lunes, 7 de marzo de 2016

La transformación digital va mucho más allá del uso de Internet o las redes sociales. No sólo es tecnología. Eso sólo es una parte. Se trata de personas, procesos, formación, y nuevas formas de entender los negocios y de acercarnos a los clientes.
                     
Las organizaciones digitales han venido para quedarse, de modo que  un buen ejercicio de reflexión es pensar en qué situación se encuentra tu organización. No lo demores más. Es el momento de empezar a hacer cosas, de crear tu estrategia digital. Esto, desde mi punto de vista, no significa que haya que desechar todo lo que hemos hecho hasta ahora. Muy al contrario se trata de rescatar estrategias válidas, pero adaptadas a un entorno digital, con todos los cambios que eso conlleve.
Las empresas digitales son esencialmente innovadoras. Los procesos tienen que dejar de ser lineales, para convertirse en ágiles, muy ágiles, basados en el principio “‘fail often, fail fast, fail cheap’. Los clientes digitales son exigentes en cuanto a la rapidez, es más, exigen inmediatez.
                              
La innovación característica de las empresas digitales va más allá de productos o servicios, alcanzando a procesos y formas de entender los negocios. Y desde luego, abordar formas distintas de acercamiento y fidelización de los clientes.
Lo digital es una forma de pensar y hacer. En el ámbito empresarial caminamos hacia entornos menos jerarquizados, más horizontales y colaborativos, con una mayor capacidad de autogestión. En este mundo el conocimiento es un valor que fluye con naturalidad, se comparte de forma abierta.

El mundo ya no se divide en ricos y pobres, el mundo se organizará en torno a los que manejen la tecnología y aquellos que se queden al margen.

Aprender a trabajar de forma correcta en un entorno digital es esencial para nuestra salud y nuestra eficacia. La tecnología tiene como objeto facilitar nuestra vida diaria y hacernos más eficientes. Sin embargo todo tiene una doble cara y esa interconexión de dispositivos casi permanente que nos rodea debe ser bien gestionada para evitar convertirnos en esclavos de la misma o en seres incapaces de desconectar. 

Ramón Gurriarán, director de programas de gestión empresarial de EOI, afirma que “esto supone preparar a los profesionales en nuevas formas de trabajar cuyas características principales son la transparencia y la colaboración. El verdadero salto ya no es sólo tecnológico, si no organizativo y de gestión”.

Pensar que alguna organización o algún equipo de trabajo puede quedarse fuera del mundo digital supone asumir un riesgo enorme, porque no podemos ignorar que la generación de los Millenials, por ejemplo, no conciben su vida en un mundo que no sea digital, y ellos suponen el 40% del mercado. Realmente ¿alguien puede renunciar voluntariamente a esa cuota de mercado?
 
Otro aspecto que no podemos ignorar es el de la imperiosa convivencia entre dos generaciones diferentes: la de los emigrantes digitales, que hemos aprendido a trabajar en este entorno acuciados por necesidad laboral (con resultados aceptables) o la de los millenials que han nacido y crecido rodeados de dispositivos y tienen una tendencia natural hacia un entorno muy tecnificado. No conciben la vida de otra manera y hemos de convivir en empresas en las que los emigrantes aportamos experiencia y conocimiento del sector o el negocio y los más jóvenes y digitales que aportan la tecnología, un nuevo lenguaje y una forma distinta de relación con el cliente.

Pero hay dos factores humanos que debemos contemplar: hay que ser capaces de diferenciar entre estar conectado y estar enganchado, y no podemos dejar de lado las relaciones humanas. Sería una gran equivocación olvidar el cuidado de las relaciones personales, que sustentan toda esa tecnología. Personalmente no me gustaría visualizar un mundo robotizado, frío, sin contacto ni comunicación humana.

La hiperconexión puede aumentar nuestra eficacia pero no debe convertirnos en adictos tecnológicos, ni en meros usuarios de dispositivos. Somos seres humanos que precisan relaciones y comunicación y simplemente tendremos que adaptar esas funciones a un nuevo entorno.

Os dejo el video de la entrevista que AEDIPE realizó a Juan Bueno el 3 de Marzo de 2016, y que resume el fenómeno de la Transformación Digital


 
Piensa en digital y que la fuerza te acompañe. 

