domingo, 30 de noviembre de 2014

Un proyecto de trabajo me permitió conocer hace unos meses la empresa Leo Burnett, y a su presidenta, Chiqui Búa, una de esas mujeres que ha llegado a lo más alto dentro de su organización, con la suma de las dos T: Trabajo + Talento. Pues bien, Leo Burnett es la empresa que ha realizado el impactante anuncio de la lotería de este año. Porque si algo podemos afirmar sobre la historia que se relata en el Bar de Antonio es que no deja indiferente. Al menos a las personas de sentimientos. Y esta época del año en la que irremediablemente estamos a punto de sumergirnos es más proclive al florecimiento de emociones.




La historia con la que nos lleva el anuncio hasta el modesto bar donde ha estallado la alegría, es tan sólo un vehículo con el que fantasear y pensar que cada uno de nosotros podríamos ser esa fría mañana un Manuel cualquiera, de aspecto sombrío y taciturno, maldiciendo su suerte por no haber comprado lotería. Esa misma imaginación ensoñadora (tan propia de las fiestas que se acercan) nos permite divagar con un amigo bonachón, tan grande su tripa como su corazón, que habrá comprado un décimo para compartirlo con nosotros y nos lo da desde la barra del bar, mientras el resto de los afortunados gritan ajenos a todo: “nos ha tocado el gordo”.  
 
El anuncio, el buen hacer de Chiqui Búa, las historias del bar de Antonio, y el talento de la gente de Leo Burnett ha dejado una ventana abierta al anhelo, al deseo, a cerrar los ojos y por unos momentos escapar de la realidad. ¡y nos hace tanta falta! Ese modestísimo bar que huele a madrugones de gente humilde, a muchas desesperanzas, a dificultades para llegar a fin de mes se convierte ahora en una fiesta donde corre el cava o un vino peleón que sabe y huele como el mejor Moët Chandon. Ese bar de hules desgastados y descoloridos permite evocar e imaginar ahora esperanzas que estaban guardadas en el cajón, olvidadas por la premura de las facturas cotidianas de la luz o el seguro del coche. Sí, Chiqui y su gente han desdeñado todo lo que nos rodea, gris, mezquino, deprimente y han dejado escapar la imaginación para acariciar una fantasía.
 

Está rodado con tanta sencillez y realismo que han conseguido alejarse de la ficción y por un momento, el sueño…. Parecía real.

Sin embargo me parece un espejismo cifrar los sueños de futuro en el dinero o creer que por el hecho de ganar la lotería vamos a alcanzar la felicidad. No siempre tiene por qué ser así, y hace poco leía una estadística que decía que un porcentaje muy elevado de personas que habían recibido grandes premios en juegos de azar, una década más tarde ya no tenían ese dinero, por haberlo despilfarrado o invertido mal.

Pero no es ésa la cuestión. El multimillonario griego Aristóteles Onassis decía “el dinero no da la felicidad pero calma los nervios”.
 
Pero si tengo que quedarme  con un mensaje  de una historia tan emotiva como la de Manuel, es con la de compartir con su amigo su fortuna y no olvidarle en ese momento en que la suerte les sonríe. Ese sentimiento que les une en el momento de entregar el décimo, es francamente poderoso.

Ya lo decía mi hija pequeña cuando estaba en la guardería (tres años) y llegaba a casa y le quería quitar algo a su hermana mayor. “María, compartir es vivir”. Y se lo arrebataba sin contemplaciones.

Por cierto, la mentora de Chiqui Búa es mi gran amiga Mila Guerrero, que publica en un blog, de los de pensar y reflexionar con humor y con amor: https://humanrecblog.wordpress.com/
 
Os recomiendo que leáis sus publicaciones..

 
No me gusta la Navidad, salvo por mis hijas que la disfrutan mucho, pero prometo este año más que nunca comprar y compartir mis décimos de lotería.
Gracias Chiqui por compartir el resultado de tu talento.
 
El anuncio hay que incluirlo en el Manual para soñar en tiempos difíciles.
 
Por cierto, el especial del diario El Mundo de este fin de semana (Yo Dona) publica la lista de las 500 mujeres más influyentes, entre las que se encuentra Chiqui Bua. Enhorabuena
 
May Ferreira

 

 
 



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Publicado el domingo, 30 de noviembre de 2014 a las 20:12 por Juan Bueno

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domingo, 23 de noviembre de 2014



Hace unos días escribí un tweet que decía: “Si contratas mediocridad no puedes exigir resultados excelentes. No estaría ni justificado ni pagado. Pero muchas empresas lo hacen”. La frase fue muy retwiteada y marcada como favorita. ¿por qué? Supongo que otras personas lo han hecho, o sea lo han difundido a su vez porque están de acuerdo conmigo. Lo cual no deja de ser lamentable. En cuanto al fondo de la cuestión, claro está.


