Seamos realistas. ¿no podemos alcanzar momentos de agrado, de gran complacencia en el trabajo? ¿qué sentimos entonces cuando nos aprueban un proyecto o cuando se valora un trabajo bien hecho? ¿qué mecanismo malévolo hace que asociemos el trabajo con una maldición y las vacaciones sólo con despreocupación y fortuna?

Un pensador actual como José Antonio Marina afirma: “la felicidad consiste en la armoniosa satisfacción de nuestras dos necesidades esenciales, la de disfrutar (faceta hedonista), y por otro lado, y aunque resulte paradójico, la de vivir en tensión”. En efecto el hombre necesita ser reconocido y valorado en lo que hace, saber que es útil, necesario, adecuado, creativo o bello.

Todo lo que hacemos busca la felicidad, nadie desea sentir dolor, sufrir o saberse frustrado. Queremos vivir con tranquilidad y alegría, disfrutando de lo que nos rodea y sin temer desgracias que nos acechen. Claro, es humano y lógico. Pero a veces tenemos un poco desenfocado el asunto.

De las chanclas a la corbata nos invita a reflexionar sobre lo que es esencial en nuestras vidas, sobre esos momentos de goce en los que nos podemos sentir muy afortunados, aunque nuestra economía esté maltrecha. Hay que disfrutar las pequeñas y las grandes cosas, todas aquellas que nos hagan sentir y vivir un momento grato, apacible, de los que provoca una sonrisa. Y esos se pueden producir en la playa o en la montaña, pero también en la oficina o en la fábrica, o en un paseo con la familia, o en una sobremesa con amigos, o en una conversación interesante o en un día de trabajo intenso con tu equipo, o cuando llegas a casa y simplemente aprecias el sonido y la luz de tu hogar.

Las vacaciones o un proyecto profesional están muy relacionadas con las construcciones mentales que nos hacemos al respecto. Esto significa que puedo imaginar un viaje maravilloso y lleno de experiencias interesantes o pensar más en las dificultades de organización o el choque que puedo experimentar en otras culturas. Tanto en uno como en otro caso mis recuerdos pueden ser positivos o negativos en función de cuáles eran mis expectativas. De igual forma puedo visualizar un proyecto profesional como un reto, creativo y dinámico y ese proceso puede anticipar momentos de felicidad intensa.

He disfrutado de unas buenas vacaciones, valorando la ausencia de despertador, el sol, el mar, la familia y tiempo para la lectura. Pero retomo ahora mi actividad profesional con ilusión y ganas de abordar proyectos. Guardo con una sonrisa mis chanclas y saco los zapatos de salón dispuesta a disfrutar todo lo que pueda del ocio y del trabajo. Porque la felicidad es también una cuestión de actitud.


Publicado por May Ferreira.
Executive Manager de R&H Talento y Personas


Publicado el miércoles, 9 de septiembre de 2015 a las 23:15 por Juan Bueno

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