Si quieres saber todo acerca de este fenómeno, te recomiendo leas el libro que recientemente hemos publicado "La ruta de la Transformación Digitall", que está disponible en Amazon. Lo puedes descargar en:

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Publicado por May Ferreira.
Executive Manager de R&H Talento y Personas



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Publicado el lunes, 7 de marzo de 2016 a las 17:50 por Juan Bueno

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miércoles, 27 de enero de 2016

La educación empieza en la familia y sigue y se extiende a todas las áreas de la vida incluido el colegio, la universidad o cualquier centro donde se reciba formación. Pero no son éstos los encargados de educar a nuestros hijos, o nuestros jóvenes. En el colegio reciben conocimientos y habría que enseñarles el camino adecuado para poner en práctica la educación recibida en sus casas.


Sin embargo asisto con cierto estupor a muchas situaciones en las que los padres e incluso el conjunto de la sociedad parecen exigir que sean los colegios y sus profesores los responsables de la educación de nuestros hijos. Es cierto que en la actualidad tanto madres como padres no lo tenemos fácil para dedicar tiempo a nuestros hijos; corremos de un lado para otro atendiendo al trabajo, la casa, la familia, actividades extraescolares, alguna que otra afición (a la que arañamos horas como podemos). Además deberíamos dedicar tiempo de calidad. Resulta complicada la tarea de educar a los hijos cuando llegamos a casa tarde, muy tarde (esos horarios locos que nos machacan) y tan cansados que pocas fuerzas nos quedan para regañar, poner límites o explicar y escuchar. Después de jornadas exhaustas es fácil caer en la tentación de ser más permisivo o dirigir la mirada hacia otro lado antes de enfrentarnos a más esfuerzos.

Tremendo error porque ni las guarderías ni los colegios, ni más tarde la universidad o los institutos se pueden convertir en un “aparcamiento” donde dejar a los chicos confiando en que aprenderán y les educarán mientras nosotros nos dedicamos a jornadas laborales intensas.

La familia, el hogar es el lugar idóneo para mostrar los valores básicos con los que esa unidad familiar se enfrenta al mundo, a la vida en definitiva. Y es cierto que es conveniente que exista una coherencia y una afinidad de argumentos con el centro escolar, pero el colegio creo que es un complemento. Siempre he esperado que la educación que reciben mis hijas en casa se vea refrendada por el centro en el que desarrollan sus estudios, y les transmitan el valor de la solidaridad, el respeto, la honradez y los buenos modales, pero esos ya los deben llevar inculcados.

El colegio les debe transmitir conocimientos y hábitos de estudio, de trabajo en equipo, o desarrollar unas estrategias de comunicación eficaz, pero no sólo hay que convertirlos en “pitagorines”, si no en personas de bien, con habilidades para desenvolverse en un mundo muy cambiante y exigente.

Pero esos valores deben estar presentes en el hogar. Si nuestros hijos no están familiarizados con los límites, el esfuerzo o la recompensa sería una labor titánica la que tendrían que hacer los colegios para que nuestros hijos los interiorizaran.

Creo firmemente en el valor del ejemplo. En todos los ámbitos. No hay teoría que tenga más fuerza que imitar a aquellas personas que admiramos y queremos. Así los padres, o abuelos nos podemos convertir en el mejor de los mentores, en ese espejo en el que nuestros hijos se pueden ver reflejados. Y del mismo modo lo hacen los profesores. Todos influimos de una forma extraordinaria en esos pequeños que serán nuestras generaciones del futuro.
Las dificultades, que indudablemente nos encontraremos a lo largo de nuestra vida, serán más fáciles de gestionar si hemos desarrollado adecuadamente capacidades como el análisis y la reflexión que nos lleva a la toma de decisiones; la tolerancia a la frustración cuando las cosas no salgan como queremos o la empatía con los demás para entender y respetar puntos de vista distintos o posiciones enfrentadas.

Unos niños educados, sensibles, respetuosos y solidarios se pueden convertir en unos adultos sanos y responsables. Pero cuando faltan esas bases de valores, aunque tuviéramos muchos conocimientos de geografía, matemáticas o tecnología no garantiza nada más que eso: atesorar sabiduría simplemente.

Recuerdo que un jefe que tenía en una multinacional siempre afirmaba “contratamos a la gente por su curriculum y les despedimos por su actitud”. 

La buena educación y los modales correctos no están pasados de moda. Al contrario, más que nunca, son necesarios para vivir en armonía en una sociedad endurecida y a veces distante. 