Me encantaría pensar y sentir lo contrario pero la mediocridad me parece instalada en muchas áreas de nuestra vida y últimamente la veo sentada en algunos puestos claves en ciertas organizaciones y en otros mucho menos importantes, pero la vulgaridad de los servicios que prestan te puede complicar la vida.
 
La semana pasada tuve que cumplimentar un  trámite, absurdo donde los haya.
Tenía que incluir "una palabra", una sola palabra en un documento que cumplimente telemáticamente (al que por cierto la Administración me contestó por correo ordinario). El documento en cuestión está en el sistema informático de la oficina en la que me persono. Hablo con un funcionario, que me manda a hacer un recorrido por 4 plantas del edificio, para acabar de nuevo frente a él.  Le pido que incluya él la palabra (él me muestra en la pantalla de su ordenador mi expediente) y zanjado el asunto. Pues no.
 
Tengo que ir a una impresora que está enfrente de su despacho, imprimir 6 hojas, cumplimentar el impreso, entregárselo al funcionario para que me ponga un sello y pase a la ventanilla de al lado donde lo entrego (aquí me dicen que me sobran dos copias y me da una explicación que ni quiero ni necesito, sobre cambios en el sistema que ya no requieren "tanto papel") y este incluye la palabra en mi documento telemático.
 
Ni que hablar de la cola descomunal entorno a la impresora, pues los pobres ciudadanos de a pié que allí nos encontrábamos, teníamos delante de la pantalla del ordenador un sinfín de documentos con títulos ininteligibles que intentábamos descifrar, echándonos una mano unos a otros. Mientras, los funcionarios, sentados enfrente, mirando. El edificio que alberga en la misma proporción (ineficacia y tamaño) tenía la friolera de 18 plantas. Yo me recorrí 4 de ellas, acabando de hacer el trámite por la que había comenzado. Cito este ejemplo del sector público porque lo tengo muy reciente. Y vaya por delante todo mi respeto y admiración por los funcionarios de la administración pública española, trabajadores a los que siempre he defendido y defenderé, aunque este lamentable episodio pueda arrojar una sombra de duda al respecto.  
 
En la Empresa privada la imperfección últimamente me salpica sin piedad, la pequeñez, la vulgaridad. La falta de conocimiento hace mucho daño, se peca con demasiada frecuencia de imprecisiones que paga el cliente o el proveedor. Se trata en ocasiones de aspectos insignificantes, pero son éstos y no los grandes los que ponen de manifiesto la ausencia de calidad, y lo que para mí es peor, la ausencia de voluntad de conseguirla.
 
En algunos de los cursos que imparto insisto de forma machacona en la automotivación tan fuerte que uno puede conseguir con el placer que genera el trabajo bien hecho, el trabajo de calidad que se hace de forma sostenible y repetida en el tiempo. Sinceramente creo que si a uno le gusta lo que hace, pocas cosas hay más placenteras cómo el trabajo.
 
Es una forma de autoestimularse (un alumno me dijo con gracia que ese verbo a él le parecía sugerente) en el ámbito laboral (me apresuré a aclarar yo) muy poderosa.

Entre todos tenemos que romper ese círculo  corpulento y forzudo de mediocridad y resultados medianos que nos rodea y nos puede ahogar sin remedio. Claro, la justificación es la crisis. Como todo está en crisis defendemos con brío hacer las cosas a medias. Me niego en rotundo. Y si echamos un vistazo a los casos de corrupción de políticos, banqueros, folklóricas, yernos reales, directivos de empresas, falsos empresarios de la formación y demás fauna ibérica tendríamos que caer en un profundo sopor de unos 100 años, más o menos, y cualquiera se atreve a despertarse bajo el beso de un príncipe! La sangre real ya no garantiza casi nada, salvo muchas portadas en el HOLA y el discurso de la cena de Nochebuena, que a este paso lo dirá el líder de Podemos o el pequeño-gran Nicolás, ese nuevo espécimen de la picaresca del siglo XXI o del espionaje pillado antes de tiempo. Vaya usted a saber!

En fin, no quiero que me invada  el pesimismo, pero reclamo desde este post el ánimo y la pasión de una raza como la nuestra, el optimismo consciente y la voluntad de hacer las cosas bien y de forma rentable. Que por ahí fuera la gente está muy espabilada y nos comen el terreno. Nos sacan de la foto. Y los recursos son escasos.
 
