jueves, 28 de abril de 2016

El concepto Internet de todas las Cosas (IoT) es una tendencia que ha irrumpido con la fuerza de un tsunami y cuyas posibilidades son casi infinitas. El panorama que se extiende ante nuestros ojos es abrumador, implica a todos los sectores de la industria y puede mover millones y millones de euros en los próximos años.

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El Internet de todas las cosas aborda el cómo personas, cosas y datos pueden actuar de forma diferente. Hemos pasado ya ese primer estadio en el que Internet se usaba fundamentalmente para la búsqueda de información. 

Un interesante ejemplo de las posibilidades que se nos brindan es el de la empresa NextSeguros que para diseñar seguros a medida para sus clientes utiliza la información que le proporcionan los dispositivos instalados en los coches, disponiendo así de una información completamente real. 


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Pude parecerlo pero no es ciencia ficción. Podría ser el futuro pero en muchos casos ya es el presente.

El concepto de Internet de todas las Cosas está basado en la conectividad que tiene como objeto hacer más fácil la vida de los seres humanos. Puedo citar ejemplos que nos dejarán boquiabiertos: un dispositivo en la nevera que avisa de la fecha de caducidad de los productos; un inodoro que analiza la orina y recomienda la dieta más adecuada o dispositivos en los animales que recogen su productividad. O sea no se trata sólo de tener datos si no de utilizar esos datos para disponer de mayor conocimiento, poder tomar decisiones de forma compleja y por lo tanto disponer de más recursos para hacer nuestra vida más fácil.

El potencial de IoT es tan enorme que puede cambiar, más bien diría transformar profundamente toda nuestra vida.

Casi podríamos afirmar que en un futuro próximo las cosas que no estén conectadas no tendrán futuro. Hablamos por lo tanto de la fuerte tendencia  a provocar la interconexión digital de las cosas de uso cotidiano.


Internet de todas las cosas 3
Hay dos grandes campos de acción en el Internet de todas las cosas: el primero, el que he mencionado de la conexión de los objetos (muy encaminados a hacernos la vida más fácil) y el otro, denominado “Smart cities”. En este caso el IoT sirve para medir y gestionar algunos parámetros como energía, consumos, humedad, circulación, gestión de residuos, etc. de forma automática y sin que intervenga el ser humano. De esa forma se están tomando decisiones complejas que ayudan a reducir o hacer un consumo más racional de los suministros.

En algunas ciudades ya se están instalando estos sistemas en la red de alumbrado, alcantarillado, etc. Sus potencialidades podrán llegar al transporte o la sanidad. Si tenemos en cuenta que en el 2050 más del 60% de la población mundial vivirá en macro-ciudades se volverá imperativo racionalizar todos estos usos para su mayor eficiencia.

Es cierto que en muchos casos estos conceptos son un tanto difusos y lejanos todavía para el ciudadano medio pero su avance es imparable. Los cambios se suceden a velocidad tan vertiginosa que algunos de los avances que hace muy poco tiempo nos parecían revolucionarios, desde la óptica actual se ven ya como rudimentarios.

La Transformación Digital en que ya estamos inmersos cambiará de forma radical muchos negocios tradicionales que perderán su razón de ser, la forma de comunicarnos, entablar relaciones, o salir al mercado.

Este nuevo entorno con dispositivos que son capaces de conectarse a Internet y permiten que el usuario tenga el control u manejo de aparatos que le facilitan la vida ya está en marcha. Desde el punto de vista humano esto requiere una enorme capacidad de flexibilidad y una significativa adaptación a los cambios que se vayan produciendo. 

¿Nos gustará vivir en un mundo lleno de objetos sensorizados y monitorizados, interconectados, pudiendo emitir órdenes desde cualquier lugar? Siempre que se producen avances revolucionarios se produce el temor de pensar hacia qué sociedad caminamos, y se impone la búsqueda del equilibrio entre todos aquellos dispositivos y aplicaciones que aumentarán nuestra comodidad y seguridad frente a los posibles abusos y despersonalización que podríamos experimentar.
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Estamos ante un gran salto, lleno de beneficios indudables para la humanidad, ante un momento único, pero no podemos perder el norte ante toda esta tecnificación, y hay que tener siempre presente que el Internet de las cosas deberá estar al servicio de las personas. Porque detrás de aparatos, conexión, digitalización y más y más avances estamos los seres humanos. Y esa condición no debemos perderla de vista.