Las personas aprendemos por imitación a lo largo de toda nuestra vida. Siempre hay alguien que nos observa, que se proyecta en nosotros. Imagínate tu responsabilidad cuando esa persona es tu hijo/a.

No descuidemos la educación de nuestros hijos. Por favor y gracias

Publicado por May Ferreira.
Executive Manager de R&H Talento y Personas


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Publicado el miércoles, 27 de enero de 2016 a las 20:19 por Juan Bueno

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miércoles, 13 de enero de 2016

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Publicado el miércoles, 13 de enero de 2016 a las 10:30 por Juan Bueno

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Hoy durante una comida de trabajo, ha salido en la conversación un antiguo episodio en el que hemos estado afectados quienes compartíamos la mesa, aunque de diferentes maneras. Y en el que habíamos ido pasando de la incredulidad, al estupor; del enfado, al silencio, viendo como la protagonista de la historia, llevaba mucho tiempo insistiendo en considerar a otros responsables de todos sus males, en especial a una. Empecinada de que era la causa del deterioro de su imagen profesional, hasta de la personal, quejándose y justificando lo que se había visto obligada a hacer por esas circunstancias. Y seguíamos sorprendiéndonos en como las decisiones que había ido tomando le habían llevado a una concatenación de comportamientos muy poco afortunados que eran realmente los que le hacían sentirse peor y etiquetada en su entorno de imprudente e insensata.

comida de trabajo

Y mientras el resto opinaba que todo se debía a su carácter desproporcionado y a ser poco inteligente, y solo menciono los calificativos más suaves. Me he preguntado si en realidad lo que le ocurría era que cometía fallos de interpretación, posibles fallos del pensamiento, que le llevaban a esos desaciertos.

Recordé el libro que hacía poco había leído,“Pensar rápido, pensar despacio” de Daniel Kahneman (premio novel de economía por su trabajo sobre el modelo racional de la toma de decisiones), en el que se describían los tipos de pensamiento con los que tomamos decisiones y los fallos que se producen y conducen a la confusión o al error.

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En resumen Kahneman habla de dos sistemas que modelan el pensamiento. El rápido que afronta las situaciones desde las emociones y las intuiciones y opera de forma impulsiva, casi automática, sin esfuerzo ni sensación de control voluntario. Mientras que existe otro sistema más lento más deliberado, reflexivo y lógico, que requiere toda la atención y concentración, y un gran autocontrol porque dirige los esfuerzos en una búsqueda de alternativas antes de elegir una. Y demostraba que con el pensamiento rápido cometemos sesgos y errores que influyen sobre nuestras impresiones y opiniones. Esas que luego nos dirigen más de lo aconsejable, a actuar y decidir de una u otra manera.
Y en verdad yo detectaba que la protagonista a la que nos estábamos refiriendo mientras comíamos sufría esos fallos que Kahneman detallaba.
  • Mostraba una excesiva confianza en lo creía saber , aún sin haberlo validado de forma reflexiva.
  • Notaba que sobrestimaba lo que el autor llamaba ilusión de certeza. Un fallo del pensamiento en el que la subjetividad se vuelve incuestionable, y solo sirve para verificar una y otra vez lo que consideramos cierto. Ilusión que además le impedía buscar otros datos o analizarlos de otra manera, convencida de sus certezas, sin ver otras posibilidades.
  • Parecía que trataba los hechos de forma aislada y demasiado emocionalmente, fuera de un marco más amplio que le facilitara comprender algo más los sucesos.
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Todos eran errores del pensamiento. Fallos que se cometen por lo difícil que resulta examinar lo que creemos como auténticas verdades, muchas veces basadas en falsas realidades o suposiciones no objetivas. Y es que aún resulta más difícil cuestionarlas en momentos de incertidumbre o cuando nos sentimos peor. A todos entonces nos es fácil caer en la tentación de buscar atajos simplificadores, y basarnos en preferencias o intuiciones que pueden alterar las decisiones más razonables y lógicas. Tendemos en esos momentos a orientar nuestras emociones y basar nuestras acciones en juicios que hemos construido, sin confirmar su validez, y que nos pueden llevar a cometer auténticas barbaridades.

Quizás quien ha llegado hasta aquí leyendo piense que todo esto es demasiado teórico, así que propongo experimentarlo con un par de ejemplos.