 
La semana pasada estuve en París y una vez más los franceses me sorprendieron. Son gente lista. No se puede negar que tienen grandes productos. ¡qué podemos decir de sus perfumes o del foie o la moda! Pero también tienen otros mediocres, absolutamente mediocres o incluso malos, y es increíble lo bien que los venden, los promocionan y los rentabilizan. El día de mi viaje era la fiesta del Beaujolais nouveau, un vino que aquí llamaríamos peleón, pues bien, todo París era una fiesta en torno al vino. En el restaurante en el que comimos al mediodía nos dijeron que no se permitía servirlo hasta las 12 de la noche porque entonces empezaba la fiesta del Beaujolais…. O sea son capaces de crear todo un ritual en torno a un producto… regular. Por cierto, la botella cuesta 45 euros

La diferencia con los españoles es que cuando somos mediocres en lugar de sacarle partido lo que hacemos es rebozarnos, y la verdad es que el rebozado de mediocridad, empacha.
 

May Ferreira





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Publicado el domingo, 23 de noviembre de 2014 a las 13:28 por Juan Bueno

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viernes, 7 de noviembre de 2014

Ayer acompañé a mi madre al cementerio a visitar la tumba de su madre, mi abuela; también está su padre, pero ella dice: “¿Me llevas al cementerio a ver a mi madre?”. Mi abuela debería de tener hoy así como 128 años, murió hace 40 años, sin embargo, aún aparece en muchas conversaciones en mi casa.
 
 
Mi abuela, era una mujer muy inteligente, creo que de la familia ha sido la más inteligente de todos. Más que su marido, aunque fue un hombre culto y con una buena capacidad de análisis político. Más que sus cuatro hijos. Más que sus nietas y nieto , sus biznietos y creo que más que muchas de las personas que conozco.

Pero si algún talento tenía mi abuela era la paciencia. Creo además que la paciencia en contra de la opinión de todo el mundo, una opinión casi generalizada, la paciencia no viene sola ni siquiera con la edad.

Mi abuela no sabía leer ni escribir, comenzó a trabajar a los cinco años, sin embargo cuando se casó pidió a su marido, que le enseñara y tengo en mi memoria almacenadas escenas de mi abuela muchos días, sentada en la mesa del comedor practicando con mucha paciencia la lectura y escritura.

¿Con que tiene que ver la paciencia? Que habilidades psicológicas hay que desarrollar, potenciar y practicar para alcanzarla?

Formamos parte de un mundo impaciente, bastante ansioso. Vivimos bastante deprisa, la velocidad de la información, de las comunicaciones, en el trabajo el "esto es para ayer", es cada vez más frecuente y muchas exigencias del entorno le van imprimiendo a nuestras vidas un carácter de inmediatez a veces desmedida.
 
Si una persona tiene la capacidad de posponer e incluso renunciar a satisfacciones inmediatas por otras que le representen mayores beneficios estando más lejanas y además, posee el potencial para sobreponerse y superar situaciones de dificultad y dolor, se debe a una virtud: la paciencia.
 

Paciencia significa la capacidad de soportar algo sin alterarse, la capacidad de hacer cosas minuciosas, la facultad de esperar algo que se desea mucho y también significa tolerancia. En psicología se la relaciona con el concepto de tolerancia a la frustración.

Esta capacidad de tolerar, aplazar y dilatar nos permite alcanzar resultados más elaborados, coherentes, lógicos, planificados y efectivos. Es aplicable, además, a cualquier circunstancia, situaciones adversas sobre las que podemos o no tener control, o situaciones más favorables que necesitan reflexión.

La paciencia como habilidad psicológica permite encontrar más de una solución posible y sobre todo reconocer riesgos en cada una de las decisiones que se toma. Esta forma de pensar se debe en gran parte al aprendizaje y un entrenamiento desde los primeros años de vida, dentro de la familia, de la escuela. Un aprendizaje dirigido a experimentar la necesidad de renunciar a fines básicos por otros elaborados que, consciente o inconscientemente, se reconocen como más beneficiosos o convenientes.

Está tremendamente vinculada con la elaboración de plazos y tiempos para los acontecimientos.

Cuando ayudaba a mi abuela a hacer natillas y me decía: “mueve, mueve con la cuchara de palo” cada segundo y medio le decía “¿ya?, ¿ya?, ¿ya? Y ella contestaba: “todo necesita un tiempo para hacerse ” y me tocaba esperar, mientras olía a vainilla y veía aquella cacerola de porcelana llena de natillas amarillas humeantes.
 
El autocontrol es la habilidad en la que se apoya la paciencia, la capacidad de reconocer las emociones, gestionarlas y transformarlas, de elaborar pensamientos positivos y efectivos y producir patrones de conducta competentes.

