miércoles, 27 de enero de 2016

La educación empieza en la familia y sigue y se extiende a todas las áreas de la vida incluido el colegio, la universidad o cualquier centro donde se reciba formación. Pero no son éstos los encargados de educar a nuestros hijos, o nuestros jóvenes. En el colegio reciben conocimientos y habría que enseñarles el camino adecuado para poner en práctica la educación recibida en sus casas.


Sin embargo asisto con cierto estupor a muchas situaciones en las que los padres e incluso el conjunto de la sociedad parecen exigir que sean los colegios y sus profesores los responsables de la educación de nuestros hijos. Es cierto que en la actualidad tanto madres como padres no lo tenemos fácil para dedicar tiempo a nuestros hijos; corremos de un lado para otro atendiendo al trabajo, la casa, la familia, actividades extraescolares, alguna que otra afición (a la que arañamos horas como podemos). Además deberíamos dedicar tiempo de calidad. Resulta complicada la tarea de educar a los hijos cuando llegamos a casa tarde, muy tarde (esos horarios locos que nos machacan) y tan cansados que pocas fuerzas nos quedan para regañar, poner límites o explicar y escuchar. Después de jornadas exhaustas es fácil caer en la tentación de ser más permisivo o dirigir la mirada hacia otro lado antes de enfrentarnos a más esfuerzos.

Tremendo error porque ni las guarderías ni los colegios, ni más tarde la universidad o los institutos se pueden convertir en un “aparcamiento” donde dejar a los chicos confiando en que aprenderán y les educarán mientras nosotros nos dedicamos a jornadas laborales intensas.

La familia, el hogar es el lugar idóneo para mostrar los valores básicos con los que esa unidad familiar se enfrenta al mundo, a la vida en definitiva. Y es cierto que es conveniente que exista una coherencia y una afinidad de argumentos con el centro escolar, pero el colegio creo que es un complemento. Siempre he esperado que la educación que reciben mis hijas en casa se vea refrendada por el centro en el que desarrollan sus estudios, y les transmitan el valor de la solidaridad, el respeto, la honradez y los buenos modales, pero esos ya los deben llevar inculcados.

El colegio les debe transmitir conocimientos y hábitos de estudio, de trabajo en equipo, o desarrollar unas estrategias de comunicación eficaz, pero no sólo hay que convertirlos en “pitagorines”, si no en personas de bien, con habilidades para desenvolverse en un mundo muy cambiante y exigente.

Pero esos valores deben estar presentes en el hogar. Si nuestros hijos no están familiarizados con los límites, el esfuerzo o la recompensa sería una labor titánica la que tendrían que hacer los colegios para que nuestros hijos los interiorizaran.

Creo firmemente en el valor del ejemplo. En todos los ámbitos. No hay teoría que tenga más fuerza que imitar a aquellas personas que admiramos y queremos. Así los padres, o abuelos nos podemos convertir en el mejor de los mentores, en ese espejo en el que nuestros hijos se pueden ver reflejados. Y del mismo modo lo hacen los profesores. Todos influimos de una forma extraordinaria en esos pequeños que serán nuestras generaciones del futuro.
Las dificultades, que indudablemente nos encontraremos a lo largo de nuestra vida, serán más fáciles de gestionar si hemos desarrollado adecuadamente capacidades como el análisis y la reflexión que nos lleva a la toma de decisiones; la tolerancia a la frustración cuando las cosas no salgan como queremos o la empatía con los demás para entender y respetar puntos de vista distintos o posiciones enfrentadas.

Unos niños educados, sensibles, respetuosos y solidarios se pueden convertir en unos adultos sanos y responsables. Pero cuando faltan esas bases de valores, aunque tuviéramos muchos conocimientos de geografía, matemáticas o tecnología no garantiza nada más que eso: atesorar sabiduría simplemente.

Recuerdo que un jefe que tenía en una multinacional siempre afirmaba “contratamos a la gente por su curriculum y les despedimos por su actitud”. 

La buena educación y los modales correctos no están pasados de moda. Al contrario, más que nunca, son necesarios para vivir en armonía en una sociedad endurecida y a veces distante. 

Las personas aprendemos por imitación a lo largo de toda nuestra vida. Siempre hay alguien que nos observa, que se proyecta en nosotros. Imagínate tu responsabilidad cuando esa persona es tu hijo/a.

No descuidemos la educación de nuestros hijos. Por favor y gracias

Publicado por May Ferreira.
Executive Manager de R&H Talento y Personas


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Publicado el miércoles, 27 de enero de 2016 a las 20:19 por Juan Bueno

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miércoles, 13 de enero de 2016

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conflicto

Publicado el miércoles, 13 de enero de 2016 a las 10:30 por Juan Bueno

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Hoy durante una comida de trabajo, ha salido en la conversación un antiguo episodio en el que hemos estado afectados quienes compartíamos la mesa, aunque de diferentes maneras. Y en el que habíamos ido pasando de la incredulidad, al estupor; del enfado, al silencio, viendo como la protagonista de la historia, llevaba mucho tiempo insistiendo en considerar a otros responsables de todos sus males, en especial a una. Empecinada de que era la causa del deterioro de su imagen profesional, hasta de la personal, quejándose y justificando lo que se había visto obligada a hacer por esas circunstancias. Y seguíamos sorprendiéndonos en como las decisiones que había ido tomando le habían llevado a una concatenación de comportamientos muy poco afortunados que eran realmente los que le hacían sentirse peor y etiquetada en su entorno de imprudente e insensata.

comida de trabajo

Y mientras el resto opinaba que todo se debía a su carácter desproporcionado y a ser poco inteligente, y solo menciono los calificativos más suaves. Me he preguntado si en realidad lo que le ocurría era que cometía fallos de interpretación, posibles fallos del pensamiento, que le llevaban a esos desaciertos.

