La educación empieza en la familia y sigue y se extiende a todas las áreas de la vida incluido el colegio, la universidad o cualquier centro donde se reciba formación. Pero no son éstos los encargados de educar a nuestros hijos, o nuestros jóvenes. En el colegio reciben conocimientos y habría que enseñarles el camino adecuado para poner en práctica la educación recibida en sus casas.


Sin embargo asisto con cierto estupor a muchas situaciones en las que los padres e incluso el conjunto de la sociedad parecen exigir que sean los colegios y sus profesores los responsables de la educación de nuestros hijos. Es cierto que en la actualidad tanto madres como padres no lo tenemos fácil para dedicar tiempo a nuestros hijos; corremos de un lado para otro atendiendo al trabajo, la casa, la familia, actividades extraescolares, alguna que otra afición (a la que arañamos horas como podemos). Además deberíamos dedicar tiempo de calidad. Resulta complicada la tarea de educar a los hijos cuando llegamos a casa tarde, muy tarde (esos horarios locos que nos machacan) y tan cansados que pocas fuerzas nos quedan para regañar, poner límites o explicar y escuchar. Después de jornadas exhaustas es fácil caer en la tentación de ser más permisivo o dirigir la mirada hacia otro lado antes de enfrentarnos a más esfuerzos.

Tremendo error porque ni las guarderías ni los colegios, ni más tarde la universidad o los institutos se pueden convertir en un “aparcamiento” donde dejar a los chicos confiando en que aprenderán y les educarán mientras nosotros nos dedicamos a jornadas laborales intensas.

La familia, el hogar es el lugar idóneo para mostrar los valores básicos con los que esa unidad familiar se enfrenta al mundo, a la vida en definitiva. Y es cierto que es conveniente que exista una coherencia y una afinidad de argumentos con el centro escolar, pero el colegio creo que es un complemento. Siempre he esperado que la educación que reciben mis hijas en casa se vea refrendada por el centro en el que desarrollan sus estudios, y les transmitan el valor de la solidaridad, el respeto, la honradez y los buenos modales, pero esos ya los deben llevar inculcados.

El colegio les debe transmitir conocimientos y hábitos de estudio, de trabajo en equipo, o desarrollar unas estrategias de comunicación eficaz, pero no sólo hay que convertirlos en “pitagorines”, si no en personas de bien, con habilidades para desenvolverse en un mundo muy cambiante y exigente.

Pero esos valores deben estar presentes en el hogar. Si nuestros hijos no están familiarizados con los límites, el esfuerzo o la recompensa sería una labor titánica la que tendrían que hacer los colegios para que nuestros hijos los interiorizaran.

Creo firmemente en el valor del ejemplo. En todos los ámbitos. No hay teoría que tenga más fuerza que imitar a aquellas personas que admiramos y queremos. Así los padres, o abuelos nos podemos convertir en el mejor de los mentores, en ese espejo en el que nuestros hijos se pueden ver reflejados. Y del mismo modo lo hacen los profesores. Todos influimos de una forma extraordinaria en esos pequeños que serán nuestras generaciones del futuro.
Las dificultades, que indudablemente nos encontraremos a lo largo de nuestra vida, serán más fáciles de gestionar si hemos desarrollado adecuadamente capacidades como el análisis y la reflexión que nos lleva a la toma de decisiones; la tolerancia a la frustración cuando las cosas no salgan como queremos o la empatía con los demás para entender y respetar puntos de vista distintos o posiciones enfrentadas.

Unos niños educados, sensibles, respetuosos y solidarios se pueden convertir en unos adultos sanos y responsables. Pero cuando faltan esas bases de valores, aunque tuviéramos muchos conocimientos de geografía, matemáticas o tecnología no garantiza nada más que eso: atesorar sabiduría simplemente.

Recuerdo que un jefe que tenía en una multinacional siempre afirmaba “contratamos a la gente por su curriculum y les despedimos por su actitud”. 

La buena educación y los modales correctos no están pasados de moda. Al contrario, más que nunca, son necesarios para vivir en armonía en una sociedad endurecida y a veces distante. 

Las personas aprendemos por imitación a lo largo de toda nuestra vida. Siempre hay alguien que nos observa, que se proyecta en nosotros. Imagínate tu responsabilidad cuando esa persona es tu hijo/a.

No descuidemos la educación de nuestros hijos. Por favor y gracias

Publicado por May Ferreira.
Executive Manager de R&H Talento y Personas


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