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Si alguien nos preguntara que profesión tiene una persona con este perfil: Solitario, reflexivo, que le gusta la lectura, poco amigo de hablar mucho y salir a reuniones sociales… ¿qué diríamos?, ¿es un agricultor o es un bibliotecario?

Si alguien ha pensado que el perfil era el de un bibliotecario, lo que le ha pasado es que ha utilizado su pensamiento rápido y cometido un sesgo de probabilidad. Un fallo basado en ideas muy generalizadas o populares que llevan a una conclusión errónea. Pensemos: Existen más agricultores que bibliotecarios, luego es más probable por estadística, que el perfil corresponda a un agricultor, sin embargo la idea popular de como son lo bibliotecarios nos ha llevado a errar.

¿Otro ejemplo?

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Si alguien nos dijese: Un cubo y una pala de playa cuesta 1,10 €. Si el cubo cuesta 1 € más que la pala, qué cuesta la pala. ¿Qué contestaríamos?

Quien haya pensado que la pala costaba 0,10 €, ha elegido de nuevo una respuesta rápida intuitiva, pero falsa.

Otro fallo del pensamiento, llamado la pereza del autocontrol, un esfuerzo que evitamos para mantener una línea coherente y disciplinada. Aunque estoy casi segura, que quien ha hecho la operación correcta, también pensó en algún instante en los 10 céntimos, solo que ha sido capaz de poner en marcha su autocontrol y así dar una respuesta más eficaz.

No me gustaría que estos fallos hicieran considerar que un pensamiento es mejor que otro. Ambos se utilizan, se complementan y son útiles. En situaciones de riesgo, de supervivencia, es más efectivo decidir rápidamente qué hacer.

Pero en otros momentos echar mano de la reflexión y la lógica es sin duda más efectivo.

El riesgo está en usar solo uno o no el adecuado para mejorar nuestros resultados, o no poner en duda algunas de nuestras respuestas.

Para progresar en decisiones por las que no hemos obtenido buenos resultados, una buena estrategia consiste en reflexionar y cuestionarse: ¿Estaré cometiendo algún error de pensamiento?, ¿algún error de interpretación?, ¿algún juicio o prejuicio está contaminando mi percepción?

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Ya con los postres en la mesa, entendimos que la protagonista de nuestra historia había cometido errores desde el principio que no era capaz de cuestionar. De lo que no estábamos seguros cuando nos levantamos para irnos era de si sería capaz de investigar o preguntarse en algún momento ¿donde está el fallo?, mientras….

Dejo encima de la mesa… la operación del precio de la pala
X+(X+1)=1,10 2X=1,10-1 X=0,10/2 X= 0,05 precio de la pala.

Publicado por Mila Guerrero.
Manager I+D+i de R&H Talento y Personas



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Publicado el a las 0:46 por Juan Bueno

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viernes, 11 de diciembre de 2015

La toma de decisiones es una de las tareas más complejas y estresantes a las que nos podemos enfrentar si no sabemos gestionar esa incertidumbre de forma adecuada, pudiendo llegar a producir trastornos o patologías en casos extremos.

Sin embargo tomar decisiones puede ser también una tarea reconfortante, ya que es el primer paso para el afrontamiento de una situación problemática o no resuelta.

Siguiendo un esquema clásico habría que fijar el objetivo y se elabora un plan que mentalmente vemos que nos puede conducir al objetivo.

Se elaboran entonces varias alternativas que podrían ser válidas, estudiando entonces lo elementos relevantes de cada una de ellas y sus consecuencias. Así se llega al análisis definitivo que permite elegir la opción que nos parezca más conveniente. ¡hasta parece sencillo!

No lo es. Los obstáculos pueden aparecer desde el mismo inicio, para lograr determinar ese objetivo. En ocasiones lo que queremos está claro (romper una relación sentimental, cambiar de trabajo...), pero ese deseo puede chocar con nuestros valores morales, los compromisos a los que queremos hacer frente o nuestras creencias limitantes (mis hijos me culparán o el nuevo empleo puede fracasar en un contexto de crisis).

Se trata, no obstante, de un proceso que vivimos y experimentamos de forma constante, en cualquier ámbito: personal (elección de pareja), profesional (abordar uno u otro proyecto), familiar (elegir colegio para los hijos), etc.