Cuando en una sesión de coaching un directivo de una empresa semipública me insistía en que su mayor virtud tenía que ver con la paciencia, le pregunté : ¿en que se diferencia la paciencia con tragarse todos los sapos?.

Ser paciente no significa sobrecargarse de sufrimiento, ni ser extremadamente permisivo en las relaciones tóxicas, ni permitir que los otros te griten, te critiquen o te hagan vulnerable en algunas escenas públicas. No es ser la víctima de la desorganización ajena, ni aceptar todos los deseos y modos del otro. Ahí entran en juego otras habilidades psicológicas, pero no la paciencia.

Mi abuela cuando me veía remover las natillas con cierta prisa, como si dando vueltas mas deprisa iba a conseguir que se hicieran antes, solía abrir la fresquera, sacaba unas aceitunas, se acercaba y me decía: “ dales tiempo, se harán y nos las comeremos de postre, mientras, no pienses en ellas y vamos a dedicarnos a las aceitunas”. Entonces a mi lado, cortaba despacio cebolla, muy pequeña, la ponía en un cuenco, echaba un poco de aceite y una cucharadita de pimentón, añadía las aceitunas negras, con una cuchara las removía y metíamos las dos los dedos para cazar alguna , me la metía en la boca, me chupaba los dedos y esperaba hablando con ella en su cocina de otras cosas que nada tenían que ver con las natillas ni siquiera con las aceitunas, aunque de vez en cuando me recordaba...”Ehhh!!!!! mueve la cuchara no se te peguen”.

Si alguien quiere aprender a tener paciencia:

• Recordemos que existe un tiempo para cada circunstancia o situación, que hay procesos que solo a su ritmo podrán culminar.
• Esforcémonos en focalizar y visualizar los resultados futuros.
• Como buen hábito, practiquémoslo diariamente.

Y como decía mi abuela... “La paciencia es un árbol de raíz amarga pero de frutos muy dulces. 
 
Mila Guerrero
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Publicado el viernes, 7 de noviembre de 2014 a las 21:05 por Juan Bueno

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Darío lanzó un enorme bufido y gritó “Carmen esta camisa está mal planchada, me gusta que los cuellos estén perfectos”. La chica bajó los ojos cabizbaja y musitó: ”sí señor, disculpe”. Se puso colorada mientras lo decía. Era una chica joven y no tenía mucha experiencia, pero trataba de hacer las cosas lo mejor que podía. Echaba de menos que cuando empezó a trabajar, hacía unos meses, en la casa, le hubieran dicho cómo les gustaba cada cosa, pero la señora estaba siempre de viaje y el señor le iba dando las instrucciones a gritos y a veces eran contradictorias. Ella también suspiró pensando que en unos minutos se iría al trabajo y ella podría trabajar tranquila. Todo le salía mejor cuando estaba sola. El cargaba el ambiente de negatividad y las cosas se torcían.


Darío salió como una exhalación, se tropezó con el portero en el rellano que le saludó a pesar de que él no le dirigió ni la mirada. Sacó el coche del garaje aflojándose el nudo de la corbata y se metió en el atasco de todos los días. No tardaba mucho en llegar a su trabajo, unos 20 minutos, lo que en Madrid era un lujo, pero se le hacían eternos y llegaba siempre muy estresado “todos los conductores son unos inútiles, no tienen ninguna habilidad al volante”.
 

 Se impacientó cuando el ascensor tardaba más de los 30 segundos habituales en llegar y entró en la oficina como una exhalación. Su secretaria le recibió con una sonrisa “Buenos días señor Gutiérrez, qué tal está?”. No contestó al saludo y le espetó “por qué has puesto hoy una reunión con clientes a las 12H? me viene fatal” y sin dejarla responder, se metió en su despacho dando un portazo. La sonrisa de ella se desdibujó en una mueca. “él mismo me pidió la reunión”, pero no se atrevía a replicarle. Nunca sabía cómo acertar. Echaba de menos que le hubiera explicado cómo quería las cosas, cómo había que gestionar su agenda. Pero nunca lo hizo y ella aprendía a base de equivocaciones constantes. Deseaba hacer bien su trabajo, pero Darío la ponía muy nerviosa. Cuando él llegaba, se cargaba el ambiente de  negatividad y las cosas se torcían.

Desde el fondo de su despacho, oyó un grito: “Quiero que venga a verme el Director Financiero con las cuentas del último semestre. Ahooraa”.

A ella le molestaba especialmente que hablara a gritos y no le pidiera las cosas por teléfono o llamándola a su despacho. No conseguía acostumbrarse.
 
