Hoy durante una comida de trabajo, ha salido en la conversación un antiguo episodio en el que hemos estado afectados quienes compartíamos la mesa, aunque de diferentes maneras. Y en el que habíamos ido pasando de la incredulidad, al estupor; del enfado, al silencio, viendo como la protagonista de la historia, llevaba mucho tiempo insistiendo en considerar a otros responsables de todos sus males, en especial a una. Empecinada de que era la causa del deterioro de su imagen profesional, hasta de la personal, quejándose y justificando lo que se había visto obligada a hacer por esas circunstancias. Y seguíamos sorprendiéndonos en como las decisiones que había ido tomando le habían llevado a una concatenación de comportamientos muy poco afortunados que eran realmente los que le hacían sentirse peor y etiquetada en su entorno de imprudente e insensata.
Y mientras el resto opinaba que todo se debía a su carácter desproporcionado y a ser poco inteligente, y solo menciono los calificativos más suaves. Me he preguntado si en realidad lo que le ocurría era que cometía fallos de interpretación, posibles fallos del pensamiento, que le llevaban a esos desaciertos.
Recordé el libro que hacía poco había leído,“Pensar rápido, pensar despacio” de Daniel Kahneman (premio novel de economía por su trabajo sobre el modelo racional de la toma de decisiones), en el que se describían los tipos de pensamiento con los que tomamos decisiones y los fallos que se producen y conducen a la confusión o al error.
En resumen Kahneman habla de dos sistemas que modelan el pensamiento. El rápido que afronta las situaciones desde las emociones y las intuiciones y opera de forma impulsiva, casi automática, sin esfuerzo ni sensación de control voluntario. Mientras que existe otro sistema más lento más deliberado, reflexivo y lógico, que requiere toda la atención y concentración, y un gran autocontrol porque dirige los esfuerzos en una búsqueda de alternativas antes de elegir una. Y demostraba que con el pensamiento rápido cometemos sesgos y errores que influyen sobre nuestras impresiones y opiniones. Esas que luego nos dirigen más de lo aconsejable, a actuar y decidir de una u otra manera.
Y en verdad yo detectaba que la protagonista a la que nos estábamos refiriendo mientras comíamos sufría esos fallos que Kahneman detallaba.
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Mostraba una excesiva confianza en lo creía saber , aún sin haberlo validado de forma reflexiva.
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Notaba que sobrestimaba lo que el autor llamaba ilusión de certeza. Un fallo del pensamiento en el que la subjetividad se vuelve incuestionable, y solo sirve para verificar una y otra vez lo que consideramos cierto. Ilusión que además le impedía buscar otros datos o analizarlos de otra manera, convencida de sus certezas, sin ver otras posibilidades.
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Parecía que trataba los hechos de forma aislada y demasiado emocionalmente, fuera de un marco más amplio que le facilitara comprender algo más los sucesos.

Todos eran errores del pensamiento. Fallos que se cometen por lo difícil que resulta examinar lo que creemos como auténticas verdades, muchas veces basadas en falsas realidades o suposiciones no objetivas. Y es que aún resulta más difícil cuestionarlas en momentos de incertidumbre o cuando nos sentimos peor. A todos entonces nos es fácil caer en la tentación de buscar atajos simplificadores, y basarnos en preferencias o intuiciones que pueden alterar las decisiones más razonables y lógicas. Tendemos en esos momentos a orientar nuestras emociones y basar nuestras acciones en juicios que hemos construido, sin confirmar su validez, y que nos pueden llevar a cometer auténticas barbaridades.
Quizás quien ha llegado hasta aquí leyendo piense que todo esto es demasiado teórico, así que propongo experimentarlo con un par de ejemplos.
Si alguien nos preguntara que profesión tiene una persona con este perfil: Solitario, reflexivo, que le gusta la lectura, poco amigo de hablar mucho y salir a reuniones sociales… ¿qué diríamos?, ¿es un agricultor o es un bibliotecario?
Si alguien ha pensado que el perfil era el de un bibliotecario, lo que le ha pasado es que ha utilizado su pensamiento rápido y cometido un sesgo de probabilidad. Un fallo basado en ideas muy generalizadas o populares que llevan a una conclusión errónea. Pensemos: Existen más agricultores que bibliotecarios, luego es más probable por estadística, que el perfil corresponda a un agricultor, sin embargo la idea popular de como son lo bibliotecarios nos ha llevado a errar.
¿Otro ejemplo?
Si alguien nos dijese: Un cubo y una pala de playa cuesta 1,10 €. Si el cubo cuesta 1 € más que la pala, qué cuesta la pala. ¿Qué contestaríamos?
Quien haya pensado que la pala costaba 0,10 €, ha elegido de nuevo una respuesta rápida intuitiva, pero falsa.
Otro fallo del pensamiento, llamado la pereza del autocontrol, un esfuerzo que evitamos para mantener una línea coherente y disciplinada. Aunque estoy casi segura, que quien ha hecho la operación correcta, también pensó en algún instante en los 10 céntimos, solo que ha sido capaz de poner en marcha su autocontrol y así dar una respuesta más eficaz.
Otro fallo del pensamiento, llamado la pereza del autocontrol, un esfuerzo que evitamos para mantener una línea coherente y disciplinada. Aunque estoy casi segura, que quien ha hecho la operación correcta, también pensó en algún instante en los 10 céntimos, solo que ha sido capaz de poner en marcha su autocontrol y así dar una respuesta más eficaz.
No me gustaría que estos fallos hicieran considerar que un pensamiento es mejor que otro. Ambos se utilizan, se complementan y son útiles. En situaciones de riesgo, de supervivencia, es más efectivo decidir rápidamente qué hacer.
Pero en otros momentos echar mano de la reflexión y la lógica es sin duda más efectivo.
Pero en otros momentos echar mano de la reflexión y la lógica es sin duda más efectivo.
El riesgo está en usar solo uno o no el adecuado para mejorar nuestros resultados, o no poner en duda algunas de nuestras respuestas.
Para progresar en decisiones por las que no hemos obtenido buenos resultados, una buena estrategia consiste en reflexionar y cuestionarse: ¿Estaré cometiendo algún error de pensamiento?, ¿algún error de interpretación?, ¿algún juicio o prejuicio está contaminando mi percepción?
Ya con los postres en la mesa, entendimos que la protagonista de nuestra historia había cometido errores desde el principio que no era capaz de cuestionar. De lo que no estábamos seguros cuando nos levantamos para irnos era de si sería capaz de investigar o preguntarse en algún momento ¿donde está el fallo?, mientras….
Dejo encima de la mesa… la operación del precio de la pala
X+(X+1)=1,10 2X=1,10-1 X=0,10/2 X= 0,05 precio de la pala.
Publicado por Mila Guerrero.
Manager I+D+i de R&H Talento y Personas
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