Sea como sea es un ejercicio en el que debemos estar entrenados, pero no está exento de hacernos sentir ansiedad. ¿por qué?: Existe un cóctel de factores que pueden hacer que la decisión se nos atragante. O incluso el miedo a equivocarnos, provoca en algunas personas una auténtica falta de decisión, una incapacidad muy bloqueante para decidirse entre varias alternativas. Esperar que las cosas se solucionen solas o que los problemas desaparezcan como por encantamiento, es ya en sí misma una decisión: la de no hacer nada. Y en algunos momentos de nuestra vida, incluso puede funcionar. Simplemente la reflexión en ese caso es decidir si queremos ser protagonistas o artistas invitados de nuestra propia existencia.

La feroz intolerancia a la incertidumbre de algunas personas, las convierten en absolutas controladoras, inhábiles para delegar o para confiar en otros. En el ámbito profesional estas personas, sobre todo si ocupan puestos de responsabilidad, se suelen convertir en una cruz para sus colaboradores. La incertidumbre forma parte de la vida humana.

Algunos autores como Dugas o Gagnon afirman que esa intolerancia a la incertidumbre provoca el trastorno de ansiedad generalizada. Para evitarlo hay que aceptar que en la toda toma de decisiones hay una pérdida irremediable. Es imposible elegir las alternativas quedándonos con todas las ventajas y prescindiendo de todas las desventajas, como si estuviéramos en un laboratorio en el que se puede diseccionar la decisión, salvaguardando todo lo positivo y tirando a la basura lo negativo.

“No se puede tener todo, tienes que elegir” le suelo decir a mi hija cuando se queja porque tiene un cumpleaños de su mejor amiga el  sábado a la misma hora que da su clase de equitación, que le apasiona. Aún es pequeña y no está suficientemente entrenada para tolerar esa pérdida. Si decide ir al cumpleaños optará con un rato divertido de juegos y extroversión con sus amigos. Por el contrario si decide ir a montar a caballo, ese rato es de concentración, de esfuerzo físico, pero también de disfrute por el contacto con el animal, la superación del reto de cada clase, etc. ¿De qué dependerá su decisión? De los factores que decida sopesar en cada caso, y en muchas ocasiones, del propio momento.

Creo que ayuda mucho hacer una visualización muy completa de cómo queremos vernos en la acción que hayamos elegido. Esa visualización, lenta y muy recreadora, con detalles, sirve para ratificar nuestra decisión inicial o para decidirnos por otra alternativa.

Cuando las decisiones a las que nos enfrentamos son más trascendentes para nuestra vida, nos suele atenazar el miedo a fallar, a equivocarnos, a no poder rectificar. Ante esto creo que no hay recetas mágicas. El error es una importante fuente de aprendizaje y habría que desdramatizarlo (sobre todo en el área de la empresa), pero nos enfrentamos en esos casos a procesos más o menos largos, complejos e incluso dolorosos. Y es preciso vivirlo para madurar las decisiones y no sentir el vértigo del precipicio a nuestros pies.

Recuerdo una frase de un profesor que decía: “he pasado toda mi vida preocupándome por cosas que nunca sucedieron”.

Hay que centrar nuestra energía y análisis en lo importante, aquello que tiene que ver con nuestro objetivo, siendo capaz de discernir lo superfluo, para no dedicarle bríos que no corresponden a cosas nimias, porque nuestro entusiasmo y fuerza nos hará falta para tomar las decisiones importantes.

Por cierto, las próximas vacaciones, ¿mar o montaña?

Publicado por May Ferreira.
Executive Manager de R&H Talento y Personas




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Publicado el viernes, 11 de diciembre de 2015 a las 18:41 por Juan Bueno

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domingo, 6 de diciembre de 2015

Todo lo que huele a moda o tendencia tiene un problema acuciante: nace con fecha de caducidad. Si esta primavera se llevan las rayas y los colores pastel ¡ay de aquel que no tenga en el armario una de esas prendas! Pondrá de manifiesto su escaso gusto o conocimiento de lo más “in”. Una pena. Pero es todo tan breve que puede resultar estresante hasta la extenuación. Porque la temporada siguiente sólo se llevan los lunares y los tonos intensos. Así que aquellas prendas rayadas como el traje de Obélix y los colores suaves y amorosos quedan relegados al más cruel de los ostracismos.