El equipo de redacción de R&H Talento y Personas



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Publicado el jueves, 28 de abril de 2016 a las 18:24 por Juan Bueno

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martes, 5 de abril de 2016

Los Millennials quieren trabajar en empresas diferentes a las que sedujeron a sus padres unas décadas atrás. Muy diferentes.

Para sus progenitores era básico encontrar una empresa seria en la que poder desarrollar toda o gran parte de su vida profesional, asumiendo los avatares que en ella hubiera que vivir como una consecuencia normal por tener ese trabajo.


Los Millennials son mucho más inconformistas. Es cierto que buscan una remuneración atractiva, pero ése no es el primer factor que les influye para querer trabajar en una empresa. Desean poder realizarse y desarrollarse a nivel profesional y que su empresa se ocupe y preocupe por su bienestar. Y no nos olvidemos de horarios razonables o incluso flexibles. Los Millennials no están dispuestos a estar encerrados en su trabajo de sol a sol, haciendo frente a tareas que nunca se acaban. Para ellos se acabó el presentismo, que es sustituido por la eficiencia. Hay que conseguir resultados y hacerlo de la forma más eficiente posible.

Quieren trabajar en empresas innovadoras y que sean respetuosas con el medio ambiente. A pesar de la situación de crisis que vivimos, que en ocasiones obliga a conformarse con un empleo poco valorado, estos jóvenes tienen claro lo que anhelan para su desarrollo profesional, y además están dispuestos a cambiar y asumir riesgos.

Además les parece seductora la posibilidad del emprendimiento. Son capaces de lanzarse a la aventura de ser empresarios y saben valorar las ventajas de trabajar por cuenta ajena, o de asumir el reto de llevar a cabo su propio proyecto.

Estamos ante una generación colaborativa, exigente, hiper-informada y solidaria que dispone de valiosas herramientas para convertirse en los líderes del mañana.

Los jóvenes nacidos entre 1981 y 1999 representan ya el 30% de la fuerza laboral y vienen empujando fuerte. Deben ser objeto de programas específicos para convertirse en un valioso talento a captar y retener por parte de las empresas.


Nos enfrentamos a las necesidades y expectativas de una generación digital; que se desenvuelve en las redes sociales a sus anchas; que espera satisfacer muchas de sus necesidades a golpe de clic; que están habituados a seleccionar empresas y productos no sólo por la calidad que ofrecen sino también por la navegabilidad de sus páginas, y la accesibilidad y sencillez de su compra, servicio post venta y adaptabilidad al cliente.

Un desafío apasionante.


Publicado por May Ferreira.
Executive Manager de R&H Talento y Personas



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Publicado el martes, 5 de abril de 2016 a las 19:26 por Juan Bueno

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lunes, 7 de marzo de 2016

La transformación digital va mucho más allá del uso de Internet o las redes sociales. No sólo es tecnología. Eso sólo es una parte. Se trata de personas, procesos, formación, y nuevas formas de entender los negocios y de acercarnos a los clientes.
                     
Las organizaciones digitales han venido para quedarse, de modo que  un buen ejercicio de reflexión es pensar en qué situación se encuentra tu organización. No lo demores más. Es el momento de empezar a hacer cosas, de crear tu estrategia digital. Esto, desde mi punto de vista, no significa que haya que desechar todo lo que hemos hecho hasta ahora. Muy al contrario se trata de rescatar estrategias válidas, pero adaptadas a un entorno digital, con todos los cambios que eso conlleve.
Las empresas digitales son esencialmente innovadoras. Los procesos tienen que dejar de ser lineales, para convertirse en ágiles, muy ágiles, basados en el principio “‘fail often, fail fast, fail cheap’. Los clientes digitales son exigentes en cuanto a la rapidez, es más, exigen inmediatez.
                              