El Director Financiero acudió raudo y molesto al mismo tiempo. Estaba participando en una call conference con los ingleses y les tuvo que dejar con la palabra en la boca excusándose por un asunto urgente. “No puede disponer así de nuestras agendas, sin respetar mis compromisos”. Cerró la puerta y se hizo el silencio.

La secretaria pensó: “ahora podré concentrarme y seguir trabajando”. No habían pasado unos minutos, cuando se oían los gritos y alguna palabra mal sonante que pronunciaba Darío acompañado de algún puñetazo. Se sobresaltó, pero siguió con la organización del evento de la próxima semana. Ella intentaba evadirse, pero el alto tono de la discusión se lo impedía. Se dio entonces cuenta que se había equivocado en el mail de convocatoria que había enviado. “Oh no. Está mal…. Cuando el jefe lo vea me ganaré una buena bronca”. Se dio cuenta que le sudaban las manos, intentó tranquilizarse yendo al baño.

El Director Financiero salía entonces del despacho pálido y cabizbajo. Estos enfrentamientos dialécticos con Darío, tan violentos, le dejaban exhausto, muy desconcentrado. Se volvió a conectar a su call pero a duras penas se enteraba de lo que estaban proponiendo. Pensaba que desde que Darío era su jefe había perdido mucha ilusión, ya no le apetecía ir a cursos para seguir progresando, ni enfrentar nuevos proyectos. Su trabajo de cada día le parecía una condena. Cuando él llegaba se cargaba el ambiente de  negatividad y las cosas se torcían.


Darío alzó la voz para llamar a su secretaria, una vez, dos. No respondía. Salió enfurecido pensando “pero dónde diablos se ha metido esta mujer, nunca está cuando se la necesita”. Ella volvía secándose las manos y se disculpó azorada.

 

Le pidió una llamada y le espetó “no sé cómo lo haces pero cada vez que salgo no estás”. Ella levantó la mirada indignada, y se mordió los labios. “Qué injusto es todo esto, trato de ser la más eficaz, no molestarle en nada, adelantarme a sus necesidades…. Pero nunca consigo satisfacerle”. “Si no fuera por la hipoteca y mi hija no aguantaría en este trabajo, ni este trato pero qué voy a hacer? El mercado de trabajo está muy mal y al menos aquí tengo un buen sueldo, pero cada día estoy más triste”. Hacía dos años que trabajaba con Darío y se daba cuenta que aquella secretaria risueña, animosa y con enorme capacidad se estaba convirtiendo en una profesional insegura, apocada y dubitativa.

Estaba ensimismada en sus pensamientos cuando oyó otro grito desde el fondo del despacho: “Que venga el Director de Recursos Humanos ahora mismoooooo”.
 
Darío estaba furioso, ese Director suyo se las daba de moderno diciendo que había que cuidar a las personas y estaba preocupado por la motivación de la plantilla y el clima enrarecido que se estaba creando en la empresa. “pamplinadas” pensó.
 
Su secretaria pensó “Voy a empezar a buscar otra cosa”. El Director Financiero estaba viendo las ofertas de Infojobs de reojo. El Director de Recursos Humanos entró en el despacho. Pronto el tono de voz empezó a subir.

Cuando él llegaba se cargaba el ambiente de  negatividad y las cosas se torcían. Su secretaria repasó la agenda “Qué bien, mañana está de viaje” pensó al tiempo que sonreía tristemente.
 
Juan F. Bueno



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Publicado el a las 20:45 por Juan Bueno

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jueves, 9 de octubre de 2014



Estando en una sesión de coaching con un cliente, decidió revisar algunas de las cosas que él creía habían marcado su vida de una forma crítica, y que las atribuía al azar o la casualidad… “De pronto pasó eso y…… y me vi envuelto….

Así empezó la sesión. ¿Juega un papel importante el azar en la vida, o es el proceso de toma de decisiones el que la dirige?.
 
 

Relató como en sus primeros pasos laborales estando en una multinacional, un amigo le dijo que había unas plazas públicas “de esas de toda la vida” y por estar cerca de su familia, en vez de seguir en otra ciudad menos confortable… que se presentó y … “de casualidad aprobé” ; si me hubiera tenido que quedar; me dijo:”quizás tendría que haber hecho nuevas amistades, quizás dejar a mi novia con la que estaba ya acostumbrado a estar aunque poco enamorado e intentar decir a quien me gustaba mucho en ese momento ¿lo intentamos?”.
 