Con la transformación digital parece que eso no ocurrirá. Más allá de una moda pasajera o una tendencia, ha venido para quedarse. Y los gurús de este asunto no recomiendan dicha transformación para estar al día sino que lo hacen por criterios empresariales mucho más sólidos, el primero es el de ser una empresa competitiva, eficiente y de éxito. Y se aborda en este caso la primera finalidad que dirige la vida de toda empresa. Permitidme decirlo de forma muy sencilla: Obtener resultados, seguir ganando dinero y tener posibilidades de supervivencia para… ganar dinero. De modo que la primera premisa que debe cumplir la transformación digital es tan antigua como la voluntad de los comerciantes fenicios: hacer buenos negocios y que éstos fueran rentables.

La segunda condición está relacionada con la capacidad de adaptación al cambio, y de ésta se deriva la flexibilidad. “Nada es eterno”. Exige un esfuerzo replantear que la concepción tradicional de un negocio que además fue un éxito en el pasado y dio buenos resultados económicos ya no vale para el futuro, y peor aún, ni siquiera tal vez para el presente. Ya lo decía Darwin, con aquella frase tantas veces repetida sobre la supervivencia de los más adaptables y no de los más fuertes. Poco más hay que añadir. Ser flexibles para crear un nuevo modelo de negocio, más tecnificado y cercano a los nuevos clientes se convierte en imprescindible.

Los clientes quieren una experiencia memorable, o como decía aquel famoso cantante “una experiencia religiosa”. En efecto ya no basta con ofrecer un buen producto y un servicio adecuado. Con eso no salimos en la foto. Hay que proporcionar a los clientes algo más. Hay que generar en ellos un recuerdo especial, que cuando lo evoquen traiga a la mente muy buenas sensaciones. En caso contrario el cliente buscará otras alternativas. No olvidemos que el cliente del mundo digital está súper informado de precios, condiciones, opiniones de otros usuarios, etc.

Transparentes como el agua. Así tienen que ser las empresas para que los clientes confíen en ellas. Estamos en la era de la información y cualquier desmán que éstas realicen es conocido y difundido a través de las redes sociales y nada puede hacer más daño a la reputación de una empresa, así que “las cosas bien hechas, bien parecen”. Que alguien se encargará de contar lo buenos que somos. Recordad que no hay mejor embajador de una marca que un cliente satisfecho.

Tecnología y personas. Estos dos elementos van de la mano y lo hacen de forma indisoluble. Las empresas que se enfrentan a la transformación digital sólo mejorando sus procesos a través de la tecnología están abocadas al fracaso antes o después. Porque los cambios se implementan a través de las personas, son éstas la correa de transmisión y si ésta no funciona, aunque dispongamos de la mas sofisticada tecnología de última generación, no será suficiente. Las personas están en dos ámbitos: nuestros clientes (a los que hay que escuchar porque nos proporcionan mucha información útil) y los empleados. Este es uno de los grandes retos al que las compañías tienen que dar su solución particular: ¿Qué es más importante: el cliente o el empleado?. Gran cuestión esta.

Mi opinión es que lo mas importante son los empleados, y me hago eco de las palabras que nos recordaba no hace mucho tiempo  Richard Branson (fundador de Virgin): “si cuidas a tus empleados, ellos cuidarán de tus clientes”.


Y un nuevo modelo de liderazgo. Esta cuestión necesita un post entero, pero puedo adelantar que hace falta un perfil competencial complejo, con un liderazgo fuerte, conocimiento profundo del mercado y dominio de nuevas tecnologías.

Recuerda, no se trata de una moda. La transformación digital vino para quedarse. ¿estás preparado?


En breve verá la luz el libro "La Ruta de la Transformación Digital", a través del cual podrás ahondar en las claves de esta apasionante aventura. 

Tienes disponible, de forma totalmente gratuita, una versión reducida del libro, que te puedes descargar aquí. Espero que disfrutes de su lectura y te sea de utilidad.

Publicado por May Ferreira.
Executive Manager de R&H Talento y Personas




Publicado el domingo, 6 de diciembre de 2015 a las 18:23 por Juan Bueno

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lunes, 2 de noviembre de 2015

“Que esa mañana decidiéramos coger las bicicletas y hacer la Senda del oso, resultó ser uno de esos momentos a los que yo llamo “momentos pancorbo”. 

“Que todos estuvieran encantados con el plan, que los bocadillos olieran a tortilla caliente en pan crujiente, parecía animar a pedalear a todos menos a mi.” 