La innovación característica de las empresas digitales va más allá de productos o servicios, alcanzando a procesos y formas de entender los negocios. Y desde luego, abordar formas distintas de acercamiento y fidelización de los clientes.
Lo digital es una forma de pensar y hacer. En el ámbito empresarial caminamos hacia entornos menos jerarquizados, más horizontales y colaborativos, con una mayor capacidad de autogestión. En este mundo el conocimiento es un valor que fluye con naturalidad, se comparte de forma abierta.

El mundo ya no se divide en ricos y pobres, el mundo se organizará en torno a los que manejen la tecnología y aquellos que se queden al margen.

Aprender a trabajar de forma correcta en un entorno digital es esencial para nuestra salud y nuestra eficacia. La tecnología tiene como objeto facilitar nuestra vida diaria y hacernos más eficientes. Sin embargo todo tiene una doble cara y esa interconexión de dispositivos casi permanente que nos rodea debe ser bien gestionada para evitar convertirnos en esclavos de la misma o en seres incapaces de desconectar. 

Ramón Gurriarán, director de programas de gestión empresarial de EOI, afirma que “esto supone preparar a los profesionales en nuevas formas de trabajar cuyas características principales son la transparencia y la colaboración. El verdadero salto ya no es sólo tecnológico, si no organizativo y de gestión”.

Pensar que alguna organización o algún equipo de trabajo puede quedarse fuera del mundo digital supone asumir un riesgo enorme, porque no podemos ignorar que la generación de los Millenials, por ejemplo, no conciben su vida en un mundo que no sea digital, y ellos suponen el 40% del mercado. Realmente ¿alguien puede renunciar voluntariamente a esa cuota de mercado?
 
Otro aspecto que no podemos ignorar es el de la imperiosa convivencia entre dos generaciones diferentes: la de los emigrantes digitales, que hemos aprendido a trabajar en este entorno acuciados por necesidad laboral (con resultados aceptables) o la de los millenials que han nacido y crecido rodeados de dispositivos y tienen una tendencia natural hacia un entorno muy tecnificado. No conciben la vida de otra manera y hemos de convivir en empresas en las que los emigrantes aportamos experiencia y conocimiento del sector o el negocio y los más jóvenes y digitales que aportan la tecnología, un nuevo lenguaje y una forma distinta de relación con el cliente.

Pero hay dos factores humanos que debemos contemplar: hay que ser capaces de diferenciar entre estar conectado y estar enganchado, y no podemos dejar de lado las relaciones humanas. Sería una gran equivocación olvidar el cuidado de las relaciones personales, que sustentan toda esa tecnología. Personalmente no me gustaría visualizar un mundo robotizado, frío, sin contacto ni comunicación humana.

La hiperconexión puede aumentar nuestra eficacia pero no debe convertirnos en adictos tecnológicos, ni en meros usuarios de dispositivos. Somos seres humanos que precisan relaciones y comunicación y simplemente tendremos que adaptar esas funciones a un nuevo entorno.

Os dejo el video de la entrevista que AEDIPE realizó a Juan Bueno el 3 de Marzo de 2016, y que resume el fenómeno de la Transformación Digital


 
Piensa en digital y que la fuerza te acompañe. 

Si quieres saber todo acerca de este fenómeno, te recomiendo leas el libro que recientemente hemos publicado "La ruta de la Transformación Digitall", que está disponible en Amazon. Lo puedes descargar en:

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Publicado por May Ferreira.
Executive Manager de R&H Talento y Personas



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Publicado el lunes, 7 de marzo de 2016 a las 17:50 por Juan Bueno

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miércoles, 27 de enero de 2016

La educación empieza en la familia y sigue y se extiende a todas las áreas de la vida incluido el colegio, la universidad o cualquier centro donde se reciba formación. Pero no son éstos los encargados de educar a nuestros hijos, o nuestros jóvenes. En el colegio reciben conocimientos y habría que enseñarles el camino adecuado para poner en práctica la educación recibida en sus casas.