Recordé el libro que hacía poco había leído,“Pensar rápido, pensar despacio” de Daniel Kahneman (premio novel de economía por su trabajo sobre el modelo racional de la toma de decisiones), en el que se describían los tipos de pensamiento con los que tomamos decisiones y los fallos que se producen y conducen a la confusión o al error.

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En resumen Kahneman habla de dos sistemas que modelan el pensamiento. El rápido que afronta las situaciones desde las emociones y las intuiciones y opera de forma impulsiva, casi automática, sin esfuerzo ni sensación de control voluntario. Mientras que existe otro sistema más lento más deliberado, reflexivo y lógico, que requiere toda la atención y concentración, y un gran autocontrol porque dirige los esfuerzos en una búsqueda de alternativas antes de elegir una. Y demostraba que con el pensamiento rápido cometemos sesgos y errores que influyen sobre nuestras impresiones y opiniones. Esas que luego nos dirigen más de lo aconsejable, a actuar y decidir de una u otra manera.
Y en verdad yo detectaba que la protagonista a la que nos estábamos refiriendo mientras comíamos sufría esos fallos que Kahneman detallaba.
  • Mostraba una excesiva confianza en lo creía saber , aún sin haberlo validado de forma reflexiva.
  • Notaba que sobrestimaba lo que el autor llamaba ilusión de certeza. Un fallo del pensamiento en el que la subjetividad se vuelve incuestionable, y solo sirve para verificar una y otra vez lo que consideramos cierto. Ilusión que además le impedía buscar otros datos o analizarlos de otra manera, convencida de sus certezas, sin ver otras posibilidades.
  • Parecía que trataba los hechos de forma aislada y demasiado emocionalmente, fuera de un marco más amplio que le facilitara comprender algo más los sucesos.
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Todos eran errores del pensamiento. Fallos que se cometen por lo difícil que resulta examinar lo que creemos como auténticas verdades, muchas veces basadas en falsas realidades o suposiciones no objetivas. Y es que aún resulta más difícil cuestionarlas en momentos de incertidumbre o cuando nos sentimos peor. A todos entonces nos es fácil caer en la tentación de buscar atajos simplificadores, y basarnos en preferencias o intuiciones que pueden alterar las decisiones más razonables y lógicas. Tendemos en esos momentos a orientar nuestras emociones y basar nuestras acciones en juicios que hemos construido, sin confirmar su validez, y que nos pueden llevar a cometer auténticas barbaridades.

Quizás quien ha llegado hasta aquí leyendo piense que todo esto es demasiado teórico, así que propongo experimentarlo con un par de ejemplos.

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Si alguien nos preguntara que profesión tiene una persona con este perfil: Solitario, reflexivo, que le gusta la lectura, poco amigo de hablar mucho y salir a reuniones sociales… ¿qué diríamos?, ¿es un agricultor o es un bibliotecario?

Si alguien ha pensado que el perfil era el de un bibliotecario, lo que le ha pasado es que ha utilizado su pensamiento rápido y cometido un sesgo de probabilidad. Un fallo basado en ideas muy generalizadas o populares que llevan a una conclusión errónea. Pensemos: Existen más agricultores que bibliotecarios, luego es más probable por estadística, que el perfil corresponda a un agricultor, sin embargo la idea popular de como son lo bibliotecarios nos ha llevado a errar.

¿Otro ejemplo?

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Si alguien nos dijese: Un cubo y una pala de playa cuesta 1,10 €. Si el cubo cuesta 1 € más que la pala, qué cuesta la pala. ¿Qué contestaríamos?

Quien haya pensado que la pala costaba 0,10 €, ha elegido de nuevo una respuesta rápida intuitiva, pero falsa.

Otro fallo del pensamiento, llamado la pereza del autocontrol, un esfuerzo que evitamos para mantener una línea coherente y disciplinada. Aunque estoy casi segura, que quien ha hecho la operación correcta, también pensó en algún instante en los 10 céntimos, solo que ha sido capaz de poner en marcha su autocontrol y así dar una respuesta más eficaz.

No me gustaría que estos fallos hicieran considerar que un pensamiento es mejor que otro. Ambos se utilizan, se complementan y son útiles. En situaciones de riesgo, de supervivencia, es más efectivo decidir rápidamente qué hacer.

Pero en otros momentos echar mano de la reflexión y la lógica es sin duda más efectivo.

El riesgo está en usar solo uno o no el adecuado para mejorar nuestros resultados, o no poner en duda algunas de nuestras respuestas.

Para progresar en decisiones por las que no hemos obtenido buenos resultados, una buena estrategia consiste en reflexionar y cuestionarse: ¿Estaré cometiendo algún error de pensamiento?, ¿algún error de interpretación?, ¿algún juicio o prejuicio está contaminando mi percepción?

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Ya con los postres en la mesa, entendimos que la protagonista de nuestra historia había cometido errores desde el principio que no era capaz de cuestionar. De lo que no estábamos seguros cuando nos levantamos para irnos era de si sería capaz de investigar o preguntarse en algún momento ¿donde está el fallo?, mientras….

Dejo encima de la mesa… la operación del precio de la pala
X+(X+1)=1,10 2X=1,10-1 X=0,10/2 X= 0,05 precio de la pala.

Publicado por Mila Guerrero.
Manager I+D+i de R&H Talento y Personas



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Publicado el a las 0:46 por Juan Bueno

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