Siguió contando, que cuando ella le dijo el día y la hora en que se tenía que casar, dijo: "¡vale!", asentí sin pensar demasiado: “Es que creo que había quedado una fecha libre por casualidad o cuando me lo dijo ya estaba todo hecho”. Dejó al azar su primer hijo… “no pusimos medios si venía bien sino pues bien también…” y un segundo: “de hecho tardó mucho, pensaba que ya no tendríamos más, a mi me daba igual, ella era quien lo quería”.  Siguió contándome que: La casualidad hizo que se quedara libre un puesto directivo y… ese día yo defendía un proyecto y estaba ahí… Y también fue azaroso que un día, con un tema de trabajo alguien me dio una referencia contesté un correo, y empecé a hablar con una persona que me hizo sentir de otra manera. “Disfrutaba mucho, en ese momento me sentía más querido, protegido, muy bien,  sin más”. Y fue la casualidad que mi mujer cotilleara mi móvil,  y me obligó a dejar esa relación… y… de casualidad me recomendaron venir aquí.

¿Casualidad o causalidad?

En un mundo en el que no se puede evitar vivir sumergido en cierto grado de incertidumbre, en el que por alguna extraña razón las consecuencias de nuestras acciones o de nuestras omisiones están a veces más allá de nuestro alcance de comprensión aparente, el hecho de confiar en la suerte es, en cierta medida casi inevitable para sentirnos mejor.
 
Solemos preguntarnos por qué nos pasan las cosas, en lugar de reflexionar acerca de para qué nos han ocurrido. Preguntarnos por qué es completamente inútil. Fomenta que veamos la situación de la misma forma, a veces como un problema y nos lleva a adoptar el papel de víctima y sentirnos incapaces.

Por el contrario, preguntarnos para qué, nos permite ver esa misma situación estrechamente vinculada con la responsabilidad. Una actitud mucho más eficiente y constructiva. Favorece que empecemos a tener en cuenta la oportunidad de aprendizaje vinculada a cualquier experiencia, sea la que sea.

La física cuántica define este proceso de azar, en los términos que “la realidad es un campo de potenciales posibilidades infinitas, pero, solo se materializan aquellas que son contempladas y aceptadas. Es decir, que ahora mismo, en este momento, nuestras vidas, nuestras circunstancias son el resultado de la manera en la que hemos venido pensando, decidiendo y actuando durante años.

En Oriente se llegó a esta misma conclusión en el siglo V antes de Cristo. La ley del karma afirma que “todo lo que pensamos, decimos y hacemos tiene consecuencias” lo que elimina toda posibilidad de caer en el pozo del victimismo. De ahí que en el caso de que cometamos errores, los resultados nos permitirán evaluar decisiones y conductas, pudiendo así aprender y evolucionar.
 
Y en paralelo, en el caso de que cometamos aciertos, estos nos permitirán verificar que estamos viviendo con cierto grado de comprensión, discernimiento y acumulando cierta sabiduría.

Esta es la razón por la que los sucesos que componen nuestra existencia no están regidos por la “casualidad”, sino por la “causalidad”.

Si hemos venido creyendo que estamos aquí para tener un empleo que nos permita pagar las facturas, si opté por dejar en manos de otro u otra sentirme querido o respetado, mantener o no una amistad, no darme por enterado de hechos, ceder a imposiciones o admitir condiciones… eso es precisamente lo que habremos diseñado para nuestra vida, con nuestros pensamientos, nuestras decisiones y comportamientos.

Por el contrario, si cambiamos nuestra manera de pensar y de actuar, tenemos la opción de modificar el rumbo de nuestra existencia, cosechando otros resultados diferentes. El simple hecho de creer que es posible representa el primer paso.

Nos suceden experiencias que por la manera en como nos afectan, se las atribuimos a la buena o mala suerte, al azar, o a la casualidad. Otras decimos que suceden porque sí, porque tenían que suceder y a otras simplemente no le prestamos ninguna atención.

Una decisión unida a la habilidad, el conocimiento, la intuición y el esfuerzo apartan a la suerte de la escena. Las cosas que salen mal dada la falta de esas competencias, o las que salen bien gracias al ejercicio de éstas no pueden achacarse a la mala o buena suerte. Los sucesos externos que forman parte de nuestra existencia suelen ser un reflejo de nuestros procesos emocionales internos. De ahí la importancia de conocernos a nosotros mismos.

 
Según la ley de la sincronicidad, “lo que nos ocurre, bueno o malo, está ahí para que aprendamos algo acerca de nosotros mismos, de nuestra manera de disfrutar la vida”.

¿Qué has aprendido de esas decisiones que dices dejas que tomen otros por ti?,  ¿Cómo te ves dentro de siete años ? ¿Qué haces para disfrutar de tu vida? le pregunté a mi cliente …
 
Mila Guerrero
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Publicado el jueves, 9 de octubre de 2014 a las 22:44 por Juan Bueno

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domingo, 28 de septiembre de 2014

La forma más directa de descubrir el estilo de un directivo es conocer a su equipo. Sus miembros, con su conjunto de cualidades, habilidades y características será el fiel reflejo de aquél que ostente la responsabilidad de su dirección. Y sobre todo la forma de actuar e interrelacionar de todos ellos será la representación más patente de su modelo de gestión.