Sin embargo asisto con cierto estupor a muchas situaciones en las que los padres e incluso el conjunto de la sociedad parecen exigir que sean los colegios y sus profesores los responsables de la educación de nuestros hijos. Es cierto que en la actualidad tanto madres como padres no lo tenemos fácil para dedicar tiempo a nuestros hijos; corremos de un lado para otro atendiendo al trabajo, la casa, la familia, actividades extraescolares, alguna que otra afición (a la que arañamos horas como podemos). Además deberíamos dedicar tiempo de calidad. Resulta complicada la tarea de educar a los hijos cuando llegamos a casa tarde, muy tarde (esos horarios locos que nos machacan) y tan cansados que pocas fuerzas nos quedan para regañar, poner límites o explicar y escuchar. Después de jornadas exhaustas es fácil caer en la tentación de ser más permisivo o dirigir la mirada hacia otro lado antes de enfrentarnos a más esfuerzos.

Tremendo error porque ni las guarderías ni los colegios, ni más tarde la universidad o los institutos se pueden convertir en un “aparcamiento” donde dejar a los chicos confiando en que aprenderán y les educarán mientras nosotros nos dedicamos a jornadas laborales intensas.

La familia, el hogar es el lugar idóneo para mostrar los valores básicos con los que esa unidad familiar se enfrenta al mundo, a la vida en definitiva. Y es cierto que es conveniente que exista una coherencia y una afinidad de argumentos con el centro escolar, pero el colegio creo que es un complemento. Siempre he esperado que la educación que reciben mis hijas en casa se vea refrendada por el centro en el que desarrollan sus estudios, y les transmitan el valor de la solidaridad, el respeto, la honradez y los buenos modales, pero esos ya los deben llevar inculcados.

El colegio les debe transmitir conocimientos y hábitos de estudio, de trabajo en equipo, o desarrollar unas estrategias de comunicación eficaz, pero no sólo hay que convertirlos en “pitagorines”, si no en personas de bien, con habilidades para desenvolverse en un mundo muy cambiante y exigente.

Pero esos valores deben estar presentes en el hogar. Si nuestros hijos no están familiarizados con los límites, el esfuerzo o la recompensa sería una labor titánica la que tendrían que hacer los colegios para que nuestros hijos los interiorizaran.

Creo firmemente en el valor del ejemplo. En todos los ámbitos. No hay teoría que tenga más fuerza que imitar a aquellas personas que admiramos y queremos. Así los padres, o abuelos nos podemos convertir en el mejor de los mentores, en ese espejo en el que nuestros hijos se pueden ver reflejados. Y del mismo modo lo hacen los profesores. Todos influimos de una forma extraordinaria en esos pequeños que serán nuestras generaciones del futuro.
Las dificultades, que indudablemente nos encontraremos a lo largo de nuestra vida, serán más fáciles de gestionar si hemos desarrollado adecuadamente capacidades como el análisis y la reflexión que nos lleva a la toma de decisiones; la tolerancia a la frustración cuando las cosas no salgan como queremos o la empatía con los demás para entender y respetar puntos de vista distintos o posiciones enfrentadas.

Unos niños educados, sensibles, respetuosos y solidarios se pueden convertir en unos adultos sanos y responsables. Pero cuando faltan esas bases de valores, aunque tuviéramos muchos conocimientos de geografía, matemáticas o tecnología no garantiza nada más que eso: atesorar sabiduría simplemente.

Recuerdo que un jefe que tenía en una multinacional siempre afirmaba “contratamos a la gente por su curriculum y les despedimos por su actitud”. 

La buena educación y los modales correctos no están pasados de moda. Al contrario, más que nunca, son necesarios para vivir en armonía en una sociedad endurecida y a veces distante. 

Las personas aprendemos por imitación a lo largo de toda nuestra vida. Siempre hay alguien que nos observa, que se proyecta en nosotros. Imagínate tu responsabilidad cuando esa persona es tu hijo/a.