“La senda es larga, 22 km, y aunque no es complicada, hay muchas fuentes y está considerada una de las más bonitas para hacer en bicicleta, mientras me preparaba me venían a la cabeza más razones para no ir y buscar una buena disculpa para huir, que para estar lista. Pero pospuse mis deseos, siempre creo que es mejor ver más allá del primer impulso"

“Que viniera una grandísima amiga era el mayor aliciente, así que, con deportivas, casco y todo lo necesario, allí estaba dispuesta a pedalear.”

“Creo que fue cruzando el primer puente que ambas nos quedamos rezagadas y vimos a todos irse alejando poco a poco y la voz de alguien gritando con mucha energía decir: “os esperamos en ...” lo último ni lo oí. Despacio seguimos el paseo mirando el bosque, el río, las praderas y sudando que el sol a esa hora ya no perdonaba.”

Vi un sitio precioso para sentarnos y no pude hacer otra cosa que proponerle: "Hagamos un pancorbo".

-Si eso es parar y descansar, me apunto. Contestó divertida.

Tranquilas, sentadas, respirando con suavidad y dejando medio tiradas las dos bicis me preguntó.”

-¿Qué es un pancorbo?

Sonriendo al recordarlo le conté.

-Pues es una bobada. Hace tiempo acompañaba en los viajes de forma bastante particular a una persona que quiero mucho, y muchas veces nuestro punto de encuentro era Pancorbo. Así que tengo asociada la palabra a momentos de ilusión, de sentirme bien y de estar en compañía de alguien a gusto pudiendo contar cualquier cosa.

Que ese momento lo rompiera una ciclista alejada de su pequeño grupo y que con sus zapatillas amarillas, pantalones de lycra y gafas de sol de montura llamativa nos dijera…. No, mejor no lo escribo aquí que raya entre lo obsceno y lo ordinario. Hizo que sorprendidas de la malquerencia gratuita de sus palabras y sus gestos, nos miráramos desconcertadas, perplejas al vivir la escena. Pero en silencio, sin contestar de forma impulsiva, controlando el deseo de hacer o de decir, observamos como con estilo bastante temerario e imprudente, levantando el culo del asiento, pedaleaba más rápido para alejarse, dejándonos muy atrás.”

-Dos minutos más ¿te parece?. Nos pedimos a la vez.

“Volviendo a las bicis recorrimos aquella senda hasta encontrarnos con los que llevaban los bocadillos, el chocolate y manzanas de la tierra. Disfrutamos de meter los pies en agua fría, de estar con quien merece la pena estar.”

“Ya de vuelta, en otro puente con varios charcos de barro de antiguas lluvias no evaporadas, donde volvimos las dos a parar para partir una onza de chocolate y saborearla mientras mirábamos el río, nuestra ciclista regresaba envalentonada. 

Y perdió el equilibrio, lo perdió, y su bici sin control se desestabilizó. Y allí estaba caída en todo el charco, con el casco ladeado, perdidas sus gafas espejo, y el amarillo de sus zapatillas también perdido entre los colores ocres del lodo.”

“Que la viera con la intención de adelantarse para quizás echarle una mano y ayudarla, hizo que le sujetara el brazo con fuerza diciendo:”

-No, permítele que encuentre su dignidad en la ciénaga que se ha metido. No rompas este momento también pancorbo.

"Y así, sin hablar, como en el viaje de ida, con el sosiego que da la prudencia, bajamos despacio el tramo que quedaba disfrutando de lo que había sido esa preciosa excursión. No de los percances del camino. Esos los aparté y dejé olvidados en la senda." 

Esa noche concilié muy bien el sueño, me parece recordar que tuve por segundos un pensamiento parecido a.. No hay plazo que no llegue… pero me dormí sin terminar el refrán de mi abuela.”

Este es el relato, ejercicio de su curso de escritura, que me ha enviado quien ha tenido que poner en marcha un gran repertorio de conductas de autocontrol emocional en esta última etapa.

El autocontrol emocional es la capacidad que nos permite gestionar de forma adecuada nuestras emociones y no permite que sean éstas, las que nos controlen a nosotros. Para Daniel Goleman es “La habilidad para hacer una pausa y no actuar por el primer impulso ”. 


Dejo encima de la mesa … la posibilidad de buscar pausas y respirar con calma antes de encontrar los que serán buenos caminos.

Publicado por Mila Guerrero.
Manager I+D+i de R&H Talento y Personas




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Publicado el lunes, 2 de noviembre de 2015 a las 11:35 por Juan Bueno

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