                                 
El pasado 14 de Septiembre de 2014, se fue otro de los grandes empresarios de este país, un empresario discreto, un hombre que dedicó toda su vida profesional al mismo grupo empresarial con el que recientemente confirmaba haber dejado atrás la crisis, y afianzarse en la expansión internacional.
 
El perfil de Isidoro Alvarez se manifiesta de nuevo como el de un trabajador infatigable, enamorado de su tarea, un visionario del mercado, que supo llevar la cadena de almacenes y convertirla en un gigante con presencia en todas las provincias españolas. La innovación en productos y la calidad en el servicio ofrecido han sido sus máximas, pero siempre dentro de criterios de absoluto sentido común, y sopesando mucho los riesgos. Así él y su equipo han alcanzado con su negocio un altísimo nivel de desarrollo, siendo referencia a nivel europeo.

En otro post he mencionado en alguna ocasión la figura de los jefes y los jefecillos. A cada uno de ellos le corresponde un equipo o un grupo de gente que trabajan juntos, sin más. Hace unos años trabajé en varios proyectos para lo que llamábamos “equipos de alto rendimiento”. ¿De que hablamos?: Pues era ni más ni menos que el fiel reflejo de un equipo maduro, muy cohesionado y con un gran líder al frente.  Y eso es lo logrado por Isidoro Alvárez durante los últimos 25 años al frente de El Corte Inglés.
 
Era un hombre discreto, un gran gestor, que se volcó expresamente en el equipo que le rodeó a lo largo de su vida profesional porque sabía que nadie era imprescindible, pero la gran maquinaria del gigante del comercio español tenía que funcionar con un engranaje perfecto.

Isidoro Alvarez era además un tipo listo y con capacidad de adelantarse a su tiempo, la tan mencionada proactividad ante el cambio. Supo ver por dónde iban los avances tecnológicos y las demandas del mercado y estar ahí para satisfacerlas. Los españoles nos modernizamos y él estaba a nuestro lado, de forma silenciosa, en segundo plano, dirigiendo con su equipo aquel negocio que en su origen fue una modesta sastrería en la calle Preciados de Madrid.
 
El Corte Inglés es Marca España y es sinónimo de calidad y ése es el referente que necesitamos proyectar dentro y fuera de nuestro país. Recuerdo en la época de  expansión de los años 70 en diferentes provincias españolas cómo la apertura de uno de esos centros de los grandes almacenes suponía una garantía de prosperidad y negocio para todos los locales de la zona. El Corte Inglés traía prosperidad, seguridad y calidad. Isidoro lo sabía. Y trabajaba infatigable en esa línea. El y su equipo. 
 
Siempre cuidó tener preparada la sucesión, consciente cómo era que ésta se tenía que realizar sin ningún perjuicio para la Empresa, sus empleados y sus clientes. Por ello luchó toda su vida. Para eso se rodeó de los mejores.
 
No se trata de ser carismático o genial sino simplemente de arrancar la pasión y la motivación de los colaboradores. Eso lo consiguió sobradamente Isidoro Alvárez. Allí donde esté ya estará buscando un local donde ampliar el negocio.
 
La misma semana que fallecía D. Isidoro Álvarez, también lo hacía D. Emilio Botín, Presidente de Banco Santander. Dos grandes líderes del empresariado español nos han dejado en un corto espacio de tiempo. 

Nos sentimos un poco huérfanos de líderes. Aciaga semana.
 
Juan F. Bueno




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Publicado el domingo, 28 de septiembre de 2014 a las 16:43 por Juan Bueno

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Hace unos días una amiga me contó una historia que quiero compartir con vosotros.
 
una próspera Empresa de distribución en la que trabajaba nuestra protagonista, Mariquita Risueña. Ella era una mujer preparada, trabajadora, inquieta y con muchas ganas de seguir aprendiendo. Todos los días acudía a su trabajo intentando mantener la motivación de su equipo y la suya propia. A veces no era fácil. No, a veces era incluso muy difícil.

Estaba ensimismada en sus pensamientos cuando oyó un terrible aullido “uahhhhh Mariquita ven rápido a mi despachoooooo”. El grito procedía del piso de arriba. Era el Gran Ogro Pepe que bramaba desde su oscura guarida.