No descuidemos la educación de nuestros hijos. Por favor y gracias

Publicado por May Ferreira.
Executive Manager de R&H Talento y Personas


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Publicado el miércoles, 27 de enero de 2016 a las 20:19 por Juan Bueno

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miércoles, 13 de enero de 2016

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conflicto

Publicado el miércoles, 13 de enero de 2016 a las 10:30 por Juan Bueno

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Hoy durante una comida de trabajo, ha salido en la conversación un antiguo episodio en el que hemos estado afectados quienes compartíamos la mesa, aunque de diferentes maneras. Y en el que habíamos ido pasando de la incredulidad, al estupor; del enfado, al silencio, viendo como la protagonista de la historia, llevaba mucho tiempo insistiendo en considerar a otros responsables de todos sus males, en especial a una. Empecinada de que era la causa del deterioro de su imagen profesional, hasta de la personal, quejándose y justificando lo que se había visto obligada a hacer por esas circunstancias. Y seguíamos sorprendiéndonos en como las decisiones que había ido tomando le habían llevado a una concatenación de comportamientos muy poco afortunados que eran realmente los que le hacían sentirse peor y etiquetada en su entorno de imprudente e insensata.

comida de trabajo

Y mientras el resto opinaba que todo se debía a su carácter desproporcionado y a ser poco inteligente, y solo menciono los calificativos más suaves. Me he preguntado si en realidad lo que le ocurría era que cometía fallos de interpretación, posibles fallos del pensamiento, que le llevaban a esos desaciertos.

Recordé el libro que hacía poco había leído,“Pensar rápido, pensar despacio” de Daniel Kahneman (premio novel de economía por su trabajo sobre el modelo racional de la toma de decisiones), en el que se describían los tipos de pensamiento con los que tomamos decisiones y los fallos que se producen y conducen a la confusión o al error.

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En resumen Kahneman habla de dos sistemas que modelan el pensamiento. El rápido que afronta las situaciones desde las emociones y las intuiciones y opera de forma impulsiva, casi automática, sin esfuerzo ni sensación de control voluntario. Mientras que existe otro sistema más lento más deliberado, reflexivo y lógico, que requiere toda la atención y concentración, y un gran autocontrol porque dirige los esfuerzos en una búsqueda de alternativas antes de elegir una. Y demostraba que con el pensamiento rápido cometemos sesgos y errores que influyen sobre nuestras impresiones y opiniones. Esas que luego nos dirigen más de lo aconsejable, a actuar y decidir de una u otra manera.
Y en verdad yo detectaba que la protagonista a la que nos estábamos refiriendo mientras comíamos sufría esos fallos que Kahneman detallaba.
  • Mostraba una excesiva confianza en lo creía saber , aún sin haberlo validado de forma reflexiva.
  • Notaba que sobrestimaba lo que el autor llamaba ilusión de certeza. Un fallo del pensamiento en el que la subjetividad se vuelve incuestionable, y solo sirve para verificar una y otra vez lo que consideramos cierto. Ilusión que además le impedía buscar otros datos o analizarlos de otra manera, convencida de sus certezas, sin ver otras posibilidades.
  • Parecía que trataba los hechos de forma aislada y demasiado emocionalmente, fuera de un marco más amplio que le facilitara comprender algo más los sucesos.
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Todos eran errores del pensamiento. Fallos que se cometen por lo difícil que resulta examinar lo que creemos como auténticas verdades, muchas veces basadas en falsas realidades o suposiciones no objetivas. Y es que aún resulta más difícil cuestionarlas en momentos de incertidumbre o cuando nos sentimos peor. A todos entonces nos es fácil caer en la tentación de buscar atajos simplificadores, y basarnos en preferencias o intuiciones que pueden alterar las decisiones más razonables y lógicas. Tendemos en esos momentos a orientar nuestras emociones y basar nuestras acciones en juicios que hemos construido, sin confirmar su validez, y que nos pueden llevar a cometer auténticas barbaridades.

Quizás quien ha llegado hasta aquí leyendo piense que todo esto es demasiado teórico, así que propongo experimentarlo con un par de ejemplos.

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Si alguien nos preguntara que profesión tiene una persona con este perfil: Solitario, reflexivo, que le gusta la lectura, poco amigo de hablar mucho y salir a reuniones sociales… ¿qué diríamos?, ¿es un agricultor o es un bibliotecario?

Si alguien ha pensado que el perfil era el de un bibliotecario, lo que le ha pasado es que ha utilizado su pensamiento rápido y cometido un sesgo de probabilidad. Un fallo basado en ideas muy generalizadas o populares que llevan a una conclusión errónea. Pensemos: Existen más agricultores que bibliotecarios, luego es más probable por estadística, que el perfil corresponda a un agricultor, sin embargo la idea popular de como son lo bibliotecarios nos ha llevado a errar.

¿Otro ejemplo?

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Si alguien nos dijese: Un cubo y una pala de playa cuesta 1,10 €. Si el cubo cuesta 1 € más que la pala, qué cuesta la pala. ¿Qué contestaríamos?

Quien haya pensado que la pala costaba 0,10 €, ha elegido de nuevo una respuesta rápida intuitiva, pero falsa.

Otro fallo del pensamiento, llamado la pereza del autocontrol, un esfuerzo que evitamos para mantener una línea coherente y disciplinada. Aunque estoy casi segura, que quien ha hecho la operación correcta, también pensó en algún instante en los 10 céntimos, solo que ha sido capaz de poner en marcha su autocontrol y así dar una respuesta más eficaz.

No me gustaría que estos fallos hicieran considerar que un pensamiento es mejor que otro. Ambos se utilizan, se complementan y son útiles. En situaciones de riesgo, de supervivencia, es más efectivo decidir rápidamente qué hacer.

Pero en otros momentos echar mano de la reflexión y la lógica es sin duda más efectivo.

El riesgo está en usar solo uno o no el adecuado para mejorar nuestros resultados, o no poner en duda algunas de nuestras respuestas.

Para progresar en decisiones por las que no hemos obtenido buenos resultados, una buena estrategia consiste en reflexionar y cuestionarse: ¿Estaré cometiendo algún error de pensamiento?, ¿algún error de interpretación?, ¿algún juicio o prejuicio está contaminando mi percepción?

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Ya con los postres en la mesa, entendimos que la protagonista de nuestra historia había cometido errores desde el principio que no era capaz de cuestionar. De lo que no estábamos seguros cuando nos levantamos para irnos era de si sería capaz de investigar o preguntarse en algún momento ¿donde está el fallo?, mientras….

Dejo encima de la mesa… la operación del precio de la pala
X+(X+1)=1,10 2X=1,10-1 X=0,10/2 X= 0,05 precio de la pala.

Publicado por Mila Guerrero.
Manager I+D+i de R&H Talento y Personas



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Publicado el a las 0:46 por Juan Bueno

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viernes, 11 de diciembre de 2015

La toma de decisiones es una de las tareas más complejas y estresantes a las que nos podemos enfrentar si no sabemos gestionar esa incertidumbre de forma adecuada, pudiendo llegar a producir trastornos o patologías en casos extremos.

Sin embargo tomar decisiones puede ser también una tarea reconfortante, ya que es el primer paso para el afrontamiento de una situación problemática o no resuelta.

Siguiendo un esquema clásico habría que fijar el objetivo y se elabora un plan que mentalmente vemos que nos puede conducir al objetivo.

Se elaboran entonces varias alternativas que podrían ser válidas, estudiando entonces lo elementos relevantes de cada una de ellas y sus consecuencias. Así se llega al análisis definitivo que permite elegir la opción que nos parezca más conveniente. ¡hasta parece sencillo!

No lo es. Los obstáculos pueden aparecer desde el mismo inicio, para lograr determinar ese objetivo. En ocasiones lo que queremos está claro (romper una relación sentimental, cambiar de trabajo...), pero ese deseo puede chocar con nuestros valores morales, los compromisos a los que queremos hacer frente o nuestras creencias limitantes (mis hijos me culparán o el nuevo empleo puede fracasar en un contexto de crisis).