Mariquita acudió enseguida y con una sonrisa en los labios tocó en la puerta. Pepe gruñó sin levantar apenas la mirada. Tecleaba con furia encima de su ordenador. Ella siempre se sobresaltaba cuando la increpaba así. Le conocía desde hacía años pero no acababa de acostumbrarse. El Gran Ogro Pepe empezó a soltar una retahíla que quejas y reproches sobre Mariquita, su trabajo, el de su equipo…. Ella miró por una rendija de la gruta, y vio como se colaban los rayos de sol. Fuera hacía un día precioso, era viernes y ella quería disfrutar de un buen fin de semana con su marido, su hija, su perro….. no, definitivamente el Gran Ogro no le iba a amargar el día. Cuando él acabó de increparla ella volvió a su despacho, con aspecto más serio. Una de sus colaboradoras, Anita Feliz le dijo: “¿por qué te ha gritado esta vez?” Mariquita se encogió de hombros. No quería transmitir a sus compañeras el malestar que le provocaban las constantes broncas. Ella quería que su equipo trabajara unido, con ganas, alegre, pero a veces el panorama era sombrío.

Todos temían al Gran Ogro Pepe. Le obedecían y procuraban no contrariarle porque preferían no provocar alguna de sus sonoras reprimendas. Su método de trabajo era castigo y premio (más castigos que premios). 


Mariquita Risueña tenía al respecto una idea distinta. Estaba convencida que un equipo cohesionado, con un líder (que no un jefe) al frente, con objetivos claros y un plan de trabajo conocido y aceptado era más eficaz y, sobre todo, más feliz. Ella no entendía el trabajo como una condena, deseaba ir a trabajar con ganas cada día y asumir nuevos retos. Pero....



Otra de sus compañeras, Blanquita Radiante le dijo “¿Por qué no vas a la Escuela de Ogros donde le enseñaron su método de dirección y tratamos de inscribirle en un curso de liderazgo? Tal vez ellos puedan convencerle…..


Mariquita Risueña decidió ir acompañada de la jefa de formación, Carmen Dichosa. La pobre tenía poco trabajo porque el Gran Ogro decía que la formación no era más que una pérdida de tiempo y las herramientas de desarrollo, tonterías que ponen de moda los americanos. En definitiva, no hacía caso a “esas paparruchas de los chicos de Recursos Humanos”…. Ay menudo panorama!!!!!!!! Qué difícil era lidiar con un jefe gruñón y de talante tan voluble. Ella reconocía que técnicamente era bueno, conocía su profesión, era hábil, manejaba bien las cuestiones técnicas…. En fin, si pudieran ayudarle a cambiar….

A medida que se acercaban a la escuela las dos compañeras veían la zona muy despoblada, apenas había gente y todo estaba desangelado. 
Cuando ya casi habían llegado atisbaron un cartel como éste. La escuela estaba cerrada! “no puede ser” pensó Mariquita Risueña, pero si ésta escuela era un éxito, siempre estaba llena.

De repente vieron a la Directora, la Sra. Marisol Cascarrabias que con gesto entristecido iba recogiendo pupitres. Ambas se acercaron y Mariquita preguntó “Buenas tardes, Sra. Cascarrabias ¿qué ha pasado?, ¿Por qué está cerrada la Escuela?

La Directora lanzó un sonoro suspiro y dijo “nos hemos arruinado, el sistema de Premio y Castigo ha fracasado. Al principio nuestro modelo de Jefes-Ogros funcionaba muy bien. En las Empresas estaban muy contentos con ellos pero poco a poco empezaron los problemas. Los empleados se rebelaban ante los malos modos, las reprimendas, los cambios de humor, y tampoco aceptaban premios con la formación y castigos con las subidas de sueldo. Un auténtico fracaso. Las Empresas nos empezaron a devolver a nuestros Ogros y nos vimos obligados a cerrar”.

Mariquita no podía disimular su sorpresa. Carmen Dichosa exclamó “¿y ahora qué vamos a hacer?”.

La Sra. Cascarrabias la miró con desgana y dijo “ahora todos quieren mandar a sus ogros a la Escuela del Líder Que Guía Tu Camino. Dicen que sus jefes salen  de ahí con ganas de motivar, ilusionar e iluminar la tarea de sus equipos. Dicen que consiguen de equipos ordinarios unos resultados extraordinarios”. Siguió suspirando “y ahora ¿qué haremos con todos los Jefes Ogros que mandamos a un montón de empresas de todo el país? Si hasta nos los pedían desde el extranjero…..”

Mariquita Risueña y Carmen Dichosa comprendieron que tenían que lograr matricular a su Ogro en La Escuela del Líder Que Guía Tu Camino. Pero, ¿cómo podían hacerlo?
Continuará…..

Juan F. Bueno



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Publicado el a las 16:39 por Juan Bueno

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