Se trata, no obstante, de un proceso que vivimos y experimentamos de forma constante, en cualquier ámbito: personal (elección de pareja), profesional (abordar uno u otro proyecto), familiar (elegir colegio para los hijos), etc.

Sea como sea es un ejercicio en el que debemos estar entrenados, pero no está exento de hacernos sentir ansiedad. ¿por qué?: Existe un cóctel de factores que pueden hacer que la decisión se nos atragante. O incluso el miedo a equivocarnos, provoca en algunas personas una auténtica falta de decisión, una incapacidad muy bloqueante para decidirse entre varias alternativas. Esperar que las cosas se solucionen solas o que los problemas desaparezcan como por encantamiento, es ya en sí misma una decisión: la de no hacer nada. Y en algunos momentos de nuestra vida, incluso puede funcionar. Simplemente la reflexión en ese caso es decidir si queremos ser protagonistas o artistas invitados de nuestra propia existencia.

La feroz intolerancia a la incertidumbre de algunas personas, las convierten en absolutas controladoras, inhábiles para delegar o para confiar en otros. En el ámbito profesional estas personas, sobre todo si ocupan puestos de responsabilidad, se suelen convertir en una cruz para sus colaboradores. La incertidumbre forma parte de la vida humana.

Algunos autores como Dugas o Gagnon afirman que esa intolerancia a la incertidumbre provoca el trastorno de ansiedad generalizada. Para evitarlo hay que aceptar que en la toda toma de decisiones hay una pérdida irremediable. Es imposible elegir las alternativas quedándonos con todas las ventajas y prescindiendo de todas las desventajas, como si estuviéramos en un laboratorio en el que se puede diseccionar la decisión, salvaguardando todo lo positivo y tirando a la basura lo negativo.

“No se puede tener todo, tienes que elegir” le suelo decir a mi hija cuando se queja porque tiene un cumpleaños de su mejor amiga el  sábado a la misma hora que da su clase de equitación, que le apasiona. Aún es pequeña y no está suficientemente entrenada para tolerar esa pérdida. Si decide ir al cumpleaños optará con un rato divertido de juegos y extroversión con sus amigos. Por el contrario si decide ir a montar a caballo, ese rato es de concentración, de esfuerzo físico, pero también de disfrute por el contacto con el animal, la superación del reto de cada clase, etc. ¿De qué dependerá su decisión? De los factores que decida sopesar en cada caso, y en muchas ocasiones, del propio momento.

Creo que ayuda mucho hacer una visualización muy completa de cómo queremos vernos en la acción que hayamos elegido. Esa visualización, lenta y muy recreadora, con detalles, sirve para ratificar nuestra decisión inicial o para decidirnos por otra alternativa.

Cuando las decisiones a las que nos enfrentamos son más trascendentes para nuestra vida, nos suele atenazar el miedo a fallar, a equivocarnos, a no poder rectificar. Ante esto creo que no hay recetas mágicas. El error es una importante fuente de aprendizaje y habría que desdramatizarlo (sobre todo en el área de la empresa), pero nos enfrentamos en esos casos a procesos más o menos largos, complejos e incluso dolorosos. Y es preciso vivirlo para madurar las decisiones y no sentir el vértigo del precipicio a nuestros pies.

Recuerdo una frase de un profesor que decía: “he pasado toda mi vida preocupándome por cosas que nunca sucedieron”.

Hay que centrar nuestra energía y análisis en lo importante, aquello que tiene que ver con nuestro objetivo, siendo capaz de discernir lo superfluo, para no dedicarle bríos que no corresponden a cosas nimias, porque nuestro entusiasmo y fuerza nos hará falta para tomar las decisiones importantes.

Por cierto, las próximas vacaciones, ¿mar o montaña?

Publicado por May Ferreira.
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Publicado el viernes, 11 de diciembre de 2015 a las 18:41 por Juan